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Al día siguiente en el patio de juegos, como era costumbre, había unos cuantos niños aguardando por la llegada del hombre de la boca cosida, entre ellos Anik, que por primera vez se encontraba mirando el cruce de la calle al final de la escuela.

      Y entonces, apareció.

      Ahí estaba como siempre, un viejo hombre abandonado por sí mismo, de cabello largo, tristes ojos y una manera de caminar que te hacía dudar de su felicidad. Tristemente, dicha descripción podría encajar con más de uno que se encuentre leyendo el final de esta historia, pero no, eso no era lo más doloroso en él, y tampoco lo eran sus heridas. Era que ahora tenía un nuevo miedo: ¿sería capaz algún día de quitar esos hilos de sus manos y boca, y quizás, solo quizás, hablar por fin?

      Anik cruzó la cerca que delimitaba la escuela, los niños comenzaron a gritarle con desesperación. Unos cuantos gritaban "¡Aléjate, te va a comer!", otros solo optaron por taparse los ojos y no ver la horrenda escena que se imaginaban.

      Anik se posó frente al hombre y lo miró a los ojos.

El Hombre de la Boca CosidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora