treinta

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RUBÍ

Su piedra de nacimiento.

Dicen que los rubís te hacen recobrar la juventud y te llenan de vitalidad.

Quien diga eso, miente.

Seulgi muere dos semanas después.

ZAFIRO

En el funeral, toda la familia quiere dedicar unas palabras a Seulgi.

Mi padre está junto al ataúd y lee en voz alta una carta que Seulgi le escribió cuando él tenía dieciocho años y estaba viviendo en Estados Unidos.

—Es una carta muy corta —dice, sonriendo al papel, ya amarillento, que tiene en la mano—. Me la mandó por correo aéreo. —Traga un par de veces con dificultad—. Dice: «Te echo de menos».

Levanta el papel y añade:

—Eso es todo, solo esas cuatro palabras.

Se gira hacia el ataúd y desliza la mano por la tapa que lo cubre. Su sollozo silencioso hace que todo su cuerpo se estremezca y, cuando habla, es como un gorjeo:

—Yo también te echo de menos. Te quiero.

Minseo llora a mi lado y yo le aprieto la mano con más fuerza. Wonwoo está a su otro lado y también están cogidos de la mano.

Pero mi hermana se separa de nosotros para ir a buscar a mi padre y traerlo de vuelta al banco. Wonwoo lo abraza, pero sus ojos se encuentran con los míos por encima de su hombro.

Minseo se aclara la voz y le habla al micrófono:

—Durante bastante tiempo, Seulgi y yo no nos llevamos bien. Yo no paraba de apartarla de mi lado y me negaba a aceptar que era alguien importante para mi padre. —Nos mira, deteniéndose un poco más en papá—. Lo lamento muchísimo. Lamento no haberla valorado cada segundo que la tuvimos. Era una mujer lista, divertida e inteligente y ojalá hubiera estado más tiempo con ella. Nadie puede saber lo que el futuro nos deparará. Seulgi me ha enseñado a apreciar cada día y a amar con todo el corazón.

Wonwoo es el siguiente, pero él no habla. Wonwoo canta y toca el piano que hay al otro lado del ataúd. U2. Porque era su grupo favorito.

Al terminar la canción, toda la iglesia suspira a la vez. Cuando Wonwoo no se levanta de la banqueta, me seco las lágrimas y me acerco a él. No lo obligo a levantarse; me siento a su lado y le paso la piedra que he traído conmigo. Un zafiro.

—Es su favorita —le susurro al oído. Él la aprieta con fuerza.

Sentado ahí, frente a un mar de vestidos y trajes negros, me saco mi discurso del bolsillo y recoloco el micrófono que ha usado Wonwoo.

Noto su calor a mi lado mientras echo un vistazo a las notas que me he escrito. Fijo los ojos en ellas, pero no soy capaz de leer ni una sola letra. Miro a los asistentes y me centro en mi padre y en Minseo.

Wonwoo se ha echado hacia delante, apoyando los brazos en los muslos, y está mirando la piedra.

Sus lágrimas brillan al caer sobre las teclas del piano.

—No era mi madre.

Mis palabras resuenan a través de los altavoces y llegan a los últimos bancos de la iglesia, donde las vidrieras resplandecen rojas y amarillas.

Cierro los ojos y rezo. Hoy creo en Dios. Hoy creo que Seulgi puede oírme.

—No eras mi madre —repito—, pero también eras mía.

Te quiero - MinwonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora