3 - Arkadiy y los pебята

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14 de febrero de 2011, 16:55 PM, sobre el aeropuerto de Marsella Provenza, sur de Francia.

 Iniciaron el aterrizaje dos horas después de lo previsto por culpa de la maldita tormenta. Mientras iniciaban el descenso, Arkadiy escuchaba a los ребята gritando y portándose como animales en la parte de atrás; los notó nerviosos, excitados. No estaban acostumbrados a estar tanto tiempo encerrados. Él, por su parte, se sentía ansioso por volver a poner los pies en tierra firme, aunque le asqueaba la idea de que fuera en suelo francés. No le gustaba volar, y menos los franceses.

 Oleg, el piloto, le miró y le hizo una seña con la cabeza. Luego pulsó un par de botones en el panel de control y bajó una de las palancas que quedaban a su derecha, junto a él; comenzaba el descenso final. Entonces, sintiendo una pesadez incómoda en la boca del estómago, Arkadiy cerró los ojos y pensó en la muerte del amo Lébedev y en la misión de venganza en que se habían embarcado; sólo aquellas dos razones podían haber hecho que se subiera de nuevo a un avión, ocho años después de su último y accidentado vuelo sobre montañas afganas.

 Un par de minutos después, intentando ignorar el traqueteo que sacudía el aparato mientras tomaban tierra, encendió el iPod y las voces de Ilya y Vladi le transportaron de vuelta a Moscú, a su hogar. Allá le esperaban su devota esposa Irina y sus dos preciosas hijas, Dasha y Vika. Las pequeñas habían pasado la noche anterior a su partida llenando de canciones aquél pequeño aparato. El recuerdo de sus risas le conmovió, y le pidió a Dios que lo dejara regresar a casa sano y salvo una última vez. No habrá más misiones. Lo juro por lo más sagrado.

 La avioneta se detuvo al fin sobre la pista. Arkadiy se desabrochó el cinturón de seguridad y abandonó la cabina con rapidez, sin mirar atrás. Cruzó raudo entre los pебята, sin prestar atención a sus juegos, y entró en el pequeño lavabo de cola. Levantó la tapa del inodoro y vació el contenido de su estómago. Luego se mojó la cara y las manos y regresó al pasillo. Mucho mejor ahora.

 Los pебята ya estaban bajando de la aeronave alborotando tanto como podían, ansiosos por entrar en acción. No podría ser de otro modo; habían sido adiestrados para actuar así desde que eran prácticamente unos recién nacidos.

 Asomando la cabeza en el interior de la cabina se despidió de Oleg y le repitió sus órdenes:

 —Si en quince días a contar desde hoy no tienes noticias nuestras, vuela a Moscú e informa al округ.

 —Así se hará —respondió el piloto, seco, empleando su habitual tono de voz monocorde antes de volver a centrar su atención en el cuadro de mandos de la aeronave. Maldito autómata.

 Antes de descender por la escalera, ya en el exterior, dedicó un minuto a estudiar minuciosamente la zona que se extendía a su alrededor. Todo parecía correcto, pero más valía asegurarse. La avioneta en que habían llegado había aterrizado en una pista alejada de las destinadas a los vuelos comerciales, y el edificio más cercano estaba a unos trescientos metros.

 Cuando por fin sus botas pisaron suelo francés, lo primero que hizo fue escupir sobre el asfalto de la pista. Luego observó a los pебята: los nueve estaban ya en perfecta formación, con sus petates a la espalda, sus mandíbulas bien altas y la vista al frente, esperando instrucciones. Detrás de ellos, estacionada a unos cinco metros, vió una camioneta y, junto a ésta, apoyado en el capó con aspecto despreocupado, el que supuso debía ser el chófer detinado a la misión. La primera impresión no pudo ser peor: aspecto desaliñado, pose de tipo duro... Pero ahí no acababa la cosa. ¡El idiota lleva un estúpido sombrero de cowboy, ебать!

 —Kirill, Roman, Gosha, descargad las cajas. Los demás, haced inventario y luego cargad el material en la camioneta —ordenó a los pебята mientras se encaminaba hacia el hombre que debía llevarlos hasta su objetivo —. Más os vale no dejaros nada si queréis cenar esta noche —Antes de llegar junto a él, sus hombres ya se habían puesto en movimiento sin perder un segundo; además de disciplinados, eran rápidos y eficientes; no en vano los había seleccionado personalmente para aquella misión.

AETERNITAS - Asesino de InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora