Prólogo

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A la Luna le encantan las historias de amor, por eso mismo creo a las Almas Gemelas, para que a las pobres criaturas humanas se les hiciera más fácil ser felices, sin embargo, la humanidad es cruel y manchó el puro regalo que la bella Diosa les ha...

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A la Luna le encantan las historias de amor, por eso mismo creo a las Almas Gemelas, para que a las pobres criaturas humanas se les hiciera más fácil ser felices, sin embargo, la humanidad es cruel y manchó el puro regalo que la bella Diosa les había hecho. Pues en su ignorancia no entendían la conexión regalada y al sentirse tan unidos a otra alma la rechazaban de inmediato, "es anormal" decían algunos. Llegaron incluso a compararla con una maldición. Sin saber que la verdadera maldición acababa de dictarse.

La bella Diosa se presentó en el palacio imperial una noche calurosa, era la primera y última vez que se dignaría a pisar la tierra y consigo no traía nada bueno. El emperador la recibió con los brazos abiertos, regodeándose del honor que le causaba tener a la Diosa en su bello palacio. Sin embargo, la Luna no lo miró, analizo el salón de banquetes, a las criadas, a los guardias y a la misma emperatriz que estaba media oculta detrás de su esposo.

El emperador la invitó a sentarse, pero ella no se movió, por vez primera miro al emperador y con voz demandante preguntó:

—¿Dónde está, A-Ming? —el emperador se tensó tras el nombre y la emperatriz miro hacia otro lado apenada—. Te pregunté donde está él, responde.

El emperador bajó la mirada a sus manos, que sostenían un fino abanico que no dejaba de temblar.

—Te di un Alma Gemela el día que naciste —la voz de la Diosa era suave, casi benevolente, pero en su mente maquinaba un castigo que ni la decendencia imperial podría olvidar. Ella sabía que A-Ming no estaba allí, sabía que ni siquiera era parte de ese plano ya.

—Volveré a preguntar —Luna miró a la emperatriz a los ojos, logrando que estos se empañaran junto con su conciencia, era un truco sucio, pero si debía sacar la verdad a la fuerza lo haría—. ¿Dónde está A-Ming?

—Muerto —la emperatriz respondió de forma automática. El emperador volteo a mirarla, pero en su garganta quedó cualquier regaño que fuera a darle, pues al mirar los ojos nublados de su esposa y el frio sudor que cubría su piel. Supo que era obra de la Diosa.

—¿Quién lo mató? —siguió preguntando la Luna a pesar de ya saber la respuesta.

—El emperador —contestó la mujer.

—¿Cómo lo mataron? —el emperador sudaba frio, no podía hacer que su esposa dejara de hablar y estaba seguro que la Diosa no tendría benevolencia. Solo necesitó de un pequeño movimiento de mano, para que un guarda atravesara el pecho de la emperatriz y las palabras murieran en su garganta.

Luna miró al emperador y sintió asco, un hombre con tanto poder y de ambicionas tan vagas y egoístas no merecía vivir. Pero la muerte sería un castigo demasiado rápido, chasqueo los dedos y el cuerpo muerto de la emperatriz desapareció con la luz de la luna que entraba por la puerta principal.

—No crea que puede mantenerlo en secreto, Emperador —la Diosa metió sus manos dentro de sus largas mangas y retrocedió hasta el centro del salón— Yo sé como mataste a tu Alma Gemela. Me miró y rezó hasta que su conciencia fue hecha cenizas.

La Maldición de las Almas GemelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora