Capítulo 3🎄

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—Papel, unas astillas y cerillos –el papel encendió dentro de la cocina de hierro y Hyun Joong sopló sobre las astillas para avivar el fuego—. No hay que soplar mucho —le dijo sintiéndose ridículo— porque puede apagarlo.
   
Siempre había pensado que encender un fuego era como un baile de delicadeza y equilibrio, bastante parecido a una relación. Demasiado de un elemento introducido demasiado pronto y podía apagarlo.
   
No le gustaba nada tener aquellos pensamientos de una pareja bailando Juntos con Heo Young Saeng a su lado, con los brazos alrededor del cuerpo y tiritando.
 
Un hombre hecho para estar en los brazos de otro hombre. Tenía el color más intrigante de ojos que había visto jamás. Eran marrones claros como la miel, pero que por momentos se oscurecian más adquiriendo el color del chocolate. Era un color muy sensual.
   
Enfadado consigo mismo, se echó para atrás y evitó mirarlo.
   
—Inténtelo. No voy a estar por aquí para ayudarlo con cosas así.
   
De eso nada, él era un hombre con un fuerte sentido de la supervivencia, y cuando uno empezaba a pensar que un fuego le estaba dando mensajes sobre relaciones y uno intentaba mirar a un hombre a los ojos de soslayo, intentando buscar las palabras para definir su color, entonces, ese era el momento de largarse, huir muy lejos y rápido.
   
Young Saeng se puso de rodillas delante del fuego, se puso unos mechones de cabello detrás de las orejas y sopló con suavidad sobre la llama. Aquello era peor que cuando lo había estado mirando. Ahora, estaba demasiado cerca. Hyun Joong podía ver la curva de sus hombros y la forma de su trasero. Y cuando Young Saeng volvió a soplar, se dio cuenta de que aquella postura de los labios era la misma que la que se utilizaba para besar.
   
Bueno, ya había tenido bastante por un día. Quería largarse a casa, meterse en la cama y ponerse la almohada sobre la cabeza para olvidar el aroma de aquel hombre que le llegaba inevitablemente, a pesar del olor a madera quemada.
   
Olía a limones.
   
No era que los limones fueran sexys. De hecho, su madre los utilizaba mucho, decía que tenían poderes curativos.
   
Pero, allí estaba él, de rodillas al lado de Heo Young Saeng, pensando en su olor embriagador, deseando acercarse más, inhalar más profundamente, queriendo más. Aquello era suficiente para hacerle perder la cabeza a un hombre.
   
Eso, y la manera en la que los mechones de cabello se le venía hacia la frente, su aspecto bajo la luz del fuego, volviéndolo brillante.
   
—Parece que va bien —dijo Hyun Joong cuando no pudo aguantar más el calor. Y el del fuego tampoco—. Ahora podemos poner algo más grande.
   
En su desesperación por irse de allí cuanto antes, eligió un tronco demasiado grande y apagó la llama con la misma precisión que si hubiera echado agua.
   
Entonces, soltó un juramento.
   
—Déjeme intentarlo esta vez —pidió Young Saeng.
   
—¿Ha hecho alguna vez un fuego?
   
—Bueno, de pequeño fuí a campamentos —dijo un poco resentido por su falta de confianza.
   
Young Saeng se concentró en lo que estaba haciendo y, con precisión y paciencia, consiguió reavivar el fuego.

Un fuego perfecto.
   
El ambiente empezó a caldearse y Young Saeng dejó de tiritar y la habitación cobró un brillo acorde con todas las decoraciones. Se volvió hacia Hyun Joong con una sonrisa.
   
Si la sonrisa hubiera sido fea, le habría resultado fácil detestarlo. Pero no era así. Tenía una sonrisa perfecta de dientes blancos y uniformes que hacía que los ojos le brillaran aún más.
   
—¡Qué divertido! —dijo Young Saeng mientras se ponía de pie.
   
Hyun Joong también se puso de pie.
   
«Divertido». Justo en lo que él había fallado. «Ya no me divierto contigo», le había dicho Heechul. No era que él y Heechul hubieran encontrado divertido algo tan sencillo como encender un fuego. No, para ellos sólo eran divertidas las cosas más salvajes como conducir muy rápido, estar de fiesta toda la noche, ir de rodeo en rodeo, la pasión desbordada.
   
Hyun Joong se dio cuenta de que no le gustaba la manera en la que un extraño le hacía revivir recuerdos y lo hacía pensar en relaciones. Esos pensamientos los había abandonado hacía mucho tiempo.
   
Young Saeng todavía estaba sonriendo como un niño pequeño. Para conseguir una sonrisa así de Heechul habría hecho falta un anillo con un gran diamante.
   
—Calienta mucho —dijo Young Saeng.
   
«Ni que lo digas», pensó Hyun Joong, pensando en él.
   
—Le enseñaré cómo funcionan las luces de propano y la estufa, y después me marcharé.
   
Young Saeng se puso a su lado mientras él le explicaba todo. Demasiado cerca para el gusto de Hyun Joong. Al rato, sintió que estaba sudando. Los milagros de la combinación de un buen fuego y las hormonas.
   
—¿Necesita algo más? —preguntó con cortesía, deseando marcharse de allí.
   
—No, nada. Bueno, el teléfono. No sé dónde está.
   
—¿Teléfono?
   
—Sí, por si ocurre algo.
   
—No hay teléfono.
   
—¿Y un móvil? —preguntó Young Saeng con los ojos muy abiertos.
   
—No tienen cobertura.
   
—Pero, ¿qué puedo hacer si ocurre algo? —preguntó muy serio.
   
—¿Algo como qué?
   
—No sé, si me rompo una pierna o si Young Soo se abre la cabeza.
   
Sólo a un hombre paranoico se le podían ocurrir esas cosas.
   
—¿Pero qué piensa hacer aquí?
   
—Si no nieva, jugaremos a las cartas o algún juego de mesa.
   
—No creo que los juegos de mesa puedan ser peligrosos.
   
Young Saeng seguía preocupado.
   
«No te ofrezcas», se advirtió Hyun Joong. Pero su voz lo mando al demonio.
   
—¿Quiere que venga de vez en cuando para comprobar que todo va bien?
   
—Por supuesto que no.
   
Hyun Joong lo miró fijamente. Aquella seguridad sólo era superficial. Si miraba bajo la superficie seguro que veía otra cosa; por eso no pensaba mirar.
   
—Entonces, me marcho.
   
—Sería una molestia venir de vez en cuando. ¿Verdad?
   
«Muchísima».
   
—Puedo hacerlo.
   
—No, no —se rió Young Saeng nervioso—. Es que nunca he estado lejos de un teléfono o vecinos.
   
—¿No era eso lo que buscaba al venir aquí?
   
—Bueno, yo sólo quería nieve para Young Soo.
   
Tenía miedo. Podía olerlo. También se daba cuenta del esfuerzo que estaba haciendo para que no se le notara, pero podía vérselo en los ojos.
   
—Me pasaré por aquí.
   
—No, no, de verdad. Seguro que no pasa nada.
   
—Como quiera. Hasta dentro de una semana. Para Año Nuevo ya estará con sus teléfonos y sus vecinos.
   
—Bien —dijo Young Saeng, demasiado alegremente—. Hasta el día veintiocho. No se olvide la chaqueta.
   
Hyun Joong lo miró. Con el calor que sentía, una chaqueta era lo último que necesitaba; pero eso no se lo iba a decir a Young Saeng.
   
—¿Quiere que lo lleve a la cama? —preguntó mirando al niño.
   
—Ya me las arreglaré. Gracias.
   
Hyun Joong se puso la chaqueta y abrió la puerta.
   
—¡Espere!
   
—¿Qué?
   
—¿Si tengo que marcharme de aquí, cuánto tiempo me llevaría?
   
—¿Qué? —preguntó incrédulo.
   
—Sí, si nos pasara algo. Por ejemplo, si un oso nos atacara o algo así.
   
Estaba claro que no se había olvidado del tema.
   
—Los osos duermen durante el invierno.
   
—Es verdad. Hibernan, ¿verdad?
   
—Tardarían una mañana.
   
—¡Una mañana entera!
   
—¡Adiós! —dijo Hyun Joong calándose el sombrero.
   
—¿Alguna vez viene alguien por aquí? —preguntó Young Saeng como el que no quiere la cosa.
   
—¿Qué? —preguntó Hyun Joong incrédulo, con un pie ya en el exterior.
   
—¿Que si alguien viene por aquí? ¿Cazadores, excursionistas?
   
—No es época de caza. ¿Se refiere a asesinos en serie, violadores y tipos de esa calaña?
   
—Claro que no —dijo Young Saeng, pero no pudo evitar morderse el labio con aprensión.
   
—No. Nunca viene nadie. Nunca. Además, para llegar aquí, hay que pasar por la carretera que hay delante de mi casa. Aquí está seguro, señor Heo. Probablemente más seguro que en su propia casa.
   
—Lo sé —dijo Young Saeng—. Puede llamarme Young Saeng o Saengie, como se le haga más fácil —dijo.
   
—De acuerdo, Young Saeng —dijo él y pensó que su nombre sonaba a música—. Hasta luego.
   
—Feliz Navidad —dijo Young Saeng.
   
—Sí. Feliz Navidad —contesto Hyun Joong
   
Por fin, consiguió salir por la puerta. Se quedó unos segundos en el umbral, saboreando el aire puro y limpio de la noche y pensó cómo alguien podía tener miedo allí.
   
Él no era responsable de que Young Saeng tuviera miedo. No podía hacer nada al respecto. Su obligación con él había terminado.
   
Se subió a la camioneta y bajó la montaña. Durante el camino, no pudo evitar preguntarse si tendría miedo. ¿Conocería el aullido de los coyotes en mitad de la noche? ¿Sabría que el viento podía hacer que los árboles rechinasen como puertas oxidadas? ¿Conocería el grito del búho, el berreo de un reno, el crujido del hielo del lago?
   
Incluso cuando estaba en la cama, no podía dejar de pensar en él. El aroma a limones parecía cosquillearle en la nariz y podía ver sus ojos marrones ahumados como si estuviera delante de él.
   
Por la mañana subiría a ver qué tal estaban. Sería lo más caballeroso. No había nada de malo en comportarse como un caballero.
   
Lo consideraría como un regalo de Navidad para su madre.
 














Deseo de Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora