Francisco Nuñez

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Terminé de atender al ultimo letrado que quedaba en mesa de entrada y me dispuse a archivar algunos expedientes.
Mi día laboral casi terminaba. Estaba exhausto, y lamentablemente todavía me quedaba, por la noche, ir a la facultad. Observe mi agenda, hoy tenia que cursar Derechos Reales, era una materia entretenida y la profesora que dictaba la misma, muy conocedora del tema.
Busqué mi campera, coloqué mi celular en el bolsillo y me dispuse a salir.
El Palacio de Tribunales era bastante grande, por ende, me tomo un tiempo llegar a una de las salidas.
En cuanto logre hacerlo, el sol me golpeo de frente y me encegueció. Lo bloque con una mano y continúe mi camino.
Llegué a la puerta del gimnasio, listo para cumplir con mi rutina diaria, cuando recordé que había dejado el bolso con la ropa para entrenar, en el juzgado. "No puede ser", pensé enojado conmigo mismo.
Hecho una furia, volví sobre mis pasos. Caminaba apurado, casi trotando, y con la vista hacia abajo. Doblé en la esquina, a la derecha sobre Lavalle y Talcahuano, casi llegando al Palacio de Justicia, cuando sentí que alguien me golpeo, haciendo que pierda estabilidad. "Otra vez", pensé molesto.

-¿Qué pasa hoy? ¿Nadie se fija dónde camina? – grité enojado.

El hombre que, sin intención, me había golpeado, estaba adolorido y no entendía que ocurría.

-Perdón, no era mi intención – me dijo arrepentido, mientras se frotaba el hombro.
-Esta bien, discúlpeme usted también. Es la segunda vez que me golpean en el día – comenté indignado.
-Suele pasar – respondió con una sonrisa, intentando darme ánimos.

Me extendió la mano, se la estreche en un saludo amistoso, cual caballeros que cierran un trato y seguimos nuestros caminos.
Logré ingresar al Palacio de la forma más rápida que fue posible y retomé mi camino hacia el gimnasio nuevamente.
Llegue casi trotando y me encaminé hacia los vestidores. A causa de que tuve que volver hasta el juzgado, perdí media hora de entrenamiento.
Me cambié y empecé mi rutina. Lo primero a trabajar, eran los cuádriceps y en segundo lugar, brazos. Deje de lado la entrada en calor, ya que había trotado todo el camino.
En el horario en que podía entrenar, el lugar estaba repleto de gente, por ende, tuve que aguardar a que se desocupe una maquina, varias veces.
Por ultimo, y para finalizar la rutina, debía trabajar pectorales. Me sentía orgulloso, en una hora y quince minutos, había logrado cumplir con el objetivo.
Respirando agotado, me dirigí hacia las duchas. Una vez listo, emprendí mi camino hacia la facultad.
La clase se hizo larga y pesada. Éramos pocos y la profesora no se sentía bien, por ende, no tenia ánimos de dar la clase. Por primera vez, hice algo que nunca había hecho, en mis años de carrera. Me fui antes.

Subí al colectivo, el cual no demoro mucho en llegar. Tenía un trayecto de cuarenta minutos. Estaba oscuro y el viento que entraba por la ventana, me daba en la cara.
Me hubiera gustado escuchar música, pero usar los auriculares a esta hora en el transporte público, era motivo suficiente para llamar la atención de algún delincuente.
El colectivo se detenía en la esquina de casa. Mi mamá esperaba en la puerta, con la intención de asegurarse, que nada me pasara, en esos breves metros que recorría.

- ¡Hola! – saludo contenta, mientras extendía los brazos para abrasarme.
- Hola viejita – le dije sonriendo. Era reconfortante sentir la bienvenida a casa, después de un día largo.
-Prepare carne al horno – comentó contenta.
-¡Que rico! – era todo lo que necesitaba en ese momento.
-¿ Y Juani? – pregunté, mientras buscaba con la vista a mi hermana menor.
- Hoy tenia que irse a la casa del padre - mencionó angustiada.
- Bueno, pero no te angusties. Ella esta bien, y su papá la cuida.
- Sí, ya sé, pero a veces es difícil que se vaya.

Mi mamá se había separado de José, el papá de Juana, hacia un año. La relación era buena, y siendo sinceros, él también era un buen padre. Estaba presente, se preocupaba por su hija en todos los aspectos, incluso cumplía con lo ordenado por el juez, sin replicas. Igualmente, a mi mamá le costaba separarse de su hija.

-¿Querés que pidamos helado? – le pregunté para animarla. Era su postre favorito.
- ¡Sí! – me contesto, mientras se le iluminaban los ojos.

Saqué el celular, para ingresar a la aplicación y realizar el pedido, cuando visualice un mensaje de Mateo.

" Amigo, ¿cómo estas? ¿Querés ir al rio, a tomar unas cervezas?"

Era buena idea. El clima era perfecto, y finalizaba la semana laboral. Miré a mi mamá y no pude evitar sentir un dejo de culpa.

-Es Mateo – comenté
-Si tenes que salir, anda y disfruta la noche- me dijo, obligándome.
-No te quiero dejar sola
-No pasa nada Fran, mientras no te olvides de pedir el helado – me dijo con una sonrisa picara.
-Bueno, igual cenamos juntos – respondí, mientras le daba un abrazo.

Desbloquee el celular y conteste.

"¡Me parece perfecto! Paso a buscarte a las once y media".

Le avise a Flor, mi novia, que iba a salir con uno de mis amigos. Al principio no le agrado la idea, pero al ver que no tenia opciones, lo acepto a regañadientes.
La cena con mamá estuvo exquisita. Levantamos la mesa, pague el helado y me dispuse a cambiar.
Fue un placer liberarme de la camisa que me había puesto para ir a la facultad. Tomé una musculosa del placard y observe mi figura frente al espejo.
No me desagradaba como quedaba, excepto por un detalle. Tenia un hematoma de varios colores, formándose casi a la altura de el hombro.
Me preocupe, pensando que podía ser alguna lesión a causa del gimnasio. Reflexione, y si fuera así, hubiese sentido un dolor bastante agudo. Descarté esa posibilidad.
Observe nuevamente. No entendía cómo podía haber ocurrido. En ese momento, me vino la imagen de dos personas, golpeándome durante el día.
Por la altura del moretón, descarté la embestida que el hombre me había dado, ya que la misma había acaecido más arriba. Indudablemente, había sido la abogada.
Recordé ese momento. Era bastante baja, delgada, con cabello castaño y largo. Parecía una muñeca.
El timbre de mi celular, despejó de mi mente las imágenes del día. Era Mateo, reclamando que estábamos sobre la hora indicada y todavía no había llegado.
Me vestí con una remera, para ocultar el moretón. Caminé a paso rápido hacia el auto y emprendí el camino hacia su casa. No me gustaba llegar tarde.

Una vuelta de tuercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora