Capítulo 3: Natsukashii.

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Sábado 20/1/2008

California - 20:30 p.m.

Sonreí al terminar de contar hasta diez y girarme. Hayley había tenido 10 segundos para esconderse en alguna parte de la casa. Ella siempre se escondía en sitios poco comunes, así que tenía que buscarla bien para no perder esta partida.

―¡Te voy a encontrar, Hayley!―dije en voz alta para avisarla de que iba a ir a buscarla.

Inspeccioné la planta baja primero, buscando en los sitios donde normalmente nos escondíamos tanto ella como yo. Detrás del sofá, bajo la mesa, tras la estantería, en la cocina e incluso miré dentro del baño. Ni rastro de Hayley.

Decidí entonces subir las escaleras, pero antes de llegar a los últimos escalones la oscuridad me hizo bajar el ritmo y borrar la sonrisa que había en mi cara. No me gustaba nada la oscuridad. No saber lo que había a mi alrededor era algo que me daba verdadero terror y Hayley lo sabía perfectamente. Desgraciadamente el interruptor para encender la luz estaba en el otro lado del pasillo y no podía llegar a él sin pasar por las sombras. Además, que yo no viese nada le daba ventaja para tener un mejor escondite. Hayley siempre ha sido muy lista.

―Muy graciosa Hayley―murmuré arrugando la frente.

Respiré hondo un par de veces y avancé hacia el pasillo de la planta superior con lentitud extendiendo las manos hacia el frente para evitar chocarme con una pared o algún mueble.

Empecé a notar los latidos de mi corazón en mis oídos y la madera crujiendo bajo mis pies era lo único que se escuchaba en toda la planta. Estaba temblando. En ese momento juré devolvérsela a Hayley. Le daría un susto o le haría alguna broma de mal gusto en cuanto tuviera la oportunidad. Se iba a enterar por hacerme pasar este mal rato.

―¡Ah!―gritó alguien saliendo de la puerta del baño que había a mi derecha.

No pude evitar gritar de vuelta y sobresaltarme. Se me congeló la sangre. Dejé de respirar por un momento, pero entonces ví a mi hermana riéndose a carcajadas y la ira reemplazó al susto.

―¡Hayley!―grité dándole un empujón y derramando algunas lágrimas por el susto.

―Tendrías que haber visto tu cara―dijo riéndose aún más.

Había hecho esto a propósito para reírse de mí, y la verdad es que no me hacía ninguna gracia.

―¡No te rías!―dije enfadada dándole otro empujón, pero más fuerte que el anterior.

―¡Oye! No me pegues―me respondió dejando de reírse y empujándome a mí.

―¡No hace gracia! ¡Y deja de empujarme!―le respondí empujándola de nuevo.

―¡Pero si has empezado tú!―dijo agarrandome de la ropa para sacudirme fuertemente

―¿Qué está pasando aquí?―era la voz de papá, que estaba observándonos con una mirada severa desde la escalera que yo acababa de subir. Al escucharlo, Hayley me soltó y miró hacia donde se encontraba.

―Ha empezado Harper―replicó ella, enfadada.

―Tú eres la que me has asustado primero―respondí mientras fruncía el ceño.

―Vamos al cuarto a solucionar esto―dijo tras un momento de silencio―. Iros cada una a vuestra cama.

―Pero si yo no he hecho nada―añadió rápidamente mi hermana.

―He dicho que ahora lo hablamos en el cuarto―respondió serenamente papá.

Siempre se tomaba todo con calma, eso es lo que más me gustaba de él. Sabía resolver los problemas con tranquilidad, no como los padres de mis amigas, que se alteraban y gritaban. La mayoría de las veces las castigaban, pero mi padre no era así. Él prefería que aprendiéramos de nuestros errores y que intentáramos no repetirlos haciéndonos entrar en razón.

Así que hicimos lo que nos dijo papá, nos metimos cada una en nuestra cama y esperamos a que viniera mientras nos sacábamos la lengua mutuamente hasta que el sonido de la puerta abriéndose nos hizo parar. Papá cogió una silla bajo nuestra atenta mirada y se sentó entre las dos camas.

―Os voy a contar una historia. Cuando acabe quiero que me digáis que habéis aprendido del cuento. Así que prestad atención. ¿Vale?―preguntó y nosotras asentimos a la vez.

Papá se inclinó hacia adelante como si nos fuera a contar un secreto y comenzó a relatarnos la historia. No pude evitar sonreír un poco y acurrucarme en la cama.

―Erase una vez, un hombre que tenía dos hijas muy curiosas e inteligentes. Estas siempre le estaban haciendo preguntas porque querían saberlo todo. Al principio era fácil responderlas, pero las niñas tenían aún más dudas conforme iban creciendo. Un día, incapaz de responder a sus difíciles preguntas, el padre decidió llevarlas de vacaciones a vivir con un sabio. Este vivía en una alta colina y era capaz de responder a todas las preguntas habidas y por haber, pero las niñas eran muy pedantes y empezaron a buscar la manera de hacer que el sabio se equivocara.

―¿Qué significa pedante?―pregunté sin querer interrumpirlo. Mi padre me sonrió.

―Una persona pedante es alguien que presume de que tiene muchos conocimientos o que cree que los tiene. Es como un listillo―me explicó tranquilamente.

―¿Pero pendantes no eran las cosas que se cuelgan en las orejas?―preguntó mi hermana desde su cama. Ella estaba acurrucada en la misma igual que yo y estaba señalando la pequeña perla que había en su oreja.

―Eso son pendientes―aclaró papá y mi hermana asintió levemente―. ¿Puedo continuar?

―Sí―dijimos a la vez mi hermana y yo.

―Gracias. "¿Cómo podemos engañar al sabio? ¿Qué podemos preguntarle que no sea capaz de responder?" preguntó la hermana pequeña. "Espera aquí. Creo que tengo una idea" respondió la hermana mayor. Entonces salió al campo y regresó al cabo de una hora. "¿Qué tienes ahí?" le preguntó la hermana pequeña a la hermana mayor al ver que tenía su delantal cerrado a modo de saco escondiendo algo. La hermana mayor sacó una bonita mariposa azul del saco dejando a su hermana pequeña asombrada. "¿Qué vas a hacer con ella?" le preguntó acto seguido. "Iremos en busca del sabio y le preguntaremos si la mariposa que hay en mi mano está viva o muerta. Si responde que está viva, la mataré apretando la mano. Si dice que está muerta la dejaré libre. Así su respuesta siempre será errónea".

―Qué buena idea―dijo Hayley interrumpiendo de nuevo a mi padre, el cual volvió a sonreír.

―Pero pobre mariposa―solté mirándola.

―Ahora veréis lo que pasa―dijo papá para continuar la historia―. Fueron las dos juntas a preguntarle al sabio sobre el estado de la mariposa, pero el sabio entonces respondió con una amplia sonrisa: "Depende de ti. Ella está en tus manos".

―¿Ya está?―pregunté al ver que mi padre se quedó en silencio.

―Pues no lo entiendo―dijo Hayley tras ver que papá asintió.

―¿Cuál creéis que es la moraleja?―preguntó mirándonos primero a una y después a otra.

―Que los sabios son muy listos. Nunca se equivocan―dije no muy segura al ver que ninguna de las dos decía nada.

―No―dijo mi padre con una sonrisa comprensiva―. La moraleja es que el futuro no se puede predecir tan fácilmente. Cada persona toma las decisiones en base a lo que cree para escribir su propia historia y después debe hacerse cargo de las consecuencias, aunque no sepas cuales pueden ser. Si Hayley ha decidido darte un susto sabiendo que te da miedo la oscuridad, ahora ella tiene que darse cuenta de las consecuencias de sus actos. Y si Harper decidió empujarte por lo que habías hecho también fue en consecuencia de lo que habías hecho antes. Ahora ambas tenéis que decidir cómo continuar esta historia. ¿Queréis seguir peleando para siempre o preferís hacer las paces y quereros como dos buenas hermanas?

El silencio se hizo en la habitación y comprendí la situación. Nosotras escribíamos nuestra propia historia y nosotras teníamos la posibilidad de elegir lo que hacer, pero lo que decidamos tendrá consecuencias.

Me levanté de la cama y me acosté junto a Hayley.

―Te perdono―comenté en voz baja.

―Y yo a ti―dijo antes de darme un abrazo.

Mi hermana podía ser un poco pesada a veces, pero, al fin y al cabo, era la mejor hermana que se puede tener.

Harper Hayley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora