10.

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Bailo al ritmo de las canciones horribles que ponen en la emisora. Miro mis posters de The Silly kids y les canto sin dejar de bailar.
Pienso en Jai, en su sonrisa y la mañana que pasamos juntos. Una pena tener que trabajar esta tarde, lo bueno es que solo serán una horas. Podría llamarle.
  — ¿Vosotros qué pensáis, chicos? ¿Debería llamarle?
Me río por estar hablando con pedazos de papel pegados en una pared. Le llamaré. Me giro y abro el armario, saco el uniforme. Hoy quiero salir antes de el trabajo, hoy voy a ir feliz, hoy le voy a sonreír a mi jefe.
Y hoy... Aún no he llamado a Jai.
Me empiezo a reír a carcajadas. No sé como puedo estar tan feliz, Jai no es nada más que un amigo pero es genial estar con él. No quiero ilusionarme ni nada de eso, pero así como es, podría ser un buen amigo.
Oigo a mi abuela despedirse de mí y mi mamá entra en mi habitación sin avisarme.
  — Voy a acompañar a la abuela, tu comida esta en el lado derecho de la encimera. La otra es de tu tío.
Me sonríe y se va después de que yo acepte sus ordenes y me despida.
La quiero muchísimo a pesar de todo. Y estoy tan feliz que creo que magnifico las cosas.
Me pongo el uniforme antimorbo y voy a la cocina a por mi comida con los cascos y en un tonto intento de imitar la voz de Elvis en la canción que me pasó Jai, empiezo a reírme porque sueno patética.
Nunca tuve voz para cantar y tampoco me importó demasiado. Soy más de pensar.
Yo no podría ganarme la vida como esos cantantes, aparte de por la desastrosa voz, porque no sirvo para ser el ejemplo a seguir de nadie ni aguantar callada las críticas de los chupasangre de las revistas rosas.
Al girarme para irme a comer a mi habitación, veo las naranjas y se me ocurre hacerme un zumo. Las cojo y vuelvo a girar para buscar el exprimidor. Al conseguirlo empiezo a buscarlo y a bailar mientras canto Hard out there. Muevo el culo sin importarme nada y no sé por qué imagino a Jai riendose de mí y me rio yo también.
Es entonces cuando siento una mano en mi trasero y por un segundo llego a creer que la imaginación es magnífica por lo que puedes llegar a sentir, pero siento una mano enorme en mi barriga mientras pega mi trasero a un bulto desagradable. Mi tío...
Intento soltarme pero no puedo con él, sus fuerzas son mucho mayores comparadas con las mías. Me inmoviliza contra la encimera y yo pataleo. Mi corazón se acelera y me dan ganas de vomitar y llorar. El asco que me produce este hombre no es normal. Le odio.
Después de forcejear consigue romper el botón de mis pantalones de lino del trabajo. Sin importarle nada sompre la camisa amarilla de botones que llevo y con su mano derecha me inmoviliza poniendo la mía doblada en mi espalda haciendo que me doble y mi cara quede junto a la vítreo cerámica. No puedo dejar de llorar y dar patadas hasta que consigue inmovilizarlas a ellas también. Torpemente baja mi pantalón y el suyo y frota su asqueroso miembro contra mí.
Veo que apoya la mano sobre una de los círculos de la vítreo y veo la oportunidad perfecta para deshacerme de él.
Enciendo la vítreo con la mano que me ha dejado libre sin que se de cuentas y la apoyo con fuerza sobre la suya para que se queme.
  — ¡Hija de puta!
Se aparta y aprovecho para salir corriendo como puedo con la ropa rota. Me encierro en mi habitación sin dejar de llorar y busco rápidamente mi sudadera negra y las mayas. Me cambio lo más rápido que me permiten los nervios y el temblor de las manos.
Oigo como empieza a golpear la puerta gritandome cosas que no quiero entender y le rezo a Dios que no logre tirar la puerta.
Cojo el poco dinero que tengo en el y el móvil y los cascos.
Abro la ventana y hago lo que hacía cuando tenía trece años y quería escapar de la mierda que me ha tocado vivir.
Calculo la distancia escasa que hay desde mi ventana a la pequeña elevación de monte que hay delante y salto.
Me duele la muñeca al sujetarme a la barandilla que proteje que nadie acabe cayendo por ahí pero hago caso omiso a mi dolor.
Salto y corro lejos de mi calle. De mi barrio. Me escondo. Necesito algo que no me haga. Me meto en el primer supermercado que encuentro y agradezco haber obligado a Alejo a hacerme un carnet falso.
Cojo una botella de vodka y la pago sin problema. Si me negara que tengo la edad suficiente para beber, creo que sería capaz de golpearla. Hoy no ha sido un buen día.
Al salir decido subir al mirador. Allí nadie me encontrará.
Me siento en el borde, cojo la botella y ahogándome en lágrimas le doy un trago largo. Un trago que rasca. Un trago necesario. Un trago que necesito.
La dejo a un lado y pongo las canciones que me pasó Jai. Intento pensar en él, en la mañana con él. Pero solo se me viene a la cabeza lo que ha pasado, no lo soporto y doy otro trago.
El trabajo... Esta tarde mo podré ir, y como voy a pagar el uniforme...
Siento tanto asco por mí misma. Me repugna pensar en mi cuerpo, en mí.
Hace tanto tiempo que no pasaba. Por un momento llegué a pensar que todo había terminado.
  — ¿Por qué Dios? ¿Por qué?
Me rio con amargura.
  — ¿Por qué no lo matas, eh? No aporta nada a la humanidad. Dios, haces que muera gente buena e inocente y permites vivir a semejante escoria. No eres nada justo, amigo mío.
De repente la música cambia y se oyen los gritos que tengo por tono de llamada. Miro y se me para el corazón, sonrío y me seco la cara.
  — Ho-hola. —intento sonar normal pero mi voz sale en un temblor. Toso. — Hola Jai.
  — ¿Estabas durmiendo o algo así?
Oigo su majestuosa risa. Y me hace sonreír.
  — No, que va. Solo me falló la voz.
Tomo otro trago de vodka casi automáticamente. Empiezo a estar ligeramente mareada. Contenta sin razón y me gusta demasiado. Bebo otro trago largo.
  — Bueno, Emm... ¿Estás trabajando?
  — Si lo estuviera no te habría cogido el teléfono.
  — Cierto, ¿quieres ir al cine? Yo te invito, tú pagas.
Empieza a reírse y yo también. Quiero verle. Él me alegra.
  — Estoy en el mirador del zorro. Al cine no creo que pueda bajar —me rio sin razón — creo que si lo intentara me caería y me haría mucho daño.
Me rio.
— ¿Qué te pasa? Te noto rara.
— Bebí un poquito. Nada grabe.
— ¿A esta hora? Estás loca
Se le oye reír y una puerta cerrándose.
  — Subo ahora. Dejame algo de alcohol.
Cuelga y me deja con la palabra en la boca.
Es la persona más tocapelotas que conozco. Y me encanta.
Mi teléfono vuelve a sonar y lo cojo de nuevo.
  — No es tan difícil Jai, el miradooor. Vuelvo a reírme y me sale un extraño chillido.
  — ¿Estás borracha?
  — ¿Daiana?
  — Para qué mierda quedaste con Jai, ¿eh?
  — No estoy de humor para aguantarte. ¡Loca! Él y yo somos ami...
  — Me das pena, vuelves a ser la misma borracha de hace unos años. Pensé que habías cambiado, solo te falta volver a tomar esa mierda que tomabas.
  — Que te den, zorra.
Cuelgo y subo el volumen de la música mientras vuelven a brotar lágrimas de mis ojos oscuros. Soy patética. Soy una estúpida.
Me tapo la cara con desesperación y deseando perder el conocimiento con un trago más de vodka. Me gustaría desaparecer y no sentir todo esto que siento.
  — ¿Qué te pasa?
Mierda, Jai, le había olvidado...
  — Daphne, ¿qué te pasa? ¿Por qué llorar? ¡Mírame!— ordena con una voz que me hiela la sangre y me obligo a levantar la cabeza en su dirección.
Al mirarle puedo notar la rabia contenidas en él.
Sin quererlo se me escapa una lágrima mejilla abajo y su expresión se suaviza. Se agacha y sin yo decir nada me abraza. Con fuerza, como si fuera a escaparme. Y yo lo dejo, y me hace bien dejar que lo haga. Descruzo los brazos y también le abrazo, con la misma intensidad que él a mí.
No sé como ha conseguido que le de la confianza que le estoy dando pero me dejo llevar y lloro desconsolada en su hombro. Él dice alguna que otra cosa que no quiero escuchar y me trata con delicadeza. Esta vez parece como si yo fuera a romperme en cuanto haga un movimiento brusco.

Después de unos minutos se sienta a mi lado y los dos miramos desde lo alto la ciudad. No he dicho nada desde que me derrumbé en sus brazos. Y no sé que decir.
  — Gracias.
No le miro. Sigo con la vista fija en la ciudad y en el cielo que empieza a oscurecer.
  — De nada... Pero, tendría que decirte algo.
  — ¿Qué? —le miro con ceño fruncido.
  — Me has dejado la sudadera llega de mocos.
Pone cara de asco y me dan ganas de tirarlo barranco abajo.
Me acerco y le doy un puñetazo en el hombro y cuando intento darle otro, para mi mano sujeta con fuerza para que no me mueva mientras se ríe, su maldita risa hace que yo también comience a reírme y lo único que puedo hacer para resistirme es patalear cual niña y caigo de espaldas sobre el suelo y él queda sobre mí. Tan cerca... Tan cerca, que siento su aliento y mi respiración se acelera. Mi corazón va como caballo sin riendas.
Por primera vez, tengo esos ojazos marrones mezclados con verde fijos en los míos. Y no se mueve. Y yo tampoco.
  — Em, bueno... No deberías llorar.
Se incorpora y se sienta a mi lado. Hago lo mismo.
  — A veces es inevitable.
  — No me gusta ver a las chicas llorar.
  — ¿Por qué?
  — OS ponéis feas.
  — Oh, gracias eh— me río y él me sonríe.
  — ¿Vas a decirme qué te pasa?
  — Mis demonios, deberían ser solo míos. Si quieres nos acabamos la botella.
Cuando voy a darle un trago, él me para.
  — No vamos a acabar nada. No quiero que bebas porque tus demonios te atormenten, quiero que bebas porque quieres perder la vergüenza y bailar conmigo y tus amigos.
Le miro en silencio. Sin hacer ninguna mueca y siento las mejillas calientes pero dudo que esta vez sea por el alcohol que tengo en cuerpo. Y sonrío mirándole.
  — ¿Por qué te preocupas tanto por mí?
  — No sé, llámame loco, pero me caes bien y no quiero verte mal.
Me rio al recordar mi frase.
No sé como lo consigue pero hace que olvide todo. Por el rato que estamos juntos consigue que olvide todo. Hace que me ría y quiera pegarle por estúpido. Pero me encanta este estúpido. No para de sonreír y hacer que le persiga para pegarle por decirme algo incorrecto. Algo estúpido que solo puede pasar por esa cabeza que es una incógnita.
  — Oye, ¡deja de correr!— digo riendome— Jai, prometeme algo.
  — Las promesas no son lo mío.
Me mira.
  — Venga, solo dime algún día me dirás que te pasa. Y no es por cotilla, es que de verdad te considero muy buen amigo.
  — Está bien, algún día te contaré cual es mi demonio. Pero tú tienes que hacer lo mismo.
  — ¡Prometido!— Intento decir normal, pero me sale emoción de niña pequeña.
  — Es tarde, enana. Habrá que irse.
Me da una punzada de dolor en el estomago solo de pensar en volver a esa casa.
  — Desde cuando eres el chico bueno que vuelve a casa pronto.
  — Desde que la niña pequeña de mi amiga llora y necesita meterse en cama.
  — Listillo.
  — Repelente.
Le sonrío. Bajamos del mirador y me acompaña a mi casa. Al llegar le miro y antes de que se vaya me meto en sus brazos buscando las fuerzas que no tengo para enfrentar lo que me espera. O simplemente para ver a ese ho... No, un hombre es Jai, ese señor es un monstruo.
Jai me abraza con fuerza.
  — Tranquila... No sé por qué me da que tu demonio vive contigo... Y eso no me gusta.
  — No te preocupes.
  — Si pasa algo llámame y estaré aquí, enana.
Le doy un beso en la mejilla y entro al portal. En cuando le doy al botón del ascensor me empieza a temblar la mano. Subo. He olvidado las llaves y timbro mientras rezo porque ese hombre no me abra. Me abre y veo a mi madre.
  — Ho... ¿Por qué hueles a alcohol Daphne?
  — Mamá... —se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas — mami...
Y no hacen falta más palabras. Me abraza y ya no soy Daphne la de siempre, soy su niña. La niña pequeña que depende de ella.
  — Lo siento, Daphne. Perdoname por favor. Te sacaré de aquí, hija. Lo prometo, dame algo de tiempo. Yo me encargaré de esto. No sé como ha vuelto ha pasar. Te juro por Dios que te voy a sacar de aquí mi niña...
No soy capaz de decir ni reclamarle nada y con esas palabras me mete en su habitación para que duerma con ella. Como cuando era pequeña, dormir segura en los brazos de mi madre. Me meto en la cama y la abrazo...

SOBER. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora