Capítulo 9: Boulevard Nº 42

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De por sí, Beverly Hills era un lugar tranquilo. Pues, no, hoy tenía que estar alterado. Todo allí era un revoltijo de animales. Muchos coches, tiendas llenas. Y eso solo tiene una palabra, rebajas. Cada dos por tres, Beverly Hills estaba en rebajas. Eso era porque en todas las tiendas de esta ciudad eran muy caras. Entonces la gente se iba a otra ciudad, y por supuesto, esto no beneficiaba para nada al gobierno. Por eso, cada poco tiempo estaba en un descuento de 50%, y como era de esperarse la gente aprovechaba.

Helena se dirigía a la casa del secuestrador. La miré, de arriba abajo. Cada día la amaba más. Mi hambre de lobo cada vez era más bestia. Cuanto más tiempo pasaba con ella más la deseaba. No sabía si ella sentía lo mismo por mí y eso me entristecía. Volví mi mirada al frente y vi que ya estábamos llegando a su casa. Nos paramos justo en frente y suspiré. Me quité el cinturón y del abrigo de Helena cogí la pistola. Le di la libreta a ella y suspiré.

-Voy yo delante-dije mostrando brevemente la pistola y recargándola. Salí del coche y miré por toda la casa, no había ni rastro del secuestrador. Ni de su coche. Entramos con cautela, de que no sospechara nadie. Sin pensarlo dos veces llamé a la puerta, con miedo de encontrarme a alguien tras de ella.

-No contesta nadie-habló Helena golpeado la puerta con el pie. Revisé a través de todas las ventanas de la planta baja y no veía nada.

-Nada-afirmé cruzándome de brazos.

-Aparta-pidió Helena amablemente. Di dos pasos hacia atrás y ella de solo una patada abrió la puerta. Había demasiado polvo en el suelo. Entramos cuidadosamente a la casa. Mirando hacia todos lados, estaba todo limpio y ordenado. Era una casa acogedora y bonita. Nada comparado como el capullo del secuestrador.

Mi vista recorrió toda la zona. A la izquierda pude ver la cocina, los muebles eran de mármol negro, con grietas blancas que parecían cicatrices. Estaba el fregadero y la nevera, una pequeña tabla que los unía. Al frente había una mesa grande, también de mármol. Había un cuenco lleno de naranjas, podridas. Con el reflejo del sol pude ver que había mucho polvo en cada uno de los muebles. No había armarios.

Giré la cabeza a la derecha y visualicé la sala de estar. Solamente había un sofá negro y una televisión antigua. Una pequeña mesa llena de polvo, demasiado blanco para ser suciedad. Me acerqué lentamente a la mesa y pasé mis dedos por encima. Coloqué mi mano hacia arriba de mi cara e intenté adivinar qué era ese extraño polvo.

-Helena, ven-dije mientras me sacudía las manos y me agachaba. Helena estaba revisando de arriba abajo la cocina. Vino hacia mí y se puso a mi lado-, ¿qué es eso? -pregunté rodeando con el dedo alrededor de la mesa.

Ella lo visualizó detenidamente. Suspiró.

-Ya sé lo que es y creo que también sé por qué está aquí-apuntó levantándose. Me crucé de brazos, esperando su respuesta-, es cocaína.

-Aparte de un secuestrador y asesino es drogadicto, ¿no? -dije con odio en la voz.

-Sí, pero no es drogadicto, solo lo hizo porque no podía matar a alguien con los cinco sentidos-la miré sin comprender lo que decía.

-No sé si soy gilipollas o es que te explicas como un libro cerrado-dije incomprendido. Me soltó una mirada asesina y se arrodilló en la parte de atrás de la mesa.

-A ver mira-me señaló la cocaína en la mesa-, ¿Ves esa huella? -asentí viendo la huella amorfa que se dibujaba entre los millones de granitos de droga.

-Pues esa huella es de la cantonera del rifle, eso nos dice que se drogó antes de ir a matar a David. Porque en el fondo le duele. Y no le gusta.

-Pues le dolerá matar a ese chico, pero no le duele secuestrar a Eva-repliqué levantándome de la mesa.

El caso de Eva Heaton [1# de la Trilogía ''Casos'']Donde viven las historias. Descúbrelo ahora