Capítulo 11

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El tono de llamada de mi celular no paraba de sonar, cuándo me levanté para colgar, me dí cuenta que era Cristina quien me estaba llamando.
- ¿Hola?. - Mi voz sonó muy ronca, ya que recién me había despertado.
- Hola, ¿puedo ir a tu casa?.
- Son las 4:00, es peligroso que salgas a esta hora.
- Por favor, me voy a tomar un uber.
- Está bien, te espero en la puerta de atrás.
- Si, gracias.
Tras colgar la llamada, me levanté para ir a esperarla a la puerta, le dije que iba a estar cuando me necesitase, pero no creí que eso sería a las 4:00 de la mañana, encima está lloviendo.
Al verla bajar del auto, noté su cara de cansada, se veía devastada, las ojeras se notan a kilómetros, el maquillaje corrido, de seguro había estado llorando.
Una vez que el auto se fué, corrió hacia mí y comenzó a llorar. Me dolía tanto verla sufrir así. Intentaba que mis brazos fueran lo suficientemente reconfortantes como para que dejara de dolerle, pero no fué posible, y eso hizo que quisiera abrazarla más fuerte. Si no podía parar su dolor, al menos me gustaría que pudiera deshacerse en ellos, que descargue todo.
- Desearía poder ayudarte más. - Mi voz ronca empezó a quebrarse, así como mi corazón al verla sufrir de esta manera.
- Con esto es más que suficiente. - Dijo entre sollozos y con la voz rota.
Aunque yo sabía que no era suficiente, quería hacerme creer que sí.
- ¿Entramos?.
- Ajá…

                                                                           ***

- En no más de una semana, piensan que mi abuelo va a partir.
- Prometo estar ahí cuando me necesites, princesa. - Agarré sus delicadas manos y levanté mi mirada hacia ella, sus preciosos ojos color café se cristalizaron, para volver a romper en llanto.
Habremos estado lo que quedó de la noche llorando, hasta quedarnos dormidos, prometo estar ahí para ella, por y para siempre.

Al despertar, me levanté para correr las cortinas. La lluvia había parado, aunque seguía haciendo frío.
Decidí ponerme un suéter negro que encontré en mi armario y me dirigí a la cocina a preparar el desayuno.
A Cristin no le gustaba para nada el café, siempre prefirió el mate cocido, sinceramente yo lo detesto, y dudo de la existencia de un saquito de eso en mi casa. Aunque, para mí sorpresa, sí había uno.
- ¿Es muy tarde?.
- No, apenas son las 10:00 a. m.
- ¿Y tu mamá y Adam?.
- Tenían que hacerse unos análisis y tuvieron que quedarse en el hospital, volverán esta noche.
- Está bien.
- El desayuno está casi listo, elegí las galletitas que quieras.
En el desayuno nos la pasamos hablando de idioteces, hay veces donde es bueno distraerse y no centrarse en los problemas. Eso necesitaba ella, distraerse. Eso es lo que íbamos a hacer hoy.
- ¿Alguna vez fuiste a un parque de diversiones?.

                                                                           ***

El olor a azúcar era empalagoso, los niños gritando eran irritantes, y los precios eran un espanto. Pero todo con tal de sacarle una sonrisa a esta niña mimada.
Cristin se veía tan feliz, parecía una niña pequeña, quería probar todos y cada uno de los juegos, hasta que nos decidimos por uno.
- No creo que esto sea una buena idea. - Sentía como me temblaban todos y cada uno de los huesos de mi cuerpo mientras me sentaba en la montaña rusa. - ¡He visto millones de noticias en las que las personas mueren por subirse a este juego!.
- Ya pagamos, ya es tarde. - Con una sonrisa de oreja a oreja, se sentó a mi lado.
- ¿Y-y si se cae?. Juro que si muero, te asesino.
- Eso no tiene sentido.
- Créeme, lo tendrá.

El vagón comenzó a moverse, en ese momento mi cuerpo se heló, el arrepentimiento circulaba por mis venas, quería gritar y ni siquiera estábamos arriba.
Una vez que estábamos en la cima, sentía el viento golpeando mi rostro, los gritos de todos, pero cuando quise abrir mis ojos, sólo se podía ver esa perfecta vista, ese atardecer tan espléndido. Para cuando el vagón empezó a asomarse al borde de la cima, los gritos ya eran demasiados.
Cuando cayó, fué cuando empecé a gritar, grité tan fuerte que ni siquiera sabía si era por el miedo de subirme. Vi cómo las lágrimas brotaban de los ojos de Cristina, ahora entiendo por qué quería subir a este juego, quería descargarse. Aproveché para hacer lo mismo, millones de escenas pasaron por mi cabeza, y a cada una de ellas, les dediqué un grito, una lágrima, tanto en el pasado como en el presente. Lloré por ellos y me prometí que dejaría de hacerlo una vez que logre descargarme por completo.

Ya no le dedicaré más tiempo al pasado.

Recuerdos EternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora