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"Hay muchas cosas que la ciencia no puede explicar", es lo que muchos dicen.

O "porque sí" en palabras resumidas de tu madre cuando le pides la explicación de algo que ella te prohíbe.

Realmente nunca había tenido problemas para aceptar la naturaleza o el origen de muchas cosas, no es que fuese por la vida preguntándome todo lo que se atraviese por mi vista pero...

Desde que apareció un pequeño extraño en mi vida no logro explicarme el por qué y para qué.

Cuando tenía unos 12 años, a finales de noviembre tuve resfriado, un buen resfriado. La fiebre no parecía bajar y yo en serio estaba dudando de llegar siquiera a 25 de diciembre para ver lo que Santa Claus me había llevado.

Entre mis delirios no pude identificar con claridad si estaba siendo recibido por un ángel en el cielo o solo era producto de mi alta fiebre en la noche pero lo vi por primera vez ese día.

Un niño pelinegro al pie de mi cama viéndome con la cabeza ladeada, parecía inspeccionar mi estado.

Yo me removí inquieto y comencé a llorar por el estrés que me causaba sentirme así de mal. Escuché a mi mamá entrar a la habitación para atenderme y consentirme como solo ella lo hace, me dio mis medicamentos y gracias a eso pude dormir tranquilo como un bebé en la noche.

Soñé con aquel niño de cabellos negros, me repetía constantemente que no me asustase porque él era mi amigo.

No lo entendí hasta la mañana siguiente, el primero de diciembre a las diez de la mañana. El niño seguía ahí en la orilla de mi cama con una pequeña sonrisa que demostraba alegría.

Mi primera reacción fue automática:

― ¿Quién eres tú? ―fruncí un poco mi ceño y luego lo aflojé porque el dolor aún no se iba.

Ese niño se giró por completo hacia mí y apoyó ambas rodillas en la orilla de mi cama.

―Soy tú nuevo amigo ―anunció.

Yo lo miré brevemente antes de volver a cerrar los ojos y concentrar mis energías en poder llamar a mi mamá para que me diera alguna explicación del niño pelinegro que decía ser mi amigo.

Mamá no tardó en entrar y tan pronto le pregunté sobre el niño ella se mostró confundida, yo insistí en que dejara de jugar conmigo y pregunté nuevamente si algún compañero del colegio había venido a molestarme porque ciertamente no contaba con amistades verdaderas, sencillamente compañeros que ni bien ni mal nos llevábamos.

Mi confusión se extendió por muchos días cuando seguía viendo a aquel pelinegro rondando en mi habitación como si de la suya se tratase, no entendía por qué mi mamá no le decía algo, o mi papá. Nadie hacía nada y solo me miraban fijamente comprobando una vez más mi temperatura.

―Estoy cansado ―expresé, parándome fijamente frente al pelinegro―. Vete de mi casa.

El niño pareció sorprendido por mi petición y sus ojos brillaron un poco por la presencia de lágrimas en ellos.

―Jake, en serio soy tu amigo, estoy aquí para cuidar de ti.

Crucé mis brazos con molestia. ―No puedes esperar que te crea, mi mamá parece no verte.

Él ladeó la boca. ―Tu mamá no puede verme, solo tú y Layla.

Mi perrita como por llamado entró a mi habitación, olfateando al pelinegro frente a mí, comenzó a buscarle juego y él acarició su pelaje, yo no quité mi seriedad y seguí encarándolo esperando a que se fuera.

―Jake.

Probablemente si ese día no hubiese tenido una larga charla con él, mi madre me hubiese llevado a un psicólogo.

No sé si puede ser una maldición o bendición pero de que ese chico de cabellos negros y piel pálida con algunos lunares en su rostro aparece cada primero de diciembre y se desaparece el primero de enero, lo hace sin falta desde ese entonces dejando un año lleno de dudas para mí.

🎄 𝑬𝒗𝒆𝒓𝒚 𝑫𝒆𝒄𝒆𝒎𝒃𝒆𝒓 𝟏𝒔𝒕 🎄 «𝗝𝗮𝗸𝗲𝗛𝗼𝗼𝗻»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora