Podría decirse que, por azares del cruel destino, Morgana y Dimitri nacieron con la peor suerte del mundo.
Por separado ambos son marginados sociales y ser un par de adolescentes huérfanos no ayuda a su situación.
Sin embargo, es evidente que la mal...
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Morgana no tuvo tiempo de procesar el hecho de que unos pesados escombros habían caído sobre ella y Ágata. Su primer instinto había sido proteger a la niña, aun si sabía que eso implicaba recibir el mayor impacto.
Sin embargo, lo siguiente que supo fue que todo estaba oscuro y que no era capaz de ver absolutamente nada.
Su nariz le picó y durante unos momentos solo hubo silencio. Sintió un profundo dolor en su espalda baja y maldijo por lo bajo, sintiendo las lágrimas arremolinarse en sus ojos y su vista nublarse.
Su cuerpo tembló y trató de incorporarse, pero enseguida se dio cuenta de que estaba atrapada bajo los escombros que habían caído en su dirección. Al menos la mitad de su cuerpo de cintura para abajo estaba apresada.
Morgana cerró sus ojos con fuerza, jadeando y mordiendo su labio inferior. Ágata yacía debajo suyo, y la niña la empujó con la suficiente fuerza para poder salir.
—¿Estás bien? —preguntó Ágata con palpable preocupación, abriendo sus ojos de par en par y arrodillándose delante de ella.
Morgana quiso responder con algo sarcástico como "No, estoy muriendo de dolor y mi columna y piernas están atrapadas para probablemente tener una escasa recuperación futura, pero sí, es obvio que estoy bien". Sin embargo, al ver que los ojos de Ágata estaban cubiertos de lágrimas, soltó un suspiro, agradeciendo que la adrenalina frenara un poco su dolor, y se limitó a decir:
—Sí, estoy bien... No es tan grave como parece.
Ojalá así fuera.
Ágata frunció el ceño, su labio inferior tembló y una lágrima resbaló por su mejilla.
—Lo siento —murmuró ella—, no queríamos mentirles... Nunca pretendimos hacerles daño. Solo queríamos recuperar a nuestros hermanos... Desearía... desearía que mi don me hubiera dicho que esto iba a suceder. —Su voz tembló y un par de lágrimas más cayeron de sus ojos—. Lo siento mucho.
Morgana la miró, suspirando y maldiciendo por lo bajo ser demasiado débil ante el rostro adorable y triste de Ágata. Sus manos temblaron a la hora de apoyarlas sobre el suelo y miró a la niña a los ojos.
—No te preocupes —dijo con esfuerzo, y sintió un sabor metálico penetrar su paladar... No le costó darse cuenta de que se trataba de sangre—, no estoy enojada contigo.
Ágata la observó, parpadeando varias veces.
—Estás sangrando —exhaló ella, y las lágrimas se hicieron más notables en su rostro.
Morgana apretó los dientes, percibiendo cómo la sangre se filtraba por ellos, bajando en un hilillo por su barbilla. Sabía que debía haberse hecho unas heridas de gravedad... Bastaba con haberse golpeado la columna para arruinar sus probabilidades de volver a caminar. Claro, si sobrevivía primero.