𝐈𝐗

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Capítulo nueve: Distracción

Capítulo nueve: Distracción

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Draco Malfoy

—Conozco este basurero —murmuré con indiferencia.

—Casi todos los hijos de los Sagrados lo conocemos.

Thomas fue el primero en ingresar, empujando la puerta de madera casi podrida y vieja. La diminuta campana sonó para nuestra llegada, pero el lugar parecía inhabitable. Objetos chatarra se esparcían por toda superficie existente. Ambos compartimos una mirada rápida antes de que una cabellera rubia quitara un objeto colgante de las escaleras. Y, sin mucho énfasis, supe distinguir el símbolo de las reliquias de la muerte.

—¿En qué puedo ayudarlos, señores? —Una joven apareció de ellas, acercándose para hacer una reverencia inocente.

—Buenas tardes... —asintió Riader.

—¿Linna, quiénes...? —Un hombre mayor, de barba y cabello canoso, salió del umbral a nuestra izquierda, quedándose pasmado al observarnos—. Oh... Mis disculpas, señores. Eterno respeto a la oscuridad de nuestro pueblo —llevó una palma a su pecho e hizo una reverencia—. Hija, ¿por qué no subes...?

Intentó ocultarla, procurando que sus dedos no temblaran al hacerlo.

—Pero... —protestó.

—Buscamos al testigo del supuesto intercambio en la colina. Al norte de la sombra —interrumpí.

El hombre frunció el ceño profundamente, luego la observó a ella.

—Sí, yo advertí del intercambio —empujó la mano débil de su padre para poder tomar el paso hacia nosotros.

La rubia no debía tener más de quince años.

—¡No! —se exaltó él—. Digo... No, hija. No es necesario.

—Sé lo que hago, padre —asintió hacia él con determinación—. He observado un atajo ilegal que no debería desobedecer las reglas de nuestro Señor. Tenía que reportarlo.

Me giré hacia Thomas, que la observaba con otra mirada. Supuse que le recordó a Alex.

—Acompáñenme, por favor —señaló ella, dirigiéndose al umbral del que se había presentado el dueño.

Una pequeña sala apenas iluminada, demostraba sus buenos años de deterioro. Había una mesa en el medio que tenía tres sillas y un mantel a cuadros. Algunos muebles desprendían humedad y las ventanas permanecían cubiertas como si un apocalipsis hubiera atravesado el pueblo. Y era cierto.

—Con permiso —asentí.

—Tomen asiento, por favor —señaló los lugares sobrantes—. Puedo traerles agua o lo que precisen.

—No, gracias —contestó Riader—. Estamos bien.

—Bien, déjenme presentarme. Mi nombre es Evelinna Zarahi, deseo eterna oscuridad a nuestro pueblo.

"The Little Dorks" 𝓐𝓷𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼 𝔂 𝓟𝓸𝓬𝓲𝓸𝓷𝓮𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora