12 de febrero de 2011, 2:53 AM, a diez kilómetros de Carcassonne, sur de Francia.
—Salvattore nos ha dejado.
Al pronunciar aquella frase, él adoptó una expresión que Eva no supo interpretar. Parecía una mezcla de pesar y satisfacción, sentimientos encontrados que, al verlos reflejados en su rostro en ese instante, no se le hicieron extraños pero sí que consiguieron asustarla, más incluso que las propias palabras en sí mismas y su posible significado. Meciendo con suavidad la copa de vino que sujetaba entre los dedos de su mano derecha, su padre se volvió para observar a través del amplio ventanal encarado al sur. En el exterior había empezado a nevar.
—Está cerca, Eva. Lo siento. Yo soy el siguiente.
Un escalofrío le recorrió entonces la espina dorsal al escucharle hacer aquella declaración. No supo qué decir. Lo único que sabía era que quién quisiera hacerle daño tendría que pasar antes por encima de su cadáver.
Él se volvió en su dirección, cubierto únicamente por una bata de terciopelo azul rematada con filigranas de oro, y se llevó la copa a los labios mientras ella le observaba desde la cama. La situación, sino fuera por la gravedad que entrañaba, hubiera podido llegar a tener su gracia; no hacía ni media hora que habían estado haciendo el amor, disfrutando de uno de los mayores placeres de la vida, y ahora él le hablaba de la muerte, de su muerte. Su padre siguió observándola mientras saboreaba el delicioso Sauternes de casi cien años de edad.
—Quiero que al amanecer recojas todo y te marches —dijo al fin, rompiendo de nuevo el silencio que se había apoderado de la habitación. Su tono de voz no admitía discusión.
—Te matará —susurró ella, mientras él le daba de nuevo la espalda para seguir mirando por la ventana. La tormenta invernal arreciaba ya al otro lado de los gruesos muros, cubriendo con su manto inmaculado los campos que se extendían alrededor del castillo—. Ven conmigo. Huyamos lejos y ocultémonos en otro lugar —imploró, abandonando la cama y acercándose a él, completamente desnuda. A pesar del frío intenso que azotaba el paisaje tras el cristal, la temperatura en aquella estancia era agradable, casi estival.
Él no dijo nada. Había tomado ya su decisión, creyéndola inapelable, y permitió, sin inmutarse, que Eva le acariciara el vello del pecho después de introducir sus habilidosas manos entre uno de los pliegues de su albornoz. Será mejor que cambie de estrategia. Dio otro sorbo a su copa mientras sus manos descendían poco a poco por su torso hasta llegar al final de unos abdominales marcados. Entonces, acuclillándose sobre la alfombra de piel, Eva se situó frente a él y apartó la bata a los lados, quedando su rostro a la altura de su miembro flácido. Desde esa posición levantó la vista buscando la mirada de su padre, pero comprobó que seguía observando la escena que se desarrollaba al otro lado de la ventana. Veremos cuánto dura tu interés por la tormenta, papá. Con suavidad comenzó a acariciarlo y, poco después, sintiendo como se aceleraba su respiración, observó agradecida como aquél miembro iba creciendo en sus manos. Al fin, cuando adquirió un tamaño que consideró aceptable, se lo introdujo muy lentamente en la boca rozándolo con los labios. Sus miradas se encontraron entonces y él, excitado, la cogió del pelo. A continuación, con las dos manos, empujó su cabeza hacia adelante y hacia atrás hasta que, pasados unos segundos en que su padre pareció olvidar todas sus preocupaciones, se corrió en su boca soltando un gruñido que a ella le pareció adorable.
Luego, sentada de lado a sus pies, limpiándose la comisura de los labios con el dorso de la mano mientras su padre la observaba complacido, Eva le dedicó una sonrisa y dijo:
—Deja que me ocupe de él, papá. No te fallaré.
Él no contestó, pero ella supo que había ganado esa batalla. No huirían. Permanecerían juntos hasta el final, sucediera lo que sucediera. Lo vió en su mirada. No hay nada que una buena mamada no consiga.
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AETERNITAS - Asesino de Inmortales
FantasyCuenta la leyenda que existen siete inmortales que dominan el mundo y que llevan haciéndolo desde el principio de los tiempos. Se dice que manejan los hilos de todos nosotros desde las sombras, que nadie sabe quiénes son ni donde están, y que los po...