Salvador Escalante

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Termine el café que me había servido hacia quince minutos. Tomé la carpeta del escritorio, y me dirigí hacia el despacho.
Uno de mis clientes aguardaba sentado en una silla. Tenia cara de pocos amigos.
Había pedido una cita conmigo, sin mencionar cuál era el inconveniente. A mi criterio, su caso estaba prácticamente terminado, me arriesgaría a decir.

-Señor Diaz, ¿Cómo le va? – saludé, mientras estrechaba su mano.
- Dr. Escalante, menos mal que pudo recibirme – dijo angustiado.
-Es un placer poder escucharlo. ¿Qué puedo hacer por usted? – pregunté, presintiendo lo que iba a decirme.
- En primer lugar, quería agradecerle, el divorcio lo realizo con rapidez.
-Buenos, gracias. Es mi trabajo -mencioné de forma dubitativa.
- Verá, pedí la reunión, ya que el lunes pasado, me llamo su secretaria, para informarme que estaba todo listo y debía pagar sus honorarios.
- Correcto, yo mismo le pedí que lo llamara.
- Sí, pero doctor tengo un inconveniente. Resulta que cuando salió la sentencia de divorcio, con Margarita nos juntamos a conversar sobre la vida, lo acontecido y demás.
- Me parece bien, es importante tener buena relación con la gente – mencioné, mientras intentaba leer el pensamiento de mi cliente.
- Lo que quería comentarle de forma relevante, es que nos arreglamos, con Margarita.
- ¿Se arreglaron? – consulté, confuso y sorprendido al mismo tiempo.
- Sí, nos fuimos a vivir juntos nuevamente – respondió radiante.
- Bueno hombre, eso no es tan malo, creo – comenté sorprendido. No era la primera vez que pasaba. En reiteradas ocasiones, cuando se trata de un caso de divorcio o de alimentos, los clientes se arreglan entre ellos, o peor, volviendo con la pareja en cuestión.
- Entonces dígame Sr. Diaz, ¿qué lo aqueja? – pregunté, mientras rozaba mis labios con la punta de los dedos.
- Ahora que volví con Margarita, no le voy a poder abonar sus honorarios – dijo convencido.
- ¿Cómo? – pregunte atónito.
- Lo que escucho. Ya no me sirve estar divorciado. Me reconcilie – contesto, seguro de sus palabras.
- Sr. Diaz, entiendo lo que me plantea, pero la realidad es que mi trabajo lo realice. Usted me contrato para  algo en particular y yo le cumplí .
- No sé que decirle Dr. Escalante. En mi opinión, no tiene sentido que le pague.
- Esta bien, no me quiere pagar, no lo haga. Los honorarios profesionales son de carácter alimentario y sé como cobrarlos. No se preocupe -mencione enfadado, con tono prepotente.
-No se enoje, doctor — me gritó.
- No me enojo. Solo le estoy notificando de forma verbal, que sé como proceder legalmente, para cobrar mis honorarios.
- Haga lo que quiera – dijo ofendido. En ese momento se puso de pie rápidamente, haciendo que la silla, caiga al suelo.
-Perfecto, lo haré. Ahora le pido que se retire – grité, mientras extendía el brazo en dirección a la salida.

Se fue de un portazo. Era de no creer. Puedo entender que el cliente, no comprenda el trabajo que hay detrás de cada expediente. Pero desvalorizar el esfuerzo de uno, no tiene nombre.
Tome la carpeta del caso "Diaz", y lo coloque en la pila titulada "para reclamar honorarios".
Cerré el estudio y me dirigí directamente a casa. En la calle diluviaba, empezaba a hacer frio.

Entré al departamento con los pies empapados. Necesitaba darme una ducha caliente.
Me desvestí. Llené la bañera y sumergí el cuerpo entero, incluyendo la cabeza.
Al salir a la superficie, cerré los ojos, para relajarme.
Había comprado el departamento cuando era un fideicomiso. Lo pagué en varias cuotas, durante años, pero valió la pena. Estaba ubicado en una excelente zona, era amplio, y en un edificio de categoría.
Mi mente se traslado al día que me entregaron las llaves. Sofía me había acompañando. Ella comprendía mejor el tema, yo estaba demasiado nervioso. Me arriesgaría a decir, que incluso no preste atención a lo que mencionaba el Martillero, es decir, el matriculado a cargo de la inmobiliaria.
Abrí los ojos. No pude evitar sonreír. Froté mi cara con agua tibia y volví a relajarme. Mi mente retorno al día que ingrese, por primera vez, al departamento.

"
- ¿Estas listo? – me dijo Sofía, parada frente a la puerta, con una sonrisa.
-Sí, estoy listo – afirmé – pero me gustaría abrir la puerta por mis propios medios – le contesté también sonriendo, mientras le sacaba las llaves de la mano.

Una vuelta de tuercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora