8 - El asedio

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15 de febrero de 2011, 17:25 PM, en el exterior del Hôtel La Faucielle, afueras de Perpiñán, sur de Francia.

Léon observaba, con asombro, el —a sus ojos— desmesurado despliegue a través del cristal empañado de la ventanilla de la camioneta. Sabía que el Círculo era poderoso, pero hasta esa tarde no había tenido conciencia del alcance de sus tentáculos. Hacía un rato que había empezado a nevar y fuera hacía un frío doloroso; sin embargo, podía ver a Arkadiy moviéndose entre los coches policiales, ajeno a las inclemencias del tiempo, dando órdenes con energía a los agentes mientras el pебята llamado Viktor se mantenía a cierta distancia, observando la entrada del edificio sin moverse apenas, con la cabeza ladeada en una posición extraña. ¡Dios, qué grima da! ¡Parece una jodida mantis religiosa aguardando la llegada de una presa! Sus compañeros, aún en la parte trasera del vehículo, esperaban a que les llegara el turno.

Hacía más o menos una hora que el grueso del cuerpo de policía de la ciudad había llegado al lugar, y unos veinte minutos que había llegado el grupo de Arkadiy. Se habían acordonado las instalaciones y en ese momento estaban evacuando a los huéspedes y al personal del hotel. A todos excepto al hombre que se alojaba en la suite número tres. Nadie le había visto salir y, según los recepcionistas que habían sido interrogados, no había abandonado su habitación desde la noche anterior. El director del hotel gesticulaba, alterado, mientras discutía con un oficial de policía cerca de la camioneta desde donde Léon no perdía detalle de la operación. Poco después el edificio quedó vacío; las estrellas titilaban ya en el cielo de una noche precoz y Hometown Blues empezó a sonar en el estéreo cuando vio llegar al equipo de élite del GIGN.

Sin perder un minuto, Arkadiy se acercó a grandes pasos al equipo de operaciones especiales francés mientras estos descendían con agilidad del vehículo blindado en que habían llegado; parecían equipados para ir a una guerra y ganarla sin demasiado esfuerzo. El gigante ruso les mostró algo —una identificación, supuso Léon— y uno de ellos se adelantó y entablaron una conversación mientras los demás revisaban las armas y el material que habían llevado con ellos. Unos minutos después, los GIGN se adentraron en el hotel por la puerta principal y los pебята abandonaron la camioneta para acercarse a su líder. A su vez, los agentes de policía se parapetaron detrás de los vehículos apuntando con sus armas en dirección al hotel. Parecían nerviosos. Léon, que lo observaba todo con atención, no sólo lo parecía. ¿Qué diablos está pasando aquí? Me da en la nariz que esto se va a poner feo de cojones…

Cuando Arkadiy hubo reunido a todos sus hombres, Léon apagó la radio y bajó la ventanilla a pesar del frío; quería saber qué se estaba cociendo. Nadie le había contado nada y no creía que la cosa fuera a cambiar. Le trataban como lo que era, el conductor de la misión, y en su profesión una de las máximas era no preguntar nunca qué aguardaba al final del trayecto ni esperar explicación alguna. Pero, a pesar de que ya había trabajado para el Círculo en tres ocasiones, nunca había presenciado tal despliegue de medios. Aquello tenía que ser algo gordo. Parecía una redada para acabar con una célula terrorista, aunque algo le decía que no iban por ahí los tiros.

Arkadiy se dirigió a sus hombres en lo que supuso que sería ruso y Léon, al no entender ni una palabra, murmuró una maldición en la cabina; seguiría in albis un rato más. No había contado con que se hablaran entre ellos en su lengua materna. Volvió a subir la ventanilla y a encender la radio. Luego soltó un suspiro resignado y siguió observando la escena, atento al desarrollo de los acontecimientos.

Los pебята, después de escuchar en completo silencio las instrucciones de su líder, asintieron y se desplegaron alrededor del edificio. Unos cinco minutos después, sólo Viktor y Arkadiy —y los agentes de policía que seguían apuntando al vestíbulo del hotel— quedaban a la vista. Sea quien sea el pobre cabrón al que hemos venido a buscar, lo tiene jodido. Esto va a ser peor que el asedio de Troya. Arkadiy y su subordinado intercambiaron unas palabras y Léon percibió inquietud en sus movimientos. Entonces se dio cuenta de que las luces del hotel se habían apagado y, cuando vio que el gigante ruso se acercaba a decirles algo a los agentes que tenía cerca, volvió a apagar la radio y bajó la ventanilla con rapidez. A pesar de la distancia, alcanzó a escuchar la voz del ruso, que preguntaba en su francés imperfecto:

—¿Cuánto hace que los de operaciones especiales no informan?

—Dos minutos —dijo el policía al cargo de las comunicaciones con cara de aburrimiento, y se encogió de hombros.

Arkadiy miró al hombre con rabia y, por un segundo, Léon pensó que le arrancaría la cabeza con sus enormes manazas. Entonces le gritó, soltando espumarajos por la boca:

—¡Dos minutos es demasiado, maldito inútil! ¡Tenías que avisar! —Justo en el instante que siguió, mientras el enorme ruso tomaba aire, un estruendo de cristales haciéndose añicos llenó la noche. Al volverse en la dirección de la que partía el estrépito, todos vieron a dos miembros del equipo del GIGN atravesar volando la pared acristalada del vestíbulo, para luego terminar cayendo sobre los parterres que había en el exterior.

—Es él —dijo Viktor, señalando la silueta de un hombre que parecía observarles desde las tinieblas que poblaban el interior del edificio.

—¡Disparad! —ordenó Arkadiy, alzando la voz para que todos pudieran escucharlo —¡Disparad, maldita sea!

Y la noche se encendió, haciendo retroceder la oscuridad y ensordeciendo a todo aquél que estuviera a menos de cincuenta metros del lugar.

AETERNITAS - Asesino de InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora