Podría decirse que, por azares del cruel destino, Morgana y Dimitri nacieron con la peor suerte del mundo.
Por separado ambos son marginados sociales y ser un par de adolescentes huérfanos no ayuda a su situación.
Sin embargo, es evidente que la mal...
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Dimitri siempre había odiado la clase de educación física y el concepto general de tener que hacer ejercicio.
Simplemente... lo odiaba.
No había otra palabra.
Sabía que nada iba a ser fácil estando en Marzaba... Pero, ¿hacer ejercicio? Eso no había sido una de las cosas que había contemplado al viajar a otro mundo.
Sella ya le había puesto a hacer calentamiento y, a decir verdad, eso bastó para dejar exhausto a Dimitri. Sin embargo, cuando Sella mencionó que comenzarían a entrenar con armas, él se puso de pie de un salto (pues se había tumbado en el suelo por unos largos momentos), entusiasmado.
—¿Podré aprender a usar una espada? —inquirió, olvidándose temporalmente del cansancio del que antes se estaba quejando.
Sella arqueó una ceja. Ella casi no había hablado con Dimitri, y lo poco que le decía eran instrucciones a secas. Incluso él llegó a preguntarse si acaso había hecho algo mal para que Sella se notara tan irritada... aunque luego se recordó que Linet había comentado que así era ella. Entendió que así fuera, porque también sabía que Morgana solía comportarse de esa manera con los desconocidos.
—¿Quieres aprender a manejar una espada? —preguntó Sella, cruzándose de brazos.
Ahí estaba de nuevo: esa mirada inquisitiva y analizadora que le ponía los pelos de punta a Dimitri.
—Bueno, sí —contestó, pero no mencionó que su deseo se debía más que nada a la idea de que todos los protagonistas de una aventura genial portaban una espada.
Sella soltó un suspiro.
—Podemos probar con eso —respondió—, pero de momento no podrías sostener una espada con ese cuerpo tan débil que tienes.
Dimitri no se sintió ofendido con el comentario, ya que era consciente de que sus palabras eran verdad.
—Así que te evaluaré con una de las espadas de madera con las que suelen jugar los niños que vienen aquí a veces —continuó diciendo Sella, pensativa—, te mostraré algunas técnicas básicas y veré si tienes potencial. Si es así, podremos hacer un entrenamiento más riguroso para mañana.
A Dimitri no le gustó cómo sonaba eso.
Y resultó que al parecer una persona promedio que nunca en su vida había hecho tanto ejercicio y no había desayunado podía desmayarse con tales prácticas.
Sí, Dimitri no pasó más de media hora de haber sostenido la espada de juguete (que era de madera y apenas más larga que su brazo) antes de caer inconsciente sobre el suelo.