11 - La sombra del emperador

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15 de febrero de 2011, 1:11 AM, a diez kilómetros de Carcassonne, sur de Francia.

Eva dormía. Dormía y soñaba con otra vida, con otra época.

En el sueño era la esposa del emperador, Dominus et Deus, y se hallaba en el Anfiteatro Flavio, presenciando un combate entre dos hábiles gladiadores. Su marido, el hombre más poderoso del mundo, estaba sentado junto a ella y observaba con desagrado el espectáculo. Los luchadores, en la arena, visiblemente agotados y cubiertos por múltiples cortes, se movían en círculos midiendo las fuerzas que le quedaban al rival, pero sin que ninguno se decidiera a lanzar el ataque que pusiera fin al enfrentamiento. El César se levantó dejando escapar un bufido y ordenó al organizador de los juegos que saliera un legionario a la arena con agua para ambos guerreros. El combate había comenzado a media tarde, cuando el sol aún estaba en lo alto, y ya hacía un buen rato que las antorchas se habían prendido para iluminar el recinto; aquellos hombres habían luchado bien y merecían, al menos, un trago de agua antes de ser abrazados por Caronte.

Mientras los gladiadores bebían en la arena, bajo la atenta mirada de casi cincuenta mil ciudadanos de Roma, el consejero de confianza del César irrumpió en la tribuna imperial, tembloroso y cubierto de sudor, casi sin aliento. En la mano derecha llevaba un pergamino enrollado y Eva supo, al instante, que aquella interrupción significaba malas nuevas.

—¿A qué se debe tu presencia a esta hora tan tardía, Partenio? —preguntó el emperador—. Pensaba que estabas en cama, enfermo.

Dominus et Deus, traigo noticias del norte —dijo el consejero, haciendo una leve reverencia ante su señor y extendiendo los brazos para hacerle entrega del pergamino. El resto de asistentes en la tribuna imperial habían olvidado lo que sucedía en la arena y observaban la escena con curiosidad, preocupación e incluso miedo.

—Dime qué noticias son esas —dijo el emperador, haciendo un ademán con la mano para que retirara lo que se le ofrecía—. Y sé breve y conciso, tenemos a dos grandes luchadores esperando para derramar más sangre en nombre de Roma.

Eva se dio cuenta entonces de que en el interior del hombre llamado Partenio se libraba una terrible batalla; las malas noticias nunca eran bien recibidas por su esposo, y casi siempre terminaban con la muerte de su portador. Al fin, pareció armarse de valor y habló sin titubeos, como si hubiera estado ensayando aquellas palabras durante horas:

—El legatus destacado en Germania Superior, Lucio Antonio Saturnino, se ha autoproclamado César, y ha hecho un trato con los germanos para hacerse con el poder de Roma con su ayuda. Las dos legiones que estaban bajo su mando también apoyan su causa.

El sueño derivó, fluyó, transformando la tribuna y el anfiteatro en una vasta llanura donde formaban las dos legiones que se habían atrevido a rebelarse contra el emperador. Su legatus, el hombre que los había empujado a aquella locura, ya había sido debidamente ajusticiado, y ahora les tocaba el turno a las tropas que lo habían seguido. Eva observaba la escena, nerviosa, con una sensación de malestar que no comprendía. Su esposo sujetaba el gladio que le había dado el jefe del pretorio con fuerza, y observaba a los soldados que tenía enfrente con desprecio. Finalmente tomó aire y avanzó hacia las legiones en solitario. Aquellos hombres sabían el destino que les aguardaba, pero ninguno se movió. Le habían fallado a Roma y aceptaban su destino. El emperador se detuvo frente al legionario situado en el extremo izquierdo de la primera fila, lo miró a los ojos un segundo y luego, con rabia, clavó el arma en su estómago. Luego avanzó frente a la legión, a lo largo de la primera línea, se paró de nuevo frente al soldado que hacía diez y repitió la operación. Durante horas, el Dominus et Deus del mundo continuó matando sin dar muestras de compasión ni de cansancio, y no se detuvo hasta haber diezmado a las dos legiones rebeldes. Eva lo observó todo, perpleja, aterrada, y a la vez fascinada por la determinación de su esposo, que lo había llevado a ejecutar personalmente a más de dos mil hombres aquella tarde.

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⏰ Última actualización: Sep 25, 2013 ⏰

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