III

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Tiene una junta de trabajo a las ocho de la mañana y el despertador no solo lo hace despertar a él sino también a Apolo.

--Ven, a desayunar --habla poniéndose una bata.

Su asistente no debe tardar en llamar para recordarle los pendientes del día. La empresa no se dirige sola.

--Señor, buenos días. ¿Qué hace aquí?.

--¿Perdón? --se frota los ojos aturdido sirviendo la comida en el plato del can.

--Bueno, iba a hacer el desayuno.

--Oh, descansa hoy Estela. Quiero preparármelo yo --dice con una pequeña sonrisa y la cocinera agradece al amable hombre antes de dejarlo solo en el lugar.

Ricardo se hace unos huevos revueltos, quizá no sean excentricidades o un platillo como los de Estela pero sería soberbio negarse a comerlos.

Hay jugo de naranja y mientras desayuna Chad llama para recordarle la junta en la que evaluarán el presupuesto y las ganancias, la junta en la que evaluarán nuevas estrategias publicitarias y el almuerzo con el propietario de la compañía de ropa deportiva Ekin. No es un día tan ocupado pero definitivamente estar entre tantos señores formales es aburrido.

Tras comer lava sus platos y vaso y va a darse una ducha antes de elegir algún traje, uno de los tantos que tiene.

Sin embargo, a diferencia de los trajes de varios de los señores que verá los suyos no le parecen motivo de presumir, y no porque no sean trajes extremadamente costosos. Es porque aunque lo fueran Ricardo es humilde desde la cuna, y es esa misma humildad la que no le permite darse cuenta que esa es la diferencia entre "un hombre de traje" y él.

Es así como nuestro humilde multimillonario decide partir rumbo a la casa matriz donde le esperan bastantes diapositivas, números y varios "¿cómo estás?" que no esperan respuesta.

--Talvez Apolo necesita un hermanito --piensa en voz alta.

--Le podría hacer bien, señor --responde uno de sus guardaespaldas.

Entre rencor y soledadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora