Capítulo 1: Banco de Madera.

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El aire era pesado, la típica sensación de playa, ese viento mojado y húmedo que te deja el pelo como estropajo, que te da calor mientras te sube la temperatura, poniéndote de los nervios, haciéndote querer desnudarte y tirarte a un estanque con agua llena de hielo. Era lo que sentía ahora mismo. El cielo era oscuro, ni una estrella, ni un árbol, ni una sombra, no había nada. Solo escuchaba unos profundos lloros al fondo, bajos y constantes. Era molesto, me retumbaban los oídos como si estuviera escuchando una moto arrancar cerca de mí con enfado. Los lloriqueos cada vez eran más fuertes, más graves y suaves, como si estuviera yéndome a otra realidad. Cada vez los escuchaba más cerca, pero no eran fuertes, como una melodía de delfines muy al fondo del mar. Siempre pensé que eran parecidos al llanto de un bebé. Sin quererlo, me desperté.

Al segundo me di cuenta de que el molesto lloriqueo venía de mi hermana en la otra habitación. Solo un pequeño rayo de luna atravesaba el pequeño hueco que dejaban mis cortinas grises, era lo único que me permitía ver en esa habitación grande y nostálgica. Con pereza y algo de enfado, me levanté de la cama mojada por mi sudor después de ese extraño sueño. Mis pies descalzos tocaron la suave tela que cubría el suelo y abrí la puerta de mal humor, rascándome el ojo con la mano libre. Ahora los llantos eran casi inaudibles; se estaba calmando porque sabía que iba de camino. Al abrir su habitación, me la encontré dando pequeños saltos en la pequeña cama con barrotes blancos a los lados.

—¿Qué coño te pasa, Eva? —dije cabreado mientras me acercaba a ella con actitud bruta. Ella levantó la cabeza y me miró con ojos tristes.

—Sueño malo... —Sus palabras fueron entrecortadas, el rastro del llanto le hacía temblar el pecho, como pequeños hipidos. Estiré la comisura de mis labios hacia abajo, con algo de entendimiento y a la vez molestia. Las pesadillas en los niños eran, dentro de lo que cabe, normales, pero las pesadillas de mi hermana no eran exactamente la definición de algo normal. Habíamos pasado por mucho. Le acaricié la mejilla y la escuché, temiendo su respuesta.

—Mamá, papá... —Cerró los ojos dispuesta a llorar otra vez. Sus palabras se clavaron en mi corazón como un puñal, y la levanté para acurrucarla en mis brazos. La balanceé un poco para que supiera que ya no había nada que temer, que estaría con ella siempre, jamás la dejaría sufrir sola. Me miró con aquellos ojos profundos, bañados en lágrimas. Eran parecidos a los de papá. Al pensar en la última palabra, otra puñalada en el corazón me inundó, de tristeza, rabia, agonía, sentimientos que siempre guardaba dentro de mí. Con tan solo dos añitos, mi hermana sufrió lo peor que te podía pasar en esta vida, y más si eras parte de una familia feliz: perder y ver morir a sus padres. Tenía que ejercer de padre, ya que, debido a mi edad, podía ser su tutor legal. Pero, de todas formas, jamás querría que otro la cuidara; era mi responsabilidad, y por mis padres y por ella la iba a cuidar durante el resto de mi vida. La obligué de cierta manera a que me mirara. Ella lo hizo con un toque de desgana, sacó fuerzas para mostrarme una pequeña sonrisa. Yo se la devolví, agradecido de tenerla en mi vida.

—Perdóname por ser tan bruto —le susurré mientras la abrazaba. El sentimiento de culpabilidad recorría mis venas, mientras el corazón se apretaba en una bolita. Mi mente vagaba en recuerdos de lo mal que lo pasamos mi hermana y yo ante la muerte de nuestros padres. Solo en ese momento pude ver y darme cuenta, casi a mis 21 años, de lo importante que era la familia, y que sin ella no iba a ningún lado. Solo era mirar a la niña que tenía en mis brazos y llegar a la conclusión de que, sin ella, no podría ser quien era, y mucho menos vivir con la paz y el amor que ella me otorgaba. Vacilé por un momento y decidí llevarla a mi cama, para que no volviera a tener más pesadillas. Salí de su habitación a paso lento, mientras la apretaba contra mí para calmar sus pequeños sollozos. Cuando entré en la habitación recordé que mi cama estaba empapada por culpa de mi pesadilla. Un sentimiento de rechazo inundó mi pecho, provocando un gesto agrio y de asco.

El caso de Eva Heaton [1# de la Trilogía ''Casos'']Donde viven las historias. Descúbrelo ahora