Trastorno Funciomal del Movimiento

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Abrí los ojos.
Mire a ambos lados.
Me reincorporé en el borde de la cama.
Aguante mi cabeza con ambas manos, secando mis lágrimas y humedeciendo mis labios.
Mi vista se nublaba.
Mi aliento se entrecortada.
Me levanté y anduve por mi casa.
Mis manos empezaron a temblar.
Mi cabeza daba vuelta.
El pecho se oprimía, y rompí en llantos.
Me abracé.
Como pude ande hasta el baño, sentándome de la manera más cómoda para descansar mi cabeza sobre el lavabo.
Empape mi rostro con agua fría, haciendo el esfuerzo de reincorporarme para mirarme al espejo.
Mis piernas impidieron levantarme.
Las piernas comenzó a temblar.
Mi llanto aumento, y con el mi miedo y mi ansiedad.
Grité "mamá".
Grité "papá".
Grité "ayuda".
Mi cuerpo completo empezó a temblar.
El llanto no ayudaba, mi ojos vidrioso no me dejaban ver nada, mi garganta seca y mi acortada respiración me impedía tranquilizarme.
Volví a gritar "mamá".
Escuche sus paso acelerado, juntos a un "¿qué te pasa?"
Su rostro respondía cualquier duda.
Estaba mal.
Me aferre a ella, y lloré de miedo a no poder controlar mi cuerpo.
De la forma más extraña me reincorpore y ande hasta el coche para poder ir a un hospital.
Mi cuerpo solo temblaba.
Los doctores no hicieron nada.
Volví a mi casa.
La intensidad de los temblores aumentaba por día.
No aguantaba.
Mi cuerpo, dolía.
Me dolía la cara de llorar pero más me dolía no saber que ocurría conmigo.
De nuevo los doctores no decían nada.
Y aumentaba más los temblores.
Era doloroso, tenía miedo.
Quería que todo acabase pronto.
Hasta que explote.
Mi cuerpo no me pertenecía.
Mi respiración aumentaba con el llanto, mi ansiedad subía con el miedo, al igual que aumentó la intensidad de los temblores en mí, y dolía, joder si dolía.
No podía andar.
No podía moverme.
Solo hablar.
Y eso, también costaba por el llanto.
"Mamá duele", repetía día tras día.
"Llama a alguien, que me ayuden que me deje de doler todo por favor" pedía en llanto.
Los doctores actuaron.
Tengo respuesta.
Para mi suerte, era algo que podía curarse, pero lo malo era que no se sabía el tiempo de cura.
Todo dependía de mí, o de mi mente.
Aprendí a andar de nuevo, después de meses postrada en una cama y en una silla.
Aprendí a vivir.
Pero tuve que aprender a convivir con una parte de mi que por mucho tiempo que esté conmigo jamás me acostumbrare.

Día tras día lucho.
Día tras día, sonrío y lloro.
Hay días que dejó que todo fluya.
Y otros que mi mente me gana y vuelvo al comienzo de todo.
Hay día que puedo ser yo misma.
Y otros días en lo que no puedo mantenerme por mi propio pie.
Tengo días buenos, y días malos.
Mejores y peores.

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