CAPITULO 3

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Desde que tenía memoria, a Wei Ying le encantaba ir de cacería nocturna con sus padres. Se sentía feliz cuando su A-Die lo llevaba en sus hombros mientras jalaba de la cuerda al burro en el que iba su A-Niang.

Estaban en una posada de Yiling una tarde y sus padres le habían dicho que esta vez no podría acompañarlos. Aunque preguntó el por qué, solo recibió una sonrisa cálida de su madre y una suave caricia en su cabello por parte de su padre.

Así que solo le dejaron encargado comida, un baño caliente y una cobija mientras estos regresaban.

Esperó una, dos, tres horas, hasta que se convirtieron en días, los días se volvieron semanas y semanas en meses y sus padres jamás volvieron, había salido a buscarlos, por lo que no recordaba cómo volver al lugar en el que lo habían dejado seguro.

Vagaba por las calles de Yiling, había entendido que sus padres nunca más regresarían por él, nunca más su madre le daría besitos por toda la cara, nunca más su padre lo cargaría sobre sus hombros o le contaría cuentos para dormir junto a su mamá quedándose dormido en medio sintiendo los cálidos brazos de sus progenitores.

Tenía hambre, sus ropas estaban desgastadas y rasguñadas. Su piel blanca estaba llena de lodo seco, polvo y mordeduras de perros, aquellas últimas debido a las constantes peleas por comida que había tenido.

Tenía miedo, hambre y frío, era de día, sin embargo, no había comido ni bebido nada desde hace días. Así que su cuerpo estaba muy cansado y débil.

Pasaba rebuscando en la basura algunas sobras que pudiera comer, hasta que una señora un poco mayor se le acercó y le tendió un bollo recién horneado, agradeció y sonrió a lo que la señora le devolvió la sonrisa y se marchó a continuar con su negocio. Cuando estaba a punto de darle un mordisco escuchó aquel sonido tan aterrador, miró hacia atrás y empezó a sollozar cuando vió a tres grandes perros en frente suyo.

Salió corriendo con toda la fuerza que pudo sacar, sin embargo, aquellas bestias lo seguían de cerca y sin darse cuenta que había entrado a un callejón sin salida. Lo único que pudo hacer fue taparse el rostro con sus delgados brazos esperando los ataques de los animales.

Pero no llegó nada, escuchó que los perros habían salido aullando lastimeros y cuando él abrió de a poco sus ojitos acostumbrandolos al sol, pudo ver claro enfrente suyo a un hombre de ropajes moradas, alto, delgado pero su cuerpo estaba bien formado y marcado, en su rostro tenía una sonrisa tan suave como las que siempre ponía su madre.

Después de que el tío amable -como lo había apodado él- lo llevara a una posada, lo bañara, le sane las heridas y le diera de comer, pudo hablar cómodamente con él.

-A-Xian, ¿quisieras venir conmigo a Yunmeng Jiang? Tendrás un hogar, una hermana y un hermano que te querrán mucho- había dicho aquella vez aquel señor de amable sonrisa.

Ahora conocía que era el líder de la secta Jiang, Jiang Fengmian o el tío Jiang como le mencionó que le dijera.

El tío Jiang le contó que conocía a sus padres y que fueron a una misión especial mandada por el mismo Dianxia y por eso ahora nunca volverán, pero le dijo que siempre cuidarán de él desde arriba en el cielo junto a Dianxia. No sabía que significaba, pero él estaba feliz de que sus padres sean llamados a tal honor.

El tío Jiang también le dijo que él no pudo acompañarlos porque aún era pequeño, pero se prometió a sí mismo que algún día crecería para ser digno de ser escogido por Dianxia para las misiones especiales.

Te amo y más Donde viven las historias. Descúbrelo ahora