Microrrelato 2: Dile que la quiero

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Temática: Relato histórico.
Final de la Guerra Civil española.
Año 1938. Utrera (Sevilla)

María, la única hija nacida fruto del matrimonio de sus padres, había crecido en un pequeño cortijo con sus otros cuatro hermanos.

Aunque provenía de una familia acomodada, y por suerte nunca había faltado la comida en la mesa, sus días de trabajo en el campo le habían provocado tantas grietas en sus manos, que poco se diferenciaban de las de la servidumbre.

Dado que tuvo que defenderse de las bravuconadas de sus hermanos mayores, su personalidad se fue construyendo tan fuerte como una torre de defensa. Nunca le había gustado holgazanear, y aunque regalaba a sus padres momentos donde únicamente cultivaba el intelecto, también participaba en los quehaceres domésticos y ayudaba a mantener el hogar.

Ávida lectora, algunos fines de semana se reunía con sus amigas en una conocida biblioteca de la zona, para llevarse libros a casa y aprender sobre un mundo que de otra manera jamás habría conocido.

— Ese mozo te está mirando, María — Le susurró una de sus amigas, asegurándose de que nadie más la escuchaba.

Un rubor tiñó de rojo su rostro y dirigió sus ojos hacia donde le señalaba su amiga. Un desconocido de buen porte y pelo ligeramente canoso inclinó su cabeza a modo de saludo. Ella retiró la mirada de inmediato y dejó escapar una risa nerviosa.

— Deben de ser imaginaciones tuyas — Arguyó, tratando de evitar hablar del asunto.

Su amiga no volvió a insistir y aquella tarde regresó a casa con un pequeño pellizco de emoción en su corazón, preguntándose quién sería aquél desconocido.

Sin embargo, unos días después, volvió a encontrarse con el desconocido al regresar de comprar comida con su madre en el mercado del pueblo.

Ese dia se internaron en un parque y un niño de aproximadamente cinco años de edad les impidió el paso, esgrimiendo un ramillete de flores silvestres en sus manos.

— Un regalo para ustedes, señoras — Dijo en voz alta el chiquillo, como si estuviera recitando una frase recién aprendida.

Su rostro era redondo y sus ojos de un color verde intenso. La fisionomía de su rostro le recordó de inmediato a la del hombre misterioso, por lo que rápidamente lo buscó con la mirada por las inmediaciones.

— Oh, eres muy amable — Contestó su madre.

Mientras su madre agradecía el regalo al niño y se despedía de él, María consiguió averiguar el lugar donde se ocultaba el desconocido. Esta vez estaba sentado en un banco junto a una zona de columpios infantiles.

El hombre de pelo canoso la saludó sutilmente, con un gesto que empezaba a volverse familiar, inclinando la cabeza. Luego, se levantó para marcharse. Curiosamente, el niño que les había regalado las flores, le dio alcance y se agarró a una de sus manos con confianza, por lo que intuyó que los unía una especie de lazo familiar.

La siguiente vez que se coincidieron fue en una cafetería. Se sentaron en mesas contiguas, lo cual hizo que la tarde apacible que María iba a pasar con sus amigas, se volviera un poco sinuosa. Sus miradas se cruzaron un par de veces y ella no sabía donde meterse. Era un hombre apuesto, pero no debía olvidar que tenía un niño y probablemente hubiera una mujer esperándole en casa. De ningún modo le concedería el derecho de  alterar sus sentimientos.

Cuando se despidió para volver a casa, vio que el hombre también se levantaba de su mesa con el niño agarrado a una de sus manos. Abonó rápidamente la cuenta, y se dispuso a seguirla.

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