Capítulo 1🎄

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Kim Hyun Joong se sintió como un tonto. Y él no era del tipo de hombre al que le gustara sentirse así.
    
Incluso en la terminal internacional del aeropuerto de Jeju, que parecía un parque temático, se notaba que él era auténtico.
    
Un metro ochenta y dos. Duro. Con cicatrices. Diferente. Todo un vaquero.
    
La gente se volvía a su paso.
    
Era veintiuno de diciembre, el día más movido del aeropuerto, según le habían dicho. ¡Como si aquello fuera lo mejor que pudiera pasarle!
    
Las mujeres llevaban ramilletes de muérdago y los hombres iban cargado con bolsas llenas de cajas de regalos. Las niñas pequeñas iban encantadas con sus vestidos y leotardos rojos y los más pequeños tenían un aspecto ridículo vestidos de elfos verdes.
    
Por los altavoces se oían villancicos de Navidad y en cada ventanilla alguien lo saludaba con: «Feliz Navidad».
   
 «Feliz Navidad, Feliz Navidad, Feliz Navidad…». No había manera de escapar de todo aquello, así que decidió quedarse quieto como una piedra, en medio de aquella avalancha de gente todo optimismo y sonrisas.
    
Pero no era el hecho de no encajar lo que más lo fastidiaba. No, él no tenía ningún interés en encajar en aquel lugar.
    
Él era un hombre de las Montañas. Pertenecía a las cumbres, a los grandes árboles y a los arroyos. A las rocas y a los prados. Al campo. Y lo sabía muy bien.
   
Era un tipo duro y solitario. Feliz en aquellos parajes que pocos hombres visitaban y en los que aún eran menos los que se quedaban. Estaba acostumbrado al silencio y a su propia compañía. Estaba acostumbrado a los ruidos del ganado y a la compañía de los caballos.
   
Se sentía como un tonto, pero, no por ser quien era; eso ya lo había aceptado hacía mucho tiempo. No, se sentía como un tonto por estar allí de pie, fuera de su lugar, haciendo algo totalmente contrario a su naturaleza.
   
Odiaba estar en un aeropuerto, rodeado por gente a la que le importaba la Navidad. Pero, sobre todo, odiaba estar allí de pie con un letrero en la mano. Llevaba escrito el nombre de dos personas a los que no conocía y a los que no quería conocer.
   
Heo Young Saeng y Young Soo.
   
El vuelo desde Arizona acababa de llegar, después de tres cancelaciones y un retraso de tres horas. Se suponía que iban a llegar esa mañana a las once y ya eran las tres de la tarde.
   
—¡Feliz Navidad! —lo saludó entusiasmada una señora mayor, con una encantadora sonrisa que se le heló en el rostro al ver la mirada que él le dedicó.
   
La pobre señora se escabulló entre la multitud y no miró para atrás.
   
Hyun Joong estaba acordándose de su propia madre, la mujer más dulce y más amable que pudiera existir en el mundo. Una anciana de pelo blanco, pequeña y con gafas que tenía un corazón de oro.
   
Pero, aparte de la dulzura, ella era la culpable de que él estuviera allí con aquel cartel estúpido. Y la próxima vez que le pidiera que le pintara la casa o que le cambiara los muebles de sitio pensaba desaparecer durante una buena temporada.
   
La dulzura de su madre era el motivo de aquel problema. Debía haber colgado cuando un extraño la llamó desde Arizona y le dijo que quería que su hijo viera la nieve en Navidad. Eso era lo que la gente chiflada se merecía.
   
Pero no. Su madre no podía hacer eso. Su madre tenía que ofrecerle su cabaña de caza a unos completos extraños. No era que él quisiera cazar en las Navidades, ni tampoco iba a utilizarla.

¡Era por principios!
   
La cabaña de caza era para cazadores. Él la utilizaba para cazar osos en primavera y para cazar renos y alces en otoño. Su madre era la que se ocupaba de alquilarla el resto del año porque él casi nunca estaba cerca del teléfono.
   
Una cabaña de caza era un lugar para cazadores, para hombres. Un lugar duro donde se podía fumar puros y se bebía whisky y nadie se quitaba los zapatos para no llenar de barro el suelo ni se quejaba de los ratones.
   
—La cabaña no es para alguien que busca una postal navideña —dijo con firmeza.
   
—Tonterías —dijo su madre igual de contundente—. Yo misma hubiera pasado allí las Navidades si se me hubiera ocurrido. Es precioso en invierno: los árboles están cargados de nieve, se pueden ver renos y alces, el paisaje de las montañas es espectacular…
   
—Ni siquiera hay agua corriente —farfulló él—. No hay nada como tener que salir al exterior para hacer tus necesidades para quitarle todo el romanticismo a una cabaña en invierno.
   
—Yo me encargaré de todo —dijo su madre, alegre.
   
—Asegúrate de que les llevas calentadores.
   
Ella ignoró su tono sarcástico.
   
—Cortinas nuevas, un poco de limpieza aquí y allá y parecerá un lugar salido de un cuento —dijo su madre, soñadora.
   
«Un cuento. Las cabañas de caza no tenían que parecer salidas de un cuento».
   
—¿Cómo se enteró ese señor de mi cabaña? No me lo digas, apareció en una revista de decoración.
   
Su madre volvió a ignorar su sarcasmo.
   
—Uno de tus compañeros de caza está casado con un amigo suyo. ¿No te parece una coincidencia? Por lo visto ya había buscado por todas partes.
   
—Bueno, eso es lo que pasa cuando dejas la planificación de tus vacaciones para el último momento.
   
—Hyun Joong —lo amonestó su madre—, no seas tan duro. El hombre estaba desesperada. Lo noté en su voz. Seguro que tú habrías hecho lo mismo si hubieras hablado con él.
   
¿Era posible que su madre lo conociera tan poco?
   
—¡Estoy seguro que no habría hecho semejante cosa!
   
«Lo más juicioso es evitar a los hombres desesperados, no invitarlos a que se metan en la vida de uno. O en la cabaña de uno, que para el caso es lo mismo».
   
—No quiero que venga —añadió él con firmeza. Después de todo, aquella era su cabaña.
   
—¿Es que no tienes espíritu de Navidad?
   
Él había intentado no pestañear, pero no pudo evitar que todos los músculos de su cuerpo se pusieran en tensión. Entonces, su madre se volvió y vio la expresión de su rostro antes de que él tuviera tiempo de ocultarla.
   
—Oh, Hyunnie, lo siento. Pero eso pasó hace tanto tiempo… ¿No puedes…?
   
Pero no podía.
   
—Haz lo que quieras —le dijo a su madre, como si ella no lo fuera a hacer de todas formas—. Pero yo no quiero saber nada del asunto.
   
La cabaña estaba en las montañas Hallasan de Jeju, en el extremo más al sur de su finca, rodeada de árboles y a la sombra de las Montañas Rocosas. Estaba en un lugar alejado y salvaje. La carretera apenas se podía considerar como tal, estaba llena de curvas y caminos de rasantes y, en un día de sol, si no había nevado, se tardaba una media hora en llegar desde su casa. Desde luego, no era un camino para los débiles de corazón.
   
Pero su madre nunca lo había sido.
   
De todas formas, se había sentido culpable de que su madre, a sus sesenta y tantos, hubiera tenido que conducir desde su casa del campo hasta la cabaña ella sola, cargada de cortinas y todas esas cosas que los cazadores no necesitaban para nada.
   
Sin embargo, ella parecía estar pasándolo en grande, arreglando aquel decrépito lugar para sus visitantes misteriosos.
   
Él hizo lo que pudo para ignorar su entusiasmo, incluso cuando intentaba ganárselo con sus galletas.
   
Entonces sucedió:
   
—Hyunnie, no te vas a creer lo que ha pasado —le dijo su madre sin aliento y él se esperó lo peor.
   
Lo que había pasado era que el marido de su mejor amiga acababa de morir justo antes de su viaje anual a las Bahamas, y por supuesto, la amiga se había quedado con los billetes.
   
—Hyunnie, ella me ha invitado al viaje, ¿qué te parece si voy? Pero no estaría aquí en Navidades, claro. Estarías solo.
   
Él evitó decirle que sería un placer porque así podría ignorar las fiestas, la animó a que hiciera el viaje.
   
Después, justo cuando ya estaba preparando la maleta, le recordó, con toda la dulzura del mundo, que había una pequeña complicación.
   
Y esa pequeña complicación eran los Heo de Arizona.
   
Así que, mientras su madre disfrutaba de un cóctel en una playa de las Bahamas, él estaba en el aeropuerto internacional de Jeju, por segunda vez en menos de una semana. Pero esa vez, se sentía totalmente humillado con aquel letrero en la mano.
   
Una nueva oleada de personas comenzaba a salir por el corredor y él los miró sintiéndose infeliz, eliminando a aquellos que no podían ser.
   
«No, esa familia, no. No, ese señor de pelo blanco tampoco».
   
«Y, por supuesto, ese tampoco, definitivamente no».
   
Era pequeño y precioso y, con aquel sombrero rojo, del que sobresalían unos mechones oscuros, parecía un duendecillo. Iba detrás de un inmenso carro cargado de más equipaje del que cualquier persona pudiera necesitar en todo un año.
   
A pesar del gorro de Santa Claus, parecía un hombre incapaz de hacer nada impulsivo. Obviamente, había metido en la maleta de todo, seguro que había pensado en todas las posibilidades con mucho cuidado. No parecía del tipo de hombre que tomara un avión para ir a buscar nieve.
   
Llevaba a un niño pequeño de la mano y Hyun Joong pensó que parecía estar esforzándose por parecer contento. Tras su sonrisa, parecía cansado y ansioso.
   
Era el tipo de persona que removía los instintos protectores de un hombre. Parecía muy vulnerable, tan vulnerable como un tierno gatito.
   
Y él debería estar buscando a los Heo, pero algo en aquel hombre atraía su atención, incluso cuando él se obligaba a mirar hacia otro lado. Intentó pensar qué era lo que tanto lo atraía.
   
Era bonito pero nada llamativo. Su ropa parecía haber sido elegido para afearlo: un traje marrón, color puré, con el saco totalmente arrugado. El conjunto lo hacía parecer un niño disfrazado para parecer mayor o un bibliotecario.
   
Y ninguno de los dos merecía que volviera a mirar en su dirección.
   
Sacudió la cabeza, decidiendo que no iba a resolver el misterio de ese hombre con una sola mirada.
   
Aunque lo sorprendió haberlo deseado; quizá había pasado demasiado tiempo solo.
   
El hombre había hecho una pausa y estaba mirando alrededor, un poco desesperado.
   
De repente, Hyun Joong sintió una terrible duda.
   
«Que no sea él», suplicó al universo. «Por favor, que no sea ese Heo Young Saeng».
   
Por supuesto, el universo no oyó sus súplicas.
   
Se obligó a apartar los ojos de él. Buscó a alguien que se pareciera más a los Young Saeng y Young Soo que él había imaginado. Había pensado que se trataría de un señor mayor excéntrico y un niño cínico y mimado.
   
Había un hombre que coincidía con aquella descripción, con un abrigo de pieles y la barbilla puntiaguda hacia arriba. Pero cuando, olvidándose de su orgullo, se movió en su dirección todo esperanzado, el hombre miró para otro lado.
   
Entonces apareció otro joven que podía ser, pero al acercarse, se dio cuenta de que llevaba dos niños.
   
Se arriesgó a mirar de nuevo al bibliotecario con traje color puré. El hombre miró hacia él, con los ojos muy abiertos, buscando en la multitud. Y, entonces, lo vio. Sus miradas se quedaron hipnotizadas durante unos segundos y Hyun Joong sintió algo extraño en su interior.
   
El hombre también lo sintió, porque, inmediatamente, se miró los pies, nervioso, mojigato. Después volvió a levantar la cabeza, con la compostura recobrada; pero el aplomo sólo le duró un instante porque enseguida vio el cartel.
   
Hyun Joong luchó con la tentación de esconderlo detrás de su espalda y largarse corriendo de allí.
   
Los ojos del hombre se llenaron de consternación y la vista se movió del cartel a él y de vuelta al cartel.
   
Sabía exactamente lo que estaba haciendo: suplicándole al universo que cambiara el cartel, o a él. Pero Hyun Joong ya sabía que el universo no aceptaba más peticiones por el día de hoy.
   
Aparentemente, un metro ochenta y dos de vaquero no era lo que el señor había esperado. Al menos, Hyun Joong ya sabía que iba a recoger al aeropuerto a alguien que no le iba a gustar.
   
El hombre volvió a mirarse los zapatos. Obviamente, estaba sopesando sus opciones. Dirigió una mirada hacia la aduana, pero las puertas ya se habían cerrado. ¿Qué era lo que pensaba que podía haber hecho de haber estado abiertas? ¿Volverse a subir al avión y pedir que lo llevaran de vuelta a Arizona?
   
Hyun Joong esperó por él, sin saber muy bien si su reacción lo divertía o lo molestaba.
   
El niño lo miró a la cara y le tiró de la mano; pero el hombre no tomó ninguna decisión. Así que, el pequeño comenzó a mirar a su alrededor, con los ojos muy abiertos, absorbiendo toda la actividad y el bullicio de aquel lugar.
   
El niño llevaba bien apretado un oso de peluche que también llevaba un sombrero rojo de Santa Claus, como el del hombre; aunque en el muñeco no quedaba tan ridículo.
   
Entonces, vio a Hyun Joong y se quedó mirándolo con mucha curiosidad. Bueno, a los niños les gustaban los vaqueros. Era parte de la diversión de ser tan inocente.
   
Después, el pequeño vio el cartel. No parecía tener edad suficiente para saber leer, pero, obviamente, podía reconocer su nombre.
   
Hyun Joong vio cómo iba descifrando cada letra. Y entonces, su cara se iluminó de una manera asombrosa. Hyun Joong no estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones. Era la mirada que un niño podía dedicarle a su futbolista favorito o al mismo Santa Claus. ¿Pero a un extraño? ¿A un tipo duro como él?
   
Había un cierto halo de pureza en aquella mirada y a Hyun Joong le resultó bastante vergonzoso que alguien sintiera esa admiración por él. Él sabía muy bien que no se la merecía.
   
El niño se soltó de la mano del hombre y corrió hacia él. Cuando llegó a su lado, se quedó parado y lo miró extrañado.
   
—¿Qué? —preguntó Hyun Joong, notando perfectamente la antipatía de su tono.
   
—¡Es usted! —le dijo el niño lleno de alegría. Y, entonces, lo rodeó por la cintura con sus bracitos diminutos y lo apretó con fuerza, ignorando el hecho de que Hyun Joong estaba intentando zafarse.
   
—No te sentirías así si supieras lo que estaba pensando de mi madre —murmuró Hyun Joong.
   
Young Saeng se había percatado del vaquero en cuanto salió de la aduana. ¿Quién podría ignorarlo? El hombre sobresalía entre la multitud, tan grande como una montaña, intocable por la energía que irradiaba.
   
—¿Estamos en las montañas de Jeju? —preguntó Young Soo, tirándole de la mano.
   
—Sí —respondió Young Saeng mirando hacia abajo.
   
—No es muy distinto a casa —dijo el niño un poco decepcionado.
   
Young Saeng estaba tan cansado… El vuelo se había retrasado. No tenía ni idea de cómo encontraría a la señora Kim ni cuánto tiempo pasaría hasta que pudieran descansar. Se habían levantado a las cinco de la mañana y Young Soo tenía ojeras de cansancio.
   
Se sintió, no por primera vez en aquel día, como un tonto. Como si hubiera cometido un terrible error al haber tomado aquella decisión basándose en el corazón en lugar de pensar las cosas fríamente.
   
Dirigió su mirada de nuevo hacia el vaquero. Llevaba unos pantalones vaqueros tan gastados que casi eran blancos, botas negras, una camisa marrón, chaleco de piel color cafe y un sombrero negro calado hasta los ojos. Young Saeng sintió que el hombre irradiaba una potencia masculina que era a la vez intrigante y amenazadora.
   
Su cara, a la sombra del sombrero, parecía tallada en piedra. Tenía los pómulos acentuados, la nariz rota y en la boca tenía una expresión dura e inflexible. No estaba seguro de cómo era posible que tanta rudeza pudiera ser atractiva; sin embargo, una parte de él estaba reaccionando de manera primaria, después de marido jamás imaginó volver a sentirse así.
   
Por supuesto, él estaba casi inconsciente por la debilidad.
   
Su mirada oscura estaba barriendo la multitud y, de repente, sus ojos se clavaron en los de Young Saeng. ¡Lo había descubierto mirándolo!
   
Y lo que era peor: se sintió, momentáneamente, incapaz de apartar la mirada. Era tan fuerte y decidido…
   
«Y tan sexy y caliente», le dijo una voz interior.
   
Se puso colorado y miró hacia el suelo. Se recordó que su prioridad es Young Soo.
   
Cuando volvió a mirar al vaquero, vio el cartel que este llevaba y deseó que la tierra se lo tragara.
   
Era imposible. Él le había alquilado la cabaña a un ángel de mujer, no a Míster Universo. Se volvió a sentir estúpido, pensando que quizá había cometido el mayor error de su vida.
   
Estaba en un país extraño. Con su carga más preciada. No pensaba adentrarse en lo desconocido con aquel hombre.
   
«¿Por qué no?», le preguntó la voz interior. «Es fuerte y decidido. Justo lo que tú y tu hijo necesitan en este momento».
   
«Un hombre así», le contestó a la voz. 

Deseo de Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora