Capítulo XII: Recuerda

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Atrapado entre estas cuatro paredes, golpeando este frío cubículo mientras mis lágrimas azotan mi cara y dibujan surcos en mis mejillas. Mi cerebro aún es incapaz de asimilar la situación, todavía se pregunta si todo esto es un sueño. Desea que nada sea real, incluso estos molestos sentimientos.

¿Todo este tiempo no ha servido para nada?

Duele. Joder, duele.

¿Cuándo podré volver a respirar?

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La intensa lluvia calaba hasta sus huesos. Toda su ropa estaba empapada, de sus mechones se desprendían gotas que dificultaban su visión. Se movía deprisa por el borde de la carretera, las ruedas de su bicicleta salpicaban agua hacia los lados.
Estaba desesperado, su corazón volvía a palpitar fuerte y angustiado. Necesitaba ir más rápido, más rápido...

Ese día se había levantado llevándose uno de los peores sustos de su vida: Samuel no estaba a su lado. Para su suerte, su tristeza duró poco, pues media hora después encontró una carta del susodicho donde explicaba las razones de su desaparición. Guillermo le había sonreído como un bobo a la carta, la había abrazado y luego había olido el lugar donde unas horas antes su amado había estado tumbado. Sí, tal vez era una práctica algo extraña, pero le encantaba aquel aroma, se había convertido en su olor favorito.
Aún con la felicidad plasmada en su rostro, se duchó, se vistió y desayunó, embobado con su mundo de luces y colores.

Un poco más tarde se hallaba acostado sobre sus sábanas, releyendo aquella carta, sonrojándose cuando leía un "te quiero", fantaseando sobre su próximo encuentro. Sus ojos viajaron hasta el número de teléfono y las ganas de escuchar aquella singular voz se hicieron presentes en Guillermo. Sin más, cogió su móvil y tecleó los números escritos en la carta.
Una, dos, tres, cuatro veces sonó el tono de espera, el joven esperaba paciente con el teléfono colgado en su oreja. Al ver que no obtenía respuesta colgó y volvió a llamar, repitiendo esa operación hasta seis veces, pues el móvil de Samuel no parecía dar señales de vida.
Cuando por vigésimo quinta vez la tecla de llamar había sido pulsaba por su pulgar, Guillermo empezó a preocuparse. ¿Tendría el móvil en silencio? ¿Lo estaría ignorando?
Tal vez había reconsiderado su decisión y lo estaba evitando. ¿Tan rápido se había cansado de él? ¿Y si en ese preciso momento ya se encontraba en su casa con su mujer? ¿Le habría contado lo ocurrido? ¿Se estarían... besando?
Deseó no ser tan inseguro, estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Seguro que no había pasado nada, seguro...

La melodía de su móvil lo arrancó de sus cavilaciones de repente, provocándole un mini infarto en su corazón. Respiró hondo y atendió.
- ¿Diga?
- Buenos días, le llamo del hospital de Plaintview -¿Del hospital...?- ¿Es usted familiar o conoce a un joven llamado Samuel de Luque?
Todo se detuvo por unos segundos, las peores situaciones apareciendo en su cerebro. No...
- S-sí... -su voz salió casi en un susurro inaudible- Sí, soy su amigo... - contestó, más alto.
- Verá, lamento informarle que su amigo sufrió un accidente de tráfico hace unas pocas horas -Su respiración se cortó al momento, el mundo silenciándose a su alrededor- Por el momento no hemos podido localizar a ningún otro familiar, usted es la única persona. Samuel está hospitalizado aquí, por si quiere venir a visitarle.
No podía contestar, sus cuerdas vocales parecían no querer funcionar. Pasaron unos segundos hasta que su voz salió débil por sus labios.

- Vale... gracias...

Y allí se encontraba él, pedaleando frenéticamente bajo la lluvia, pues todos los taxis estaban ocupados. El autobús tardaba demasiado y no, no tenía edad para conducir. Su única opción fue su vieja y oxidada bicicleta, la cual llevaba años reposando en el balcón bajo una sucia lona.
Esperaba que no fuera nada grave, deseaba que él estuviera bien. Rezaba por su salud, por su bienestar. Por su vida.

Mientras, la lluvia se desataba tanto en su interior como en el exterior.

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"Trescientos once, trescientos once..." Buscaba aquel número desesperado en los carteles metálicos colgados al lado de cada puerta. Notaba su corazón latir frenéticamente, tanto por la reciente carrera como por sus nervios. Se intentaba tranquilizar a sí mismo tratando de pensar que él estaba bien, pero sus palmas y todo su cuerpo seguía sudando.

Cuando sus ojos encontraron la habitación 311, se acercó a la puerta y dio dos golpes suaves con los nudillos, tal vez pensó que él podría estar dormido y no quiso molestarlo. Empujó la madera lentamente y se escabulló adentro, cerrando la puerta a sus espaldas.
Paso a paso, caminó hasta aquella cama blanca, topándose con los débiles ojos de Samuel. Su mirada estaba perdida y su boca estaba cubierta por un aparato plástico que le proporcionaba oxigeno. Su pecho subía y bajaba con lentitud, como si tuviera dificultades.
- Samuel... -Un llanto reprimido salió en ese instante de su garganta, toda la tensión que tenía acumulada en su corazón se liberó y se convirtió en lágrimas al ver que estaba bien, que estaba con vida- Samuel -repitió, mientras se acercaba a él y se abrazaba a su pecho con cuidado de no hacerle daño- Menos mal, menos mal...
El mayor no dijo nada, sus labios seguían cerrados en una fina línea rosada.
- Por un momento pensé que... pensé que... -Aquellas palabras tan horribles se negaron a salir de su boca, no quería ni decirlo- Cuéntame, ¿cómo te encuentras? ¿Qué ha pasado?
Pasaron unos segundos hasta que Guillermo levantó la cabeza y miró a Samuel con cara de desconcierto. No se había inmutado, ni le había abrazado ni nada. No había hecho absolutamente nada.
- ¿Samuel...? ¿Ocurre algo? -¿Estaría molesto o enfadado por algo? No recordaba haber hecho nada malo...
La voz de Samuel salió suave pero cortante:
- Es que... no sé quién eres...

Guillermo sintió cómo su corazón se hundía de nuevo en aquel mar que tanto conocía.
- ¿Qué dices...? -Sus palabras casi se perdieron en el aire, fueron tan débiles que podría haber sido el murmullo de una brisa.
Un doloroso silencio inundó aquella sala.
- ¿Es una broma? No tiene gracia -Se separó un poco del mayor para ver mejor sus ojos, para descubrir si mentía.
Para su mala suerte, Samuel no sabía ni su propia identidad.
- No, no te conozco. Lo siento...
El cerebro del joven se negaba a procesarlo, aquello no podía ser cierto. Tenía que estar mintiéndole, eso solo podía ser una broma de mal gusto.
- Soy Guillermo, Willyrex, ¿te acuerdas? El de On-Chat... -El mayor no decía nada, de hecho parecía incómodo con la presencia de aquel desconocido en su habitación- ¿Samuel...? -Las lágrimas volvieron a hacerse presentes en los ojos castaños de Guillermo- Samuel... por favor... -Pero él no decía nada. Solo veía a aquel joven romperse cada vez más, poco a poco, segundo tras segundo.

- Disculpa - Levantándose lentamente de aquella silla, salió de la habitación mirando por última vez a Samuel, cerrando la puerta a sus espaldas y caminando despacio por el pasillo. Sus ojos miraban a la nada, sus pies no sabían a donde ir. Sin darse cuenta siquiera, llegó a los blancos lavabos del hospital. Se encerró en uno de los cubículos y se dejó caer contra la pared, sentándose en el suelo y abrazando sus rodillas con fuerza.
Su cerebro no daba para más, y aún menos su corazón. Estaba cansado, harto de que la vida jugara con él. Parecía como si el mundo entero se riera y lo tratara como un títere, manipulando sus sentimientos y balanceándolo de lado a lado sin piedad.
Aún no concebía aquella situación, todo había pasado demasiado deprisa. De repente, todos aquellos meses había

On-Love (Fanfic, Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora