veinticuatro

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ARGILITA

Argilita. Los cimientos de Nueva Zelanda.

Deforme. Fracturada. Llena de venas. La argilita ha soportado trescientos millones de años de movimientos tectónicos y Zach y yo conducimos ahora sobre su superficie de camino a un concierto en Auckland.

Hemos hecho una parada en New Plymouth, para visitar al primo de Zach y ahora estamos de nuevo en la carretera, conduciendo por la costa con las ventanas bajadas. La brisa marina, con su olor a sal se va tornando poco a poco en algo más terroso... Es el aroma de las ovejas en las montañas.

Cambio de marchas y tomo una curva cerrada. Más montañas cafés llenas de miles de ovejas esquiladas. La luz del sol nos deslumbra a través del cristal y Zach y yo bajamos a la vez nuestros parasoles.

Zach saca mis gafas de sol de la guantera y me las pasa. No dice nada. De hecho, lleva todo el viaje moviéndose y cambiando de posición, inquieto.

Le sonrío para calmarle, a pesar de que yo también empiezo a ponerme nervioso. ¿Querrá decirme algo? ¿Creerá que estamos mejor como amigos? El pensamiento me disgusta, porque Zach me importa. Es divertido, es dulce y es buenísimo en la cama.

Él cambia de posición de nuevo, tirando del cinturón de seguridad como si le estuviera ahogando.

—Mingyu —susurra. Y lo dice de forma tan suave, que me pone más nervioso.

Un escalofrío me recorre el cuerpo, haciendo que se me acelere el corazón y se me revuelva el estómago. ¿Y si quiere más? ¿Y si lo que quiere es hablar del futuro?

Zach se queda callado de nuevo, murmura algo y pone la radio en una emisora de rock clásico. Está sonando The First Cut Is the Deepest, de Cat Stevens y la letra de la canción me envuelve hasta que estoy dentro de ella por completo. La canción soy yo. La canción somos nosotros.

Quiero a Zach a mi lado.

Incluso aunque no sé si puedo volver a amar de nuevo.

Me subo un poco más las gafas de sol para que no pueda leer mi expresión y durante la media hora siguiente estoy perdido en mis pensamientos. Ni siquiera oigo la música. Me concentro en la carretera y en cómo la brisa se desliza sobre la hierba, haciendo que las montañas brillen como si estuvieran vivas, como enormes bestias cafés estirándose, a punto de levantarse.

Y puede que estemos conduciendo por su brazo, hasta su puño, donde nos aplastará y nos hará polvo junto con los recuerdos que parece que no puedo sacarme de la cabeza.

Como aquella vez que Wonwoo y yo cogimos su coche y nos fuimos a Kaitoke Regional Park para ver Rivendell y Wonwoo, tras respirar hondo, dijo: «Es como si en este lugar de verdad existiera la magia, no me extrañaría que, de repente, los árboles cobraran vida».

Reduzco la marcha y miro las manos de Zach: grandes, con las venas marcadas; le cojo la más cercana a mí y le doy un apretón.

Zach me importa. Me importa. Me importa.

«No me dejes», le pide mi voz interior.

«No me pidas que me quede a tu lado», suplica esa misma voz un instante después.

Juguetea con mis dedos unos segundos, antes de que yo aparte la mano para tomar la siguiente

curva. Y en ello estoy cuando la canción empieza a sonar.

—Apágala —le ruego.

Zach parece sorprendido:

—¿Qué? Pero si es buenísima.

Te quiero - MinwonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora