4. Clark Kent

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Madrid, España, 2011

Si en el mundo, se hiciera una convocatoria para reunir a los seres más extraordinarios, jamás se hubiera logrado un dúo como el de aquellos jóvenes.
Por primera vez en la vida, Sergio se sentía repleto de vida. No había dejado de pensar, pero sí había comenzado a hacer. Hacían exactamente diez años que conoció a la persona que lo sacó del agujero en el que vivía, para habitar otro diferente, sin muchos lujos pero con excelente compañía.
Su sueño comenzaba primero por la mente y luego, gracias a esa mujer, por su cuerpo.
De omitir partes en la historia, todo encajaría con un romance de películas. Pero estaban muy lejos de besarse y todas las cosas que hacían las parejas.

— ¡Dale, cagón! ¡Ovarios son los que te faltan!— gritaba Emiliana, primer promotora de ser el cuerpo y el cerebro en el seno de un plan.
Su puerta al mundo de la acción se abrió a inicios de su joven adultez, cuando él ni siquiera sabía hacer una maniobra de autodefensa y sus bíceps no habían nacido. El jovencito Profesor llevaba las de perder con ese cuerpecito y para preocuparse, no sabía nada de armas ¿Y qué mejor para entrenar sus fuerzas y destrezas al máximo, para insertarse en el mundo bélico, que una aspirante brillante del ejército?
Emiliana le había enseñado todo lo que sabía de armas. Durante sus primeros años en España, todos los fines de semana le daba clases de tiro y campo de batalla, exhaustivas.
Sus energías parecían no agotarse jamás y Sergio rompía gafas por detrás suyo, en un mínimo éxito de ser tan fuerte como ella. Una, dos, tres, cuatro y cinco trompadas en el rostro y permanecía inmutable.

— Mi parte favorita es cuando te derroto— le decía él con una sonrisa, encima suyo, en medio de lo que parecía ser el final de una lucha libre. Desde su posición de rendición, lo miró desafiante.

— Al Estado tenés que derrotar. A mí no— soltó la argentina, cambiando el paradigma de sus cuerpos, dando hábilmente una pirueta que le dio victoria.

— Eres miembro del ejército y por lo tanto, parte de él— respondió Sergio antes de volver a abatirla con éxito, al que coronó con una sonrisa.
Emiliana despertaba la mayoría de sus días, junto a él y al verse al espejo todas las mañanas, notó que las arrugas comenzaban a acompañar sus rostros. Crecieron juntos, guiándose por el camino de sus sueños pero la argentina dejó de soñar, para vivir de verdad.

— ¡¿Quién te ha visto y quién te ve?!— exclamó extrañamente sonriente ante su derrota. Emiliana solía demostrar grandes arranques de locura, él la analizaba constantemente pero se guardaba todas las opiniones. No quería arruinar el único vínculo estable en, prácticamente, toda su vida.
— Serías un excelente soldado, has aprendido tanto que estás listo para que no te derriben al primer enfrentamiento.

— Agradezco haber pasado las pruebas de noqueos extremos— comentó él con sonrisas ambiguos, su compañera amagó volver a atacarlo y ambos se echaron a reír.
— Nunca me sumiría al sistema de semejante manera, el Estado tiene múltiples armas y todas son tan letales para las convicciones de mi pasado... No me juzgues, tu padre era militar y le sigues el camino, el mío era un auténtico libertador.

— Romántico guerrillero, has calificado a mi sueño de saquear el oro, como fantasioso e imposible. Pero estoy mucho más adelante que vos... Sergio, es imposible darle un pulso al Estado sin formar parte de sus fuerzas o meterse en la cama de una inspectora. 

— Por dios, no podría ni imaginarlo— se horrorizó por unos instantes.

— ¿El qué? ¿Ponerla?— le sonrió haciéndolo sonrojar por completo. 

— Me refiero a la crueldad e ilegalidad con la que te entrometes en la vida de esa pobre mujer. Tú eres a todo o nada, porque... Además de meterte en su cama, la vas a enamorar como si no hubiera un mañana y no precisamente porque seas una buena persona. Eres una despiadada profesional, que no hace más que pensarse el centro del planeta tierra.

𝓐𝐆𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐄𝐑𝐑𝐀²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora