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       —No los escuches —dijo Anik con una sonrisa cariñosa y compasiva—, sé lo que sucedió contigo. Sé acerca de tu miedo y te entiendo, creo que todos tenemos miedo a algo. A mí me da mucho miedo la oscuridad, pero eso está bien. Está bien que tengas miedo, y si nunca lo superas, también está bien.

      Los agrietados y cicatrizados labios formaron una leve sonrisa, una sonrisa que comunicó lo primero que el hombre pudo sacar de su interior por años: gracias.

      —¿Sabes? —continuó Anik—, tal vez tengas los dedos cosidos, pero puedes cerrar la mano.

      Tomó su mano con cuidado y lo miró a los ojos, los cuales apenas se lograban ver, pues una gran capa de lágrimas se había formado.

      —Acompáñame, hay alguien en casa que le encantaría verte, y no es necesario que hables. Hablar no es la única manera que existe para expresar nuestro sentir. 

El Hombre de la Boca CosidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora