Capítulo 5🎄

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Hyun Joong metió el árbol en la casa. Era más grande de lo que parecía. También era el último toque de ambiente navideño. La llegada del árbol hizo que la cabaña pareciera algo más que una simple cabaña; parecía un lugar mágico donde cualquier cosa podía suceder.
   
Eso lo podía ver hasta una persona que no creía en la Navidad.
   
Incluso parecía un hogar.
   
Aquel no era su hogar, se recordó a sí mismo. De hecho, no era el hogar de nadie; era su cabaña de caza. Esa era la realidad.
   
Pero la realidad del árbol hacía que todo se complicara.
   
—¿Dónde quieres que lo ponga?
   
—¿Qué opinas, Young Soo? ¿En aquella esquina?
   
Hyun Joong lo colocó allí y al hacerlo se dio con una rama en la cara. Por consideración a sus acompañantes, se mordió la lengua para no soltar un improperio.
   
Young Soo miró el lugar con disgusto.
   
—Ahí no —decidió.
   
Ni allí, ni allí, ni allí. Después de mover el árbol por toda la habitación, Young Soo decidió que donde mejor estaba era delante de la ventana.
   
Hyun Joong miró el reloj. Ya había pasado otra media hora. ¿Estaría el niño haciendo tiempo para que se quedara?
   
Young Soo lo miró, con sus ojos inocentes muy abiertos, y Hyun Joong se sintió culpable por sospechar de él.
   
Young Saeng, a diferencia de su hijo, parecía que se había olvidado de que Hyun Joong todavía estaba sujetando el árbol. Estaba mirando el abeto intensamente, con las manos en las caderas, sacudiendo la cabeza.
   
Hyun Joong empezó a sentirse incómodo. Parecía menos recatado con las mejillas sonrosadas por el aire frío. Tenía los ojos brillantes, como si colocar un árbol fuera de las cosas más interesantes que se podían hacer en este mundo.
   
—Un poco más a la izquierda —dijo Young Saeng, como si estuviera colgando un cuadro—. Y ¿puedes girarlo un poco? Ese lado parece un poco desnudo.
   
Y entonces se puso colorado. Como si estuviera hablando de su propio cuerpo en lugar del árbol.
   
Hyun Joong hizo lo que le pidió, pero el rubor de Young Saeng hizo que su mente diera un giro de ciento ochenta grados. Se preguntó si sería apasionado en la cama o sería tímido. Ese pensamiento hizo que le diera mucha vergüenza y se escondió detrás de las ramas. Además, así podía mirarlo sin que Young Saeng pudiera notar los pensamientos malvados que cruzaban por su mente.
   
—Ahí —decidió Young Soo por fin—. Es el árbol más bonito del mundo. ¿Verdad, Hyun Joong?
   
—Está bien —dijo el vaquero.
   
—Es perfecto —insistió Young Saeng—. Vamos, Young Soo —le dijo a su pequeño, ofreciéndole la mano—, vamos a hacer palomitas mientras Hyun Joong coloca el árbol.
   
No —dijo Young Soo ignorando la mano de Young Saeng—. Nosotros, los hombres fuertes, vamos a colocar el árbol.
   
Hyun Joong se dio cuenta de la expresión de la cara de Young Saeng.
   
—Tres minutos —le aseguró.
   
Lo cual no parecía mucho tiempo para encariñarse.
   
Hyun Joong, con la pequeña sombra detrás, fue a buscar algunas herramientas que había detrás de la cabaña.
   
—¡Diablos! —exclamó—. Parece que un puercoespín ha estado por aquí. Casi se ha comido el mango del martillo.
   
Era por todos sabido que a los puercoespines les gustaba el sabor salado que dejaba el sudor de la mano en el mango de las herramientas.
   
—¿Un puercoespín de verdad? ¿Dónde está? —preguntó Young Soo, mirando alrededor con impaciencia.
   
—Pueden ser bastante peligrosos —le advirtió al niño—. Mira, te ha dejado una púa. Ten cuidado, no te pinches. Y si tu papito o tú ven a ese bicho, lo mejor es que no se acerquen a él.
   
Young Soo tomó el consejo con seriedad.
   
Cuando volvieron a la cabaña, Hyun Joong se paró en la entrada, y no sólo para sacudirse la nieve de las botas. Toda la cabaña olía al árbol, y ahora, además, el olor se había mezclado con el aroma de las palomitas de maíz.
   
Para un lugar que no era el hogar de nadie, la sensación estaba comenzando a ser abrumadora.
   
Echó un vistazo a la cocina. Probablemente, Young Saeng estaba haciendo el maíz allí.
   
En efecto, estaba de pie, agitando las palomitas como si la vida le fuera en ello. Al menos, había conseguido encender la estufa sin volar nada. Ya no lo necesitaba.
   
Young Saeng tenía un aspecto delicado y saludable, pensó. El tipo de hombre con que cualquier persona razonable soñaría.
   
Afortunadamente, él no era una persona muy razonable. Y mucho menos soñador.
   
Con todo, durante un instante sintió un anhelo insoportable, un deseo que era nuevo y a la vez tan antiguo como el tiempo. El simple deseo de un hombre de no estar solo.
   
—Vamos —dijo con la voz ronca, mientras se disponía a fijar el árbol al suelo.
   
«Tres minutos más».
   
Mientras fijaba el árbol al suelo con unas tablas, Young Soo lo miraba con devoción. Hyun Joong sintió una debilidad especial.
   
—¿Quieres probar tú?
   
—¿Puedo?
   
—Claro.
   
La recompensa fue una sonrisa de oreja a oreja.
   
Dejó un clavo a medio clavar y le dio a Young Soo el martillo. El niño lo agarró con las dos manos y, con la lengua fuera, se concentró y golpeó con fuerza.
   
—¡Diablos! —dijo Young Soo al ver que había fallado; después, Hyun Joong y él levantaron la cabeza hacia Young Saeng, al que no habían oído llegar.
   
—Creo que no deberías decir esa palabra —le sugirió Hyun Joong en voz baja.
   
—Tú la dices —le señaló el niño sin dejar de mirar al martillo.
   
«No estoy acostumbrado a tenerle que dar ejemplo a un niño pequeño».
   
—Pero eso no quiere decir que esté bien.
   
—Para mí sí.
   
—De acuerdo. Ya no la diré más —dijo Hyun Joong.
   
—De acuerdo, yo tampoco.
   
Al menos, pensó Hyun Joong, había contenido la furia de Young Saeng durante los tres minutos que estaría allí.
   
Pero en seguida se le ocurrió que, con toda la ayuda del niño, aquel asunto le iba a llevar más de tres minutos.
   
«Golpe, golpe, fallo, fallo, fallo, golpe, fallo, golpe, golpe».

Deseo de Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora