XX

375 27 0
                                    

○Nakahara Chuuya es el tipo de padre que...○

|Vendería a su hija por algo de vino|

—¡Adiós, papi!—dijo la menor alegre.

El pelinaranja le sonrió de vuelta y luego miró a su reciente compra.

—¡Eres mi mejor inversión!

—¿Que esa cosa es qué?—rezongaste a tan solo tres pasos de distancia.

—Que ya voy a recuperar a nuestra niña. Sí, eso—avisó mientras un sudor frío le recorría la nuca.

Sí, isi—arremedaste—Más te vale traerla de regreso—le pegaste una nalgada y le arrebataste la botella de vino.

—Sí, mi vida. Ya voy.

|Siempre busca tener un espacio libre para su familia|

—¡Te lo encargo!—gritó el chico buscando la salida más cercana.

—¡Sí! Adiós, Chuuya-san.

Tras salir del edificio y dirigirse a su casa pasó por el pan, la leche y los huevos que sabía faltarían en su hogar. Luego de su rápida compra llegó a casa.

—¡Llegué!—avisó en la entrada de su hogar.

Pero solo el silencio le dio la bienvenida.

Eso le alarmó. Su único miedo era que ustedes no estuvieran cada que llegara de regreso a casa. Siempre estaba esa espinita en su corazón punzando una y otra vez que volvía del trabajo. Su mente se nubló por un segundo.

Le costó mucho mantenerlos en secreto de sus asuntos para que en un día y de la nada le arrebataran lo más preciado para él.

Al acercarse más a lo que era la sala se topó contigo y su hijo durmiendo en el sofá. Eso quitó el peso de sus hombros, se sintió muchísimo más aliviado al ver que estaban bien.

Habían planeado dormir allí esa noche, viendo la serie del perrito de nombre Coraje y sus temibles capítulos para niños.

Su hijo era un niño de terror. Le gustaba mucho ese género. Igual que tú, su madre. Suspiró y guardó las compras en sus respectivos lugares. Se sentía mucho más aliviado ahora que escuchaba sus respiraciones.

Regresó a la sala y se sentó a tu lado. Observando tus facciones dormidas y las de su hijo peleando entre sueños.

La verdad es que Chuuya no pensaba tener una familia con su trabajo. Coexistiendo entre sí y funcionando a la perfección. Pero eras tú. Te las arreglabas de una u otra forma siempre. No eras una princesa de Disney que necesitaba a su príncipe todo el rato con ella.

—Papá... no muerdas a mamá...

Él parpadeó un par de veces, analizando lo que su hijo había murmurado. Chuuya se preguntaba si su hijo era conciente de lo que muchas noches intentaban hacer.

|Olvidaría que su hija es mujer|

—¿Y esa mancha roja?—se preguntó Chuuya.

Recogió el suéter de su hija y lo puso en la lavadora, a punto de lavarlo con lo demás.

—¿¡Quién se llevó mi suéter!?—cuestionó su niña en la sala.

—Está aquí a punto de lavarse con lo demás—respondió Chuuya.

—¡Pero...-!—la niña corrió y le arrebató su suéter—Papá, esto lo lavaré por mi cuenta.

Mozzafiato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora