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Capítulo tres: Realidad

Capítulo tres: Realidad

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Draco Malfoy

—Draco.

La voz se había mimetizado con mis sueños. Mejor dicho, pesadillas. Dormir era una maldita mierda, porque sentía que las paredes se me caían encima. El dolor que me aguardaba en el pecho me ahogaba, como siempre.

—Draco, he vuelto.

Me incorporé, respirando tan frenéticamente que mis pulmones podrían haber dejado de funcionar. La habitación estaba oscura como siempre, uniéndose a mis pensamientos.

Siempre. Siempre era la misma pesadilla.

La veía a ella, con el cabello largo y rojo, corriendo hacia mí. Esbozaba esa sonrisa de incredulidad, lagrimeando por sus ojos desiguales. Distintos. Tenía un vestido que parecía largo y un corsé que parecía haber salido del siglo XIX, roto y despedazado. Me abrazaba, repitiendo que había vuelto. Que había regresado de aquella tarde donde le había pedido matrimonio, de rodillas frente a su sonrisa de felicidad. Que había regresado para que estuviéramos juntos, porque ella jamás se había ido.

Quería que su partida dejara de doler.

Era una herida de mierda que nunca sanaba. En mis más profundos sueños, quería verla a los ojos y quebrantar sus labios hasta hacerlos sangrar. Quería sentir sus dedos trazar corazones rotos sobre mis brazos. Ella era la fantasía de las heridas sobre mi piel. Su mirada me decía todo lo que sus deseos buscaban, reflejando los míos sobre su respiración. Anhelaba descansar mi mano sobre la piel de su pecho y sentir los latidos acelerados de su corazón. Odiaba amarla y amaba odiarla en cada una de sus facetas. Quería que me rompiera, quebrantara e hiciera pedazos porque nadie lo haría como ella. Ese sería el privilegio más deseado de mis pesadillas.

Cuando pasé una mano por mi mejilla, noté que había estado llorando. Las aparté, asqueado, como si me quemaran la piel. Me puse de pie, tan rígido y tenso que mis músculos temblaron. Fui a mojarme el rostro con agua fría, dándome un vistazo en el espejo. Me veía tan cansado que parecía muerto. Mis dedos pasearon sobre la ligera barba que había decidido dejar, más que nada porque mis pensamientos me consumían más de la mitad del día y no tenía fuerzas para preocuparme sobre ella.

Mientras el sol se colaba por las ventanas de la mansión, me vestí y bajé a la planta principal. Recuerdo que cuando mis padres dejaron la mansión, me quedé como el heredero. Pero me despojé de los elfos que llenaban la casa, ya que odiaba no tener la soledad que necesitaba.

La que quería tener, no la que ella dejó.

Aparté aquellos pensamientos y me acerqué al pasillo, con la varita en mano y desbloquee la puerta que los tenía divididos del mundo.

"The Little Dorks" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora