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PRIMERA PARTE: ÍGNEO

Ígneo: de fuego o que tiene la naturaleza del fuego.

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GABRO

Día nuevo, piedra nueva.

La de hoy es un pequeño gabro con forma de trapecio y áspero al tacto. Veo cómo sobresale de la verja que separa nuestro jardín del de los vecinos y me agacho a cogerla. Una gota de lluvia se desliza por la roca de color gris oscuro y aterriza en mi muñeca, sobresaltándome. Aprieto la piedra contra la palma de la mano. Piedra 3621.

A pesar de su ligereza, el gabro parece hacerse más pesado a medida que le cuento cómo me ha ido el día, mi último día en primaria. No ha sido nada del otro mundo: he dicho adiós a mis profesores y me he despedido con unos cuantos choques de manos de los compañeros que el año que viene se irán a St. Patrick o al instituto Scott. Me meto la piedra en el bolsillo y respiro hondo, absorbiendo el aroma de las magnolias que crecen a ambos lados de la calle. Hoy huelen distinto, huelen al principio del verano.

Mi casa aparece frente a mí mientras me quito la mochila del hombro y compruebo el buzón. Ya han recogido el correo. Abro la verja del jardín, que chirría en sus goznes, casando a la perfección con el aspecto desvencijado de la valla y con las flores silvestres que pisoteo al atravesar el jardín delantero. La hiedra trepa por las columnas de madera del porche y sube hasta el tejado, dando a nuestro hogar la apariencia de una casita de campo. Pequeña y acogedora. Pero algo no está bien. La puerta está abierta, sujeta por una caja llena de utensilios de cocina y...

Un lloriqueo. Acelero mis pasos en dirección al sonido.

Mi hermana mayor, Minseo, está sentada en el extremo más alejado del porche, acurrucada contra la pared lateral de la casa. Lleva un vestido de tirantes rojo y se tapa la cara con ambas manos.

—¿Minseo? —Dejo caer la mochila en el destartalado camino de entrada. Sus lágrimas caen sobre las sandalias romanas que lleva puestas—. ¿Qué ha pasado? —Me agacho, poniéndole las manos en las rodillas. Sus ojos cafés se parecen a los míos. Tienen un toque color avellana y uno de ellos es ligeramente más claro que el otro; solo un poco, pero lo suficiente para que la gente se dé cuenta. Pero hoy, cuando parpadea, la noto distinta. Tiene la piel alrededor de los ojos hinchada y

enrojecida, y el rímel que tiene prohibido usar se desdibuja en sus mejillas como elaboradas telas de araña.

Abre la boca y la cierra de nuevo, y otro sollozo la atraviesa. No sé qué hacer. Es mi hermana mayor y es ella la que, por regla general, tiene que consolarme a mí. Le pongo la mano en el hombro y ella apoya la cabeza contra mi brazo, emborronándome la piel con sus lágrimas negras. Me hace cosquillas, pero no es el momento de decir nada.

—¿Ha...? —Trago con dificultad—. ¿Ha muerto alguien?

Ella niega con la cabeza y el alivio me ayuda a tragar saliva de nuevo. Me echo un poco hacia atrás. Si nadie ha muerto, puedo con lo que sea. ¿La habrá dejado su primer novio? Aunque cortar con ella dos días antes de su décimo cuarto cumpleaños... Yo solo tengo doce años, pero que te dejen así tiene que ser una mierda.

Minseo se sorbe la nariz, como intentando reponerse. Se limpia las lágrimas con la mano y el rímel se le extiende por las mejillas, creando una especie de bigotes de gato.

—Nuestro hogar se derrumba, Mingyu —dice, y todo pensamiento sobre gatos se evapora de mi mente de inmediato.

La caja con las cosas de cocina de la puerta adquiere ahora un nuevo significado.

Te quiero - MinwonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora