1. Génesis

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Génesis es, el origen de todas las cosas, el primer libro de la Biblia. En este caso: El origen de Dios.

 Argentina nunca había cargado con tanta belleza hasta ese momento, ni siquiera un campeonato mundial de futbol ganado sería merecedor de tanta admiración.
¿Para qué gritar fuerte un gol, si podría gritarse un te amo, a los cuatro vientos en honor a su hija, esa muchachita hermosa de ojos azules? 
Ninguna guerra tendría el poder de desterrar tanto amor, el vínculo sagrado y sellado por la genética resplandecía tanto como la pava de aluminio, con la que cebaban el mate esa tarde.
Afuera, se disputaban conflictos y una frase como aquella podría ser utilizada en pasado, presente y futuro.

Las pupilas diminutas, los labios coloridos de tantos dulces consumidos, los dedos diminutos que sostenían un cuerpo por entre los charcos y que hasta el momento, no había conocido miedo alguno.
El seno de la familia, tan sanador que recordarlo dentro de cuarenta años fecundaría felicidad y agradecimiento por la vida.
Sus ojos azules, observaban con sabia experiencia, cada salto y toda admiración por el arsenal de plástico. Nunca antes habían visto algo tan lindo, tan poco triste. 
Benditos fuesen esos ojos, padecidos eran los ciegos que transitaban la paternidad.

— Soy una teniente general, como vos— sonrió al saltar hasta su regazo, con la mirada cubierta por semejante reliquia como su primer gorra de plato otorgada por el ejército nacional argentino.

— Sos muy chiquitita todavia, un piojito sos— respondía en el alivio cedido por la calidez de su hogar, la mirada de su esposa enamorada al sostener a su bella creación. Un beso suyo en la mejilla y el abrazo de ese imparable grupo de tres.
Los bellos ojos verdes valían mucho más que toda la propiedad, que un triunfo de Boca Juniors de visitante. Ser la razón de todas sus alegrías, le dotaba de irremplazable felicidad.
El encuentro de dos almas como aquellas, florecía con maravillas de ojos azules.

— ¿Y qué me importa? A la guerra la mato yo sola, de un tirotazo. ¿No te acordás que soy la victoria personificisada?

— Tengo dos cosas para decirte: Se dice personificada, sos muy pequeña para andar pegando tiros y... La última pero no menos importante: No te prives nunca de ver el mundo con ese azul cielo que tenés entre los ojos. Acomodate la gorra, teniente general. No quiero que tengan sed.
Aunque... Ni siquiera un ciego puede retirarse del campo de batalla.

— No le hables de esas cosas a la nena, como si fuese a quedarse ciega algún día y recordase todos esos consejos un tanto morbosos, mi amor.

— Cada día me lo planteo, si no tuviese ojos para ver creería a la vida tan insípida como la oscuridad en la mirada. No podría ver a nadie de ustedes y yo sin esos ojos, ¡Me muero querida!

"¡Patria o mu..." — gritó el rubio, corriendo en frente de ellos. La niña saltó por sobre su madre para abalanzarse sobre él.

— ¡Es patria o muerte, Martín! ¡Y tendrías que estar muerto ya!— lo corrigió tirándolo sobre el césped para jugar con él.

— "Patria o mu..."— repetía con la niña sobre sus hombros, que imitaba un avión de guerra igual a los que sobrevolaban en ese momento. Sus cortos brazos planeaban imaginariamente, en el sueño banal de convertirse en una heroína como los ojos que la observaban.

— ¡Ves por eso yo me llamo como papá y no vos! ¡Porque sos un inútil y cuando seas grande te vas a hacer terrorista— gritó intentando bajarse de esos hombros anchos, sacudiéndole la cabeza a su hermano.

— Emiliana es un nombre horrible y casi que de varón. ¿Qué vas a ser vos? En el ejército no hay lugar para las nenitas.

— Martín, no pelees a tu hermana que es chiquita.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora