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— Mírame.

Litzy levantó la mirada del plato y dejó de masticar su desayuno para contemplar a Lion por unos segundos.

— No te quiero cerca de él.

— No sé quién es él. — formuló dejando de lado su apetito mientras cruzaba los brazos sobre la mesa.

— No te quiero cerca de nadie.

— Bien. — dijo alejándose de él.

— ¿Qué haces? — preguntó confundido y levemente irritado.

— No me quieres cerca de nadie. Tampoco estaré cerca de ti. — murmuró subiendo a su habitación.

— ¡Litzy! — gritó su hermano golpeando la mesa con los puños.

Ajetreó sus pasos para encerrarse bajo seguro al sentir la presencia de Lion siguiéndola.

— ¡Litzy abre la puerta!

Ella se dignó a sentarse en el suelo en una esquina cerca del escritorio y cubrió sus oídos haciendo audible, sus insultos interrumpidos por el silencio aturdido de la voz.

Un pitido constante hizo que levantara la mirada y se encontrara con una pared falsa que guardaba su cuchillo.

— ¡Abre la maldita puerta!

En su cabeza, una canción de heavy metal comenzó a reproducirse en su máximo volumen hasta que caminó a la pared y corrió uno de sus tantos dibujos, para encontrarse con el filo brillante que pertenecía a una empuñadura de madera pulcra color caoba.

Hermano... Lion... ¿Quieres jugar...?

Los golpes sobre la madera cesaron y se escucharon los pasos subir y bajar de manera constante por las escaleras.

Hermano... Hermano... ¿Vienes por mí o voy por ti...?

Una risa estrepitosa se oyó salir de su garganta, haciendo eco en las paredes huecas de la casa.

Recobró la compostura por unos segundos y su vista se llenó de lágrimas.

¿Por qué lloras? ¿No te hago FELIZ?

Litzy negó mirándose al espejo y jugó con su cabello negro hasta terminar arrancando ciertas partes de él.

Caminó dos pasos más y el cuchillo se clavó en el vidrio que reflejaba su imagen para comenzar a desprenderse del portador de madera clara.

Él golpea...

No.

Él maltrata...

— No... — lloró bajando la voz para que Lion no escuchara.

Juega con sus manos... Hasta desangrarlas...

Esa canción terrorífica comenzaba a apagar el sonido a su alrededor para escuchar la penumbrosa letra de odio que surgía de sus labios con una voz incierta, dulce y desconocida.

Sal a la calle... Mmm.
Dibuja ríos de sangre.
Hasta que corran... Mmm.
Y sus voces callen.

Se dejó caer en el suelo golpeando sus rodillas bajo el peso de su propio cuerpo y volvió a cubrirse los oídos, aún sosteniendo el cuchillo entre sus manos.

Juega con sus manos... Hasta desangrarlas...
Arranca la piel... Su sangre es dulce, como la miel...

— Como la miel... — repitió dibujando una línea recta sobre el pómulo de su mejilla.

El líquido se deslizo hasta sus labios pálidos por la opresión de su mandíbula al negar su naturaleza.

Litzy abrió su boca, llevando sus papilas gustativas más afuera de lo permitido para beber el néctar cálido y dulce de la sangre que testimoniaba el corte de un cuchillo.

Otra risa estrepitosa se volvió a oír, en el silencio agonizante y deprimente de la habitación.

Hasta que detrás de la puerta, los golpes comenzaron a resquebrajar la madera.

O B S E S S I O NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora