Podría decirse que, por azares del cruel destino, Morgana y Dimitri nacieron con la peor suerte del mundo.
Por separado ambos son marginados sociales y ser un par de adolescentes huérfanos no ayuda a su situación.
Sin embargo, es evidente que la mal...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Dimitri no sabía con exactitud en qué momento había perdido la consciencia ni la razón.
Solo había sucedido.
La oscuridad invadió su mente y visión segundos antes de que siquiera pudiera procesar lo que había ocurrido.
No soñó con nada. Quizá porque el sedante o lo que fuera que hubiera sido usado para dormirlo lo impidió.
Y Dimitri apenas si sintió que estuvo dormido por unos segundos antes de despertar.
A pesar de ello, tuvo la inmediata sospecha de que había estado inconsciente por mucho más tiempo. Su cuerpo se sentía adormecido y pesado, como si sus huesos estuvieran hechos de acero. No abrió sus ojos tan pronto como recuperó la consciencia, sino que se quedó en su mismo lugar, agudizando su oído y tratando de comprender en dónde se hallaba.
¿Acaso alguien lo había secuestrado? Y si era así, ¿por qué razón lo haría? Comenzó a pensar que tal vez el grupo de ellos, junto a su hermana, Jessica y los demás había llamado la atención... Un grupo de niños seguro que lucía de lo más vulnerable.
Dimitri frunció levemente el ceño y se atrevió a abrir los ojos, pero al instante se encontró con que una venda cubría la mitad de su rostro. Por otro lado, había una cuerda que ataba sus muñecas a su espalda y tobillos, y rápidamente cayó en la cuenta de que había otra rodeando su pecho.
Hizo una rápida conjetura de que estaba en una silla, a juzgar por lo que era capaz de percibir, y estaba atado a ella... ¿Morgana, Jessica o los otros estarían también ahí? Lo más probable era que sí. Y se preguntó qué habían hecho con Neil, o si acaso el gato había huido.
Dimitri decidió entonces susurrar:
—¿Hay alguien ahí?
Se sorprendió cuando obtuvo una respuesta casi inmediata.
—¿Dimitri? —Era la voz de Auguste, que sonó dubitativo y no muy lejos de él. Quizá estaba a un par de metros a su derecha, o así lo calculó Dimitri.
—Sí, soy yo —contestó él, arrugando aún más el entrecejo y ladeando un poco la cabeza para poder escuchar al niño mejor—. ¿A ti también te pusieron una venda en los ojos?
—Sí... No puedo ver nada y también estoy atado. ¿Crees que los demás estén aquí?
Dimitri lo pensó por unos momentos, pues no había señales de que su hermana, Jessica, Cian o Ágata se hallaran en ese lugar.
—Tal vez lo están —contestó—, tal vez aún no despiertan o los pusieron en otro lado. —De pronto llegó a él una idea repentina y agregó—: ¿Puedes usar tus saltos espaciales desde aquí?
Escuchó que Auguste titubeaba.
—Sí, podría hacerlo —dijo él—, pero no pienso hacerlo sin mis hermanos.