10 - Enfrentando a la bestia

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15 de febrero de 2011, 18:16 PM, en el exterior del Hôtel La Faucielle, afueras de Perpiñán, sur de Francia.

Arkadiy no podía creer lo que veían sus ojos. A pesar de que Viktor había lanzado un ataque mental devastador sobre el hombre al que pretendían dar caza, este pareció recuperarse casi al instante y se había enzarzado en una terrible batalla con los cinco soldados que había enviado a reducirlo. Sabían que aquel tipo era peligroso, que matar a un inmortal no estaba al alcance de cualquiera pero, en aquel momento, al ver volar por los aires, como un muñeco desmadejado, a uno de sus pебята, comprendió cuanto lo habían subestimado.

—¡Viktor, rápido, conmigo! —gritó, y empezó a correr hacia el hotel—. ¡Y lanza un aviso a los demás! ¡Los quiero a todos arriba! ¡Ya!

—Solo nos queda Kirill, Arkasha —dijo el mentalista un segundo después, mientras corría tras él—. Roman, Lyosha, Gosha y Edik están fuera de combate.

Arkadiy maldijo para sí pero no detuvo su avance. Cruzó el vestíbulo a toda velocidad hasta llegar a las escaleras que ascendían hacia la azotea donde sus hombres luchaban contra el asesino de su patrón. Lébedev debía ser vengado, aunque para conseguirlo debieran morir todos. Su honor y el de los pебята debía ser lavado.

Mientras saltaba los escalones de dos en dos, de tres en tres, su mente intentaba hacerse una idea del enemigo al que se enfrentaban. Los pебята eran, lo sabía con certeza, los perros de guerra más duros con los que podía contar un ejército en aquellos tiempos, pero aquel tipo no solo se había batido con uno de ellos cara a cara, saliendo victorioso, sino que además había dejado fuera de circulación a otros tres. Para colmo, en ese instante el asesino luchaba en inferioridad numérica aplastante pero, a pesar de ello, a Arkadiy no le había parecido que aquello supusiera ninguna ventaja para los suyos.

—¿A qué nos enfrentamos? —preguntó, volviéndose hacia su subordinado cuando llegó junto a la puerta que daba a la azotea. Desde el exterior les llegaba el sonido del combate: gritos, disparos, golpes y maldiciones.

—Lo único que sé con seguridad, Arkasha, es que su mente parece más antigua que la ciudad que nos rodea —dijo Viktor deteniéndose a su lado. Luego sacó su revólver de la funda con calma, como si lo que acababa de decir no tuviera nada de anormal.

—¿Otro inmortal? —preguntó Arkadiy, frunciendo el entrecejo, confundido—. Se suponía que…

—No. No ha estado tanto tiempo vivo como Lébedev y los otros. Se trata de… —Mientras hablaba, el soldado mantenía la vista fija en la puerta, como si ésta no existiera y observara la lucha que se libraba al otro lado. Entonces, sin previo aviso, algo golpeó con brutal violencia la puerta desde el exterior y casi la hizo saltar de sus bisagras, aunque ésta resistió y permaneció cerrada.

—No podemos esperar más —dijo Arkadiy agarrando el pomo de la puerta y tirando de él con fuerza—, ¡vamos! —Abrió y se hizo a un lado siguiendo su instinto. El cuerpo de uno de sus hombres lo rozó y se precipitó escaleras abajo, llevándose por delante a Viktor, al que había cogido desprevenido. Desenfundó y salió al aire libre. Nada, ni siquiera los años pasados en África adiestrando niños-soldado, presenciando y perpetrando él mismo todo tipo de barbaridades, le había preparado para aquello.

Frente a él estaba el asesino que les había llevado hasta allí, el que había matado a su patrón, el cazador de inmortales, erguido, observándole desafiante y cubierto de sangre de los pies a la cabeza. A su alrededor, sobre la gravilla que cubría el suelo de la azotea, yacían dos de sus hombres o, mejor dicho, lo que quedaba de ellos.

El paso del tiempo pareció detenerse mientras el soldado y el asesino se observaban, pero el cerebro de Arkadiy siguió discurriendo a gran velocidad: ¿cómo podía aquel tipo, aparentemente desarmado, haber derrotado a casi todos sus pебята? ¿Cómo se mantenía en pie a pesar de las terribles heridas que podía percibir por todo su cuerpo? Claro que, si había sido capaz de asesinar a tres inmortales, tal vez la pregunta correcta debía ser: ¿de qué no sería capaz?

Viktor apareció entonces junto a su líder como un espectro, envuelto en un silencio total y sin dejar de apuntar con su arma a la cabeza de su enemigo.

—No es humano —susurró y, acto seguido, apretó el gatillo, poniendo punto final con un estallido a aquel momento de pausa antinatural. Entonces el asesino se convirtió en un borrón ante los asombrados mercenarios, esquivando la bala a pesar de que solo lo separaban unos cinco metros del cañón del arma. A partir de ese momento todo sucedió a una velocidad vertiginosa y, antes de que ninguno de los dos pudiera abrir fuego de nuevo, su adversario ya saltaba sobre ellos mostrando unos colmillos afilados. En ese instante, al contemplar al hombre convertido en bestia, comprendió al fin Arkadiy a qué se enfrentaban, y temió que fuera demasiado tarde.

Su adversario cayó con furia sobre el mentalista, al tiempo que le propinaba una potente patada en el pecho a Arkadiy, mandándole de vuelta a la oscuridad del interior del edificio, donde rodó escaleras abajo hasta caer sobre el cuerpo de uno de sus hombres, que detuvo su descenso. Mientras se levantaba aún aturdido, sacudiendo la cabeza, el estallido de dos nuevos disparos llegó a sus oídos desde lo alto. Deseó que Viktor hubiera acertado en esa ocasión, pero lo creía improbable. De todas formas, ¿qué importaba? Por fin, todo estaba claro. Se enfrentaban a un jodido vampiro, y todo el mundo sabía que los vampiros no morían, encajaran una o mil balas. Observó al soldado que yacía a sus pies. Aún respiraba, pero permanecería inconsciente un buen rato. Trató de pensar en un plan de ataque con probabilidades de éxito, pero no se le ocurría nada. Se sentía impotente. Maldijo y dirigió la vista hacia el rectángulo que se alzaba al final de las escaleras. Nunca habría imaginado estar ante un monstruo surgido de viejas leyendas, de cuentos para asustar a los niños. Desde que inició su carrera militar, todos los enemigos a los que se había enfrentado podían morir, y así lo habían hecho la mayoría.

Del exterior llegó el sonido inconfundible de huesos rotos y, relegando sus pensamientos al olvido, volvió a subir corriendo los escalones que le separaban de la azotea. No estaba dispuesto a dejar que el asesino matara también a Viktor.

Se asomó al exterior, dispuesto a vender cara su piel, cuando una voz débil y temblorosa llegó a sus oídos desde su derecha:

—Arkasha… —Era Kirill, que yacía en el suelo con las piernas destrozadas, aplastadas y dobladas en un ángulo imposible—. Llegué tarde, Arkasha… Se lo ha llevado…, se ha llevado a Viktor…

AETERNITAS - Asesino de InmortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora