III

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Luca apenas se había puesto shorts en su vida, pero esa noche le pareció apropiado. No quería llevar algo demasiado recargado cuando el calor había subido a casi treinta y cinco grados, así que acabó escogiendo unos pantalones cortos y una camisa con estampado de margaritas porque sabía que a Alberto le gustaban esas flores.

Cuando se plantó ante el espejo preguntándose si debía ponerse alguna joya recordó la perla ovalada que le había regalado Alberto en su graduación. Sólo se la ponía en ocasiones especiales y esa noche le pareció una de ellas.

En cuanto estuvo listo, sintió otra oleada de aprensión. Si Alberto había aceptado su plan, debería estar más calmado a esas alturas, pero aquel plan era demasiado excitante incluso con la ayuda de Scorfano.

Su bungalow alquilado no estaba muy lejos del pueblo y decidió ir andando para aplacar un poco los nervios. Se puso las gafas de sol, se colgó el bolso y salió. En cuanto hubo recorrido una manzana comprendió que había cometido un error. Llegaría al restaurante más asado que el rollo de carne.

Alberto aparcó frente al Machiavello cuando Lu pasó ante la farmacia a dos manzanas más allá. Mientras caminaba, Luca lo observó saltar de la furgoneta polvorienta. Pero él llevaba una camisa limpia y un sombrero de color gris que nunca le había visto.

Estaba condenadamente atractivo, con aquellos fuertes muslos encasquetados en los vaqueros y la espalda acentuada por la bonita camisa vaquera gris. Bastante a menudo, en los años que hacía que lo conocía se había encontrado pensando que su amigo era muy guapo, pero últimamente no le había pasado. Lo estaba notando de nuevo en ese momento.

Quizá le estuviera afectando toda aquella lectura. De repente, se encontró pensando qué tipo de amante sería Alberto, pero apartó la idea con rapidez. No debería tener aquel tipo de pensamientos acerca de él. Alberto se horrorizaría si se enterara.

Como si hubiera sentido sus ojos clavados en él, Alberto se dio la vuelta antes de entrar en el café.

—¿Se te ha estropeado el coche?

—He decidido venir andando.

—¡Pero si estamos en junio!

—Ya me he dado cuenta. Tengo que admitir que tengo un poco de calor.

Al acercarse, Luca olió su loción de afeitar y vio que no tenía barba. Por algún motivo, el hecho de que se hubiera afeitado para él le produjo un cosquilleo en el estómago.

Alberto lo miró de arriba abajo tras las gafas y sacudió la cabeza.

—Pensé que te había enseñado algo. Ahora, después del paseo, ese aire acondicionado helado te sentará fatal.

—¡Por Dios! Pareces mi madre. ¿No podrías al menos haber dicho que me queda bien este conjunto? Me lo he puesto porque sé que te gustan las margaritas.

—Te ves bien, pero vas a pillar un resfriado.

Cada vez más irritado, comprendió que en secreto había esperado la típica reacción de las películas cuando un chico que es un poco torpe aparece con ropa fuera de lo que convencionalmente usaría.

Alberto abrió la puerta para Luca y las campanillas sonaron.

—Mira, si vas a mantener esa actitud, quizá sea mejor que nos olvidemos del asunto.

—¿Y entonces qué?—parecía que peleaban.

Se sostuvieron la mirada un momento hasta que les llamaron la atención.

—¡Eh, ustedes dos! No queremos refrigerar a todo el pueblo—gritó Lola, la camarera que llevaba toda la vida trabajando en el Machiavello.

Alberto dejó que la puerta se deslizara y se dio la vuelta hacia Luca con expresión impasible

Proyecto de Verano - Luca & Alberto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora