C8

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— descuida, me encargaré de Nazi

— Japón, no te necesito

— solamente quiero que sepas que tienes en quien confiar

— ¿Confiar?

Japón traía una vestimenta diferente, era el traje de entrenamiento con el que practicaba el uso de sus espadas, armas y combates cuerpo a cuerpo

México en cambio se encontraba limpiándose el rostro con una toalla, ya que Japón la atrapó justo cuando ella se estaba metiendo en la chimenea

— jejeje, te viste muy graciosa con la cara toda negra

— ja… ja… ja…

— lo digo enserio, sino te la pasarás mirando feo a la gente y sonrieras seguramente te verías más linda

México lo miró sorprendida

— porque eres horrible— agrego el imperio de inmediato.

— … — le metió una pequeña cachetada y le dió la espalda

— Auch!

— Humm… si nomás viniste a molestar puedes largarte… ¿O qué?

Imperio se sobo la mejilla pensativo, casi siempre reaccionaba sin pensar y regresaba los golpes.
Pero está vez no…

Humm {empiezo a creer que… me enamoraste Mexicana} nada… —sonrió de medio lado decidido— solamente creí que te gustaría salir de este lugar, ya sabes, a darte un respiro y… no sé… me contó un pajarito que eres buena en combates

Dijo ahora sonriendole de medio lado un poco coqueto.

Méx río bajo
— ¿quieres comprobar si lo que te dijo ese "pajarito" es cierto?

El japonés le entregó una caja blanca.

— ¿dónde la tenías escondida?

— digamos que, es un pequeño regalito.

La mexicana frunció un poco ceño, aunque por dentro se sentía un poco más alegre.
¿Regalito?
Lo abrió con cuidado encontrando un traje negro con una cinta roja.

a mis ojos, creo que eres cinta negra pero el rojo combina con tus ojos.

Méx parpadeó un par de veces ¿Le estaba coqueteando?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta azotandose.

— ¿Qué se supone que haces aquí Imperio?— preguntó Nazi matándolo con la mirada.

vine por ella

— ¿para qué? Tiene prohibido salir de aquí

— ¿Piensas dejarla aquí encerrada?

— es lo más seguro para nosotros, y hasta cierto punto para ella.

México trago saliva mirando el traje, se veía cómodo y perfecto para entrenar.

vigilala… no quiero perderla de vista ni por un momento

Dijo eso último mirando como México sonreía con aquella vestimenta entre sus manos, como acomodaba su cabello, un poco más largo por cierto, detrás de su oreja.

No lo hiba a negar, era muy linda, además de ruda.
Sinceramente no podía evitar sentirse atraído por ella, pues no había convivido mucho con mujeres, y mucho menos con una del otro lado del mundo con una belleza distinta a la que estaba acostumbrado.

Y sí, Imperio Japonés ya incluso no le agradaba tanto. ¿Porqué tenía que ser más rápido que él?

Apenas Nazi pensaba en salir con ella aunque sea con el pretexto de hacerla enojar, Imperio ya le había ganado y ya la había invitado a salir.

Gruñó bajo con enfado y se largo no sin antes decir:

yo qué tú me salgo de la habitación y respeto su intimidad.

Imperio trago saliva apenado y salió de la habitación.

— ok? Esos dos se traen algo— murmuró para luego soltar un suspiro y estirarse.

Comenzó a vestirse rápidamente y salió de la habitación encontrándose al nazista mirándola fijo.

— … ¿Y imperio?

— te está esperando, yo te llevaré

La mexicana asintió respirando profundo y cruzándose de brazos

— si no te sientes cómoda con él… —le entregó un pequeño aparato extraño— presiona el botón rojo, llegaré y… volvemos…

— *suspiro* está bien, supongo… me regreso a mi «jaula»

no quise decir eso

— descuida… no es la primera ni será la última vez que me quieran tener enjaulada…

— ¿Qué quieres decir?

— *tks* Usa es mi amigo y todo eso pero... Eso no evita que si me pongo en su contra él me puede hacer la vida imposible… con tantos problemas encima yo…

— … te cuentes enjaulada…— murmuró deteniéndose y volteando a verla a la cara.

Intercambiaron miradas por unos segundos, Nazi sumamente perdido en esos rubíes brillosos en los ojos de la mexicana, esa piel fina y ese cabello blanco que ahora le llegaba casi a los hombros, ahora podía entender el porqué el gringo se enamoró de aquella mujer.

No solo por el físico como cualquier pendejo; sino por aquella forma de mirar, de sonreír, de platicar, de pensar y aceptar el peso de sus errores y lidiar con las consecuencias aunque le causará daño.

La mexicana en cambio sentía muchos nervios dentro de ella, ¿Porqué la miraba tanto? ¿acaso estaba pensando en una forma de desaserse de ella? ¿Y si ese cochino aparato era un explosivo? ¿Y si realmente todo era un plan del japonés y él para hacerle daño?

Tantas preguntas rondaban en su cabeza mas ninguna era correcta, pues ni de lejos podría imaginarse que lo que realmente divagaba en la mente del mayor era simplemente cómo sería un pequeño y tierno rose entre sus labios a demás de alguna forma de desaserse de los coqueteos del japonés.

🄻🄰  🄸🄽🄵🄸🄻🅃🅁🄰🄳🄰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora