Capítulo 7🎄

107 18 10
                                    


    

Un ruido, un suave murmullo, despertó a Hyun Joong. No recordaba haberse quedado dormido la noche anterior, ni que Young Saeng lo hubiera dejado. Aunque sus sentidos le dijeron que ya no estaba allí, faltaba su peso al otro lado de la cama y ya no olía a él.
    
Sin embargo, lo que perduraba en su memoria, con la misma fuerza como si aún estuviera allí, era la suavidad de sus dedos sobre la herida.
    
Volvió a escuchar el murmullo y una suave risa. Abrió un ojo con cuidado. Y se encontró de frente con el ojo de cristal del oso de peluche.
    
—Hola —dijo.

Ya era por la mañana, pero aún era muy temprano, y seguía nevando.
    
—Mañana es Nochebuena —le dijo el oso con felicidad.
    
—¡Ah! —dijo Hyun Joong sin ocultar su falta de entusiasmo.

Cerró los ojos y se tocó la cicatriz del cuello; casi lo sorprendió que aún estuviera allí.
    
El oso saltó delante de su cara y Hyun Joong tuvo que recordarse que el oso no era real, que estaba unido a un brazo y el brazo, a su vez, a algo que no podía ver y que no dejaba de reírse.
    
—Los osos duermen durante el invierno —dijo Hyun Joong.
    
Young Soo tardó unos segundos en contestar.
    
—Pero se despiertan para Navidad —después repitió con la voz del oso—: Sí, nos despertamos en Navidad.
    
Por supuesto. Navidad. A los niños les encantaba la Navidad. Hyun Joong se movió y miró a Young Soo, que estaba tumbado en el suelo con un pijama de franela lleno de osos. Le encantó que lo descubriera.
    
Young Soo le dedicó una sonrisa genuinamente feliz. Era como si encontrarse con un vaquero en casa por la mañana fuera como un sueño hecho realidad.
    
Hyun Joong sintió que la emoción le atenazaba la garganta. Era abrumador que el niño siguiera dándole oportunidades.
    
Se preguntó por qué Young Soo estaba tan dispuesto a darle a la vida más oportunidades cuando ya había tenido que pasar por un momento tan difícil. Solo tenía cinco años y ya había perdido a su padre, una pérdida que la mayoría de la gente con diez veces su edad no había experimentado.
    
De repente, se le ocurrió, mirando a aquella cara llena de inocencia, que quizá tenía mucho que aprender del pequeño Young Soo.
    
Había sufrido mucho, pero aún parecía dispuesto a pensar que la vida era buena. Su sentimiento hacia la Navidad, un tiempo de milagros y esperanzas y amor, significaba que no había renunciado a nada.
   
Hyun Joong nunca había pensado en sus sentimientos con respecto a la vida. Pero la verdad era que había renunciado a muchas cosas. La vida le había hecho daño y él le había dado la espalda.
    
Una Nochebuena, hacía seis años, había aprendido, de la manera más dura posible, que él no tenía el control de nada. Que había cosas que toda su fuerza, toda su voluntad y toda su terquedad no podían evitar. Si hubieran sido cosas pequeñas, quizá habría tenido una oportunidad. Pero se había tratado de algo importante, algo relacionado con la vida y la muerte.
    
¿Qué era lo que había hecho entonces? Hacer su mundo cada vez más pequeño para poder controlarlo.
    
Ahora lo veía con total claridad: la disminución de su mundo sólo le había proporcionado una quimera de control. Un espejismo tonto hecho pedazos por un hombre y un niño del otro lado del mundo. Un espejismo que ni siquiera pasaba la prueba de una nevada.
    
De nuevo, volvía a aprender una de las lecciones más humillantes: los hombres no tenían el control del mundo.
    
Ni siquiera tenían el control de su propio corazón.
    
Porque, aparte de reducir su mundo, había intentado convertir su corazón en piedra.

Obviamente, tampoco lo había conseguido.
    
Young Soo ya parecía saber que el mundo era un lugar impredecible. Parecía disfrutar del hecho de no saber qué era lo que iba a pasar a continuación. De hecho, iba de frente contra lo que más daño le había hecho: el amor.
    
¿Acaso era necesario tener el corazón puro e inocente de un niño para darse cuenta de que lo único que era capaz de sanarlo todo era el amor?
    
Ni la medicina, ni la ciencia, ni la psicología; el amor.
    
Young Soo saltó encima de la cama.
    
—¿Qué vamos a hacer hoy?
    
«Vamos. Nosotros». El día anterior, antes de aquella tierna caricia sobre la cicatriz, se habría desligado totalmente de aquel «nosotros».
    
Young Saeng le había advertido que el niño podía encariñarse. ¿Y ellos? Quizá Young Saeng tampoco tenía todas las respuestas. Quizá lo mejor sería que el niño los condujera a donde fuera.
    
—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Hyun Joong.
    
—Bueno, para empezar me gustaría prepararle el desayuno a mi papito, si tú me ayudas. Nunca hay nadie que cuide de él.
    
Durante un instante, sintió que la emoción volvía a embargarlo. ¿Porque Young Saeng no tenía a nadie o porque un niño pequeño, cuando se le había dado a elegir, había pensado en otra persona?
    
—Cereales, ¿no? —bromeó Hyun Joong.
    
Young Soo meneó la cabeza.
    
—No. Ese pan tan rico que preparaste anoche. Y beicon y huevos.
    
—¿No crees que se preocupará por engordar?
    
—¿Mi papito? Él no se preocupa por eso. Sólo por todo lo demás.
    
Un hombre que no se preocupaba por el peso. Eso era bastante refrescante después de Heechul, que contaba las calorías como si le fuera la vida en ello.
    
—¿Se preocupa por todo lo demás? —preguntó, sabiendo que hacía mal en sonsacar a un niño.
    
—Se preocupa cuando llega el correo.
    
«¿El correo? Demonios. Facturas».
    
—Y cuando salgo a jugar.
    
«¿En qué vecindario vivirían?».
    
—Le preocupa que un día nos caigamos por las escaleras. Hace tiempo que están rotas.
    
Hyun Joong estaba comenzando a arrepentirse de haber preguntado.
    
—Ahora que me has enseñado a clavar clavos, puedo arreglarla yo –eso lo dijo con absoluta confianza en sí mismo—. Y cuando cree que estoy dormido, a veces, llora.
    
«Diablos, otra vez. Ese no era el tipo de preocupaciones que quería que Young Saeng tuviera».
   
—No te preocupes —continuó el niño—. Ya me he encargado yo de todo.
   
—¿Ah, sí?
   
—Sí, con la ayuda de Santa Claus —se llevó un dedo a los labios—. Shis, es un secreto.
   
Parecía que las preocupaciones de Young Saeng no se iban a resolver con facilidad y, desde luego, él no iba a ser el que le contara a Young Soo que Santa Claus no existía.
   
—¿Qué te parece si sales un minuto para que me vista?
   
Eso por no mencionar que intentaría borrar las imágenes que Young Soo había puesto en su mente.
   
Facturas. Escaleras rotas. Llorar por la noche.
   
Se vistió de prisa y miró por la ventana. La nieve había formado una alfombra de un blanco inmaculado que lo cubría todo. Y aún seguía cayendo, lo cual significaba que la carretera ya estaría totalmente cubierta.
   
Se preguntó qué pasaría en aquella cabaña. Qué sucedería si se libraba de su armadura y se dejaba llevar.
   
Miró a la cara entusiasmada de Young Soo y decidió que quería que tuvieran una experiencia inolvidable de las montañas de Jeju. No podía librar a Young Saeng de sus preocupaciones, pero quizá podía hacer que las olvidara durante un tiempo.
   
Decidió que les enseñaría lo mejor de aquel mundo.
   
Sonrió.
   
Con Young Soo subido en una silla a su lado, le enseñó el secreto de los panecillos fritos. Juntos prepararon los huevos con beicon. Young Soo insistió en cascarlos y los rompió todos.
   
—Me gustan revueltos —dijo.
   
—A mí también —asintió Young Soo.
   
—¿A ti también qué? —preguntó Young Saeng procedente del dormitorio.
   
Le volvió a gustar la frescura de su aspecto recién levantado, con el cabello alborotado y la cara tan despejada.
   
Recordó su mano. La suavidad de sus dedos.
   
Su impulso fue escapar, de nuevo, a cortar leña. Pero no. Había decidido que les iba a hacer disfrutar y pensaba cumplirlo.
   
Así que, en lugar de alejarse de ella e intentar ocultar sus sentimientos, decidió sonreírle abiertamente.
   
Young Saeng le sonrió a él.
   
Y Hyun Joong ni siquiera intentó ocultar que el corazón le dio un pequeño vuelco dentro del pecho.
   
De alguna manera, la tensión se evaporó.

Deseo de Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora