6. La piel de Judas

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Soundtrack:

"¡Lobo ¿Estás?!"Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, 1993.

Madrid, España, 2019

      Ágata caminaba por entre los destrozos del Banco de Madrid, proyectando en su mente, los planos de la ingeniería de esos tres trastornados que habían gestado aquel golpe. Imaginaba cada noche desvelada, con los ojos abiertos por la ilusión absoluta.
Para gestar un plan como aquel, se necesitaban mucho más que mil y una noches. Para cualquier persona en sus cabales, aquella travesía era un sueño inimaginable, noches eternas.
El éxtasis de Emiliana al sentir el oro con sus manos, le había demostrado que la eternidad de la planificación no había existido, que a cada noche luego de haberla abandonado, ese éxtasis, esa ambición la mantuvo despierta.
Ágata recordaba a cada paso, con el ceño fruncido y los ojos enrojecidos, la manera en que la soledad le hirió en cuanto Emiliana decidió marcharse del hogar. La desidia, la pobreza, el hambre de los sueños.

— Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros— la voz de la argentina sonaba imparable dentro suyo, y el estómago se le retorcía a niveles imposibles de la dimensión. Todo ese tiempo, había sido una incrédula ante las crueldades que se gestaban en Emiliana por el simple hecho de existir, pero en ahora, Ágata había caído en la realidad.
Ágata Jiménez descubrió quién era ella y todo el valor que cotizaba su persona.
¿Cómo es que se había abandonado al hambre y a la desdicha por tantos años?
La española sabía muy bien quién era y que batallar por lo impuesto no era necesario.
Su altar temblaba, se derrumbaba. Actitud renaciente suya, derrocadora de Dios como estabilizador del orden de la conciencia y el corazón, se derrumbaba.
Podría decirse que Ágata iba a con todo, con todos. Pero la verdad la movilizaba y no estaba dispuesta a arriesgarse un solo segundo más por todo ese oro que tanto daño le había causado sin saberlo. La ira la cegaba y el abandono de la banda era una alternativa.

Podría decirse también, que Ágata iba contra Dios, pero no podía no, llamársele Dios a un cuerpo que no sabía de eternidades más que de la suya propia. No podía adjudicarle más divinidad a una figura que provocaba la guerra, el caos y el hambre.
El vaticano históricamente ha tenido el oro para acabar con toda la pobreza del mundo más de una vez, sin embargo lo almacena en excusas de la divinidad.
Cuánta guerra, cuánta ceguera y ella recién se daba cuenta, se despojaba de sus pieles, de esa historia que la conformaba por el simple hecho de ser humana.

Pensó en su historia y en que nunca antes había maldecido tanto el fuego de la revolución y del crimen.
Se consideraba partícipe del hemisferio criminal del cerebro de Emiliana, por haberla iniciado en esos causes de ilegalidad.
Se consideraba una mecha en medio de una petrolera, se consideraba incluso una ladrona arrepentida, pensaba mientras apretaba sus anillos con ira y se acercaba al hall donde los médicos atendían a Helsinki y las mujeres conversaban tranquilamente en las escaleras.

Sus borceguíes grandes y su paso arrebatado, étnicamente gitanos, el revoloteo de su cabello azabache alguna vez a Emiliana, le supieron encantar.
En ese preciso presente, ya no la conquistaban y ni siquiera la miraba. ¿Dónde se había ido todo ese amor? ¿Se habría ido el mismo día en el que la abandonó por el plan? ¿Por qué entonces le había encomendado a Berlín su participación en el primer atraco?

— La verdad es que yo no me imagino cómo es la vida en una cárcel— susurraba Estocolmo, sentada en las escaleras, viendo con el ceño arqueado a las dos mujeres, ex miembros de la policía nacional.
Quizá ellas, sabían algo y lo que sabía Emiliana la aterraba porque sabía. Sabía muy bien qué hacía el Estado con los criminales y puntualmente con quienes pretendían jugarle un pulso al país. La banda no solo lo había pretendido, sino que lo había hecho.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora