VI

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A la tarde siguiente, mientras Luca sacaba la carga de bolsas que traía de Genova; su vecina, Bianca Branzino llegó corriendo con un jarrón de una floristería lleno de margaritas. Luca escondió con rapidez bajo el asiento la bolsa de una conocida tienda de lencería.

–Las guardé en mi casa para que no se te marchitaran en el porche.

–Muchas gracias, Bianca.

Luca miró las flores amarillas y blancas que sólo podían venir de una persona.

–Ni siquiera eran de la tienda de Portorosso. Venían de una gran floristería de Genova. ¿Te puedes imaginar? El precio del transporte debe haber sido una barbaridad.

–Seguro.

Al menos Alberto había tomado algunas precauciones, pensó Luca. Estaba encantado de que le hubiera mandado las flores, pero ahora tendría que buscar una excusa para contarle a Bianca. La mujer no pararía hasta saberlo.

–Debe de hacer cuarenta grados aquí al sol –dijo para ganar tiempo–. Vamos a la sombra del porche.

Dejó el jarrón en la barandilla del porche y se volvió hacia Bianca con la primera mentira que se le ocurrió.

–Deben de ser de mi nueva directora del colegio de Venecia.

—¿De verdad? ¡Qué detalle! No creo que al señor Visconti se le ocurriera nunca mandar flores a un nuevo empleado. Las cosas deben de ser muy diferentes por allá.

Bianca miró la tarjeta con ganas de que Luca la abriera. El sobre no estaba cerrado, pero Luca no creía que su vecina lo hubiera leído.

Resuelto a convencerla; sacó la tarjeta del sobre. Por suerte, Alberto había acudido en su ayuda. La misteriosa tarjeta sólo decía:

Te deseo lo mejor al explorar nuevos mundos. A.

Luca sabía a qué mundos se refería Alberto, todos relacionados con la cama que estaba a punto de decorar.

—Sí, es de mi directora—dijo mientras se la enseñaba.

–¡Qué amable enviarte un ramo así! Aunque hubiera pensado que las rosas o los claveles serían más apropiados.

—A mi directora le gustan las margaritas.

Bianca asintió.

—¿Has estado de compras?

—Sí, he comprado algunas cosas para el viaje.

Y sería un viaje de cuidado considerando lo que había comprado ese día. Pensó que Alberto quedaría encantado. Quizá más que encantado. Lo cierto era que quería que se le hiciera la boca agua.

–¿Cuándo piensa Lionel poner el cartel de alquiler en el jardín?

—No creo que lo haga hasta dentro de un mes. Pero es muy selectivo con la gente a la que se la alquila, así que no te preocupes. Tendrán buenos vecinos.

—Supongo, pero te echaré de menos de todas formas.

—Yo también, Bianca.

Luca se acomodó el pelo de la nuca y la frente. Incluso a la sombra del porche hacía bastante calor, pero si invitaba a pasar a Bianca podría tardar otra hora en irse. Era una mujer encantadora y en cualquier otro momento no le hubiera importado, pero estaba ansioso por meter sus compras dentro antes de que alguien se fijara en la bolsa de la lencería o de las sábanas de satén.

—Tu madre se va a quedar seca de llorar cuando te vayas.

—Ya lo sé. Seguro que yo también lloraré. Pero tengo que extender las alas, Bianca. Es mi oportunidad.

Proyecto de Verano - Luca & Alberto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora