EXTRA

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Salió del estudio subiendo el volumen de la radio donde sonaba aquel remix que le gustaba tanto. Soltó el control remoto en una mesilla auxiliar y siguió el ritmo de la canción con un par de chasquidos de dedos. Había sido una de las inversiones más acertadas de su vida aquel carísimo aparato de música, con sus correspondientes y discretos altavoces que brindaron por fin un hilo musical decente al local.

Incluso silbó cuando llegó a la recepción y la campanita de la entrada tintineó mientras un cliente salía. Estaba orgulloso de haber mantenido aquel elemento tras la fugaz remodelación. Una mano de pintura a las paredes, cambiar los cuadros, un sofá nuevo y un par de plantas que requerían regarlas poco. Liam lo había propuesto y ya no podía decir que no. Ahora era su socio, las decisiones del estudio ya no las tomaba él solo.

Pasó por una mala racha económica hacía aproximadamente medio año y Liam estuvo ahí. Y pasó de pensar que lo tendría que despedir porque le habían subido el alquiler del local y no llegaba a pagar todo, a tener una conversación que duró dos días. Liam aportó parte de sus ahorros y entrar en la sociedad para comprar a nombre de ambos el estudio.

Y lo cierto fue que después de aquello todo empezó a ir mejor que nunca. Liam hacía las perforaciones por la tarde y por la mañana aprendía a tatuar, sumido en su propio estilo y con Tommo enseñándole algunas de sus técnicas entre medias. Realmente se llegaban a ver haciendo malabares para satisfacer la demanda de citas. La agenda de aquel año tenía tres tipos de organización para calendarios.

Escuchó a Liam responder una llamada de su teléfono personal y aguardó. Su ahora socio se mostraba escueto en sus contestaciones y se frotaba la palma de una mano contra su frente mientras comenzaba a dar algún paso despistado, con el móvil pegado a su oreja izquierda.

Tommo torció una mueca cuando lo vio colgar. Iba a avanzar hasta él, pero fue su propio móvil el que vibró en un bolsillo de su pantalón. Un mensaje:

«Recuerda preguntarle a Liam y Niall si van a venir a tu cena de cumple. Mañana tengo un hueco y puedo ir a comprar todo».

Puso los ojos en blanco. Podían incluso haberles llegado hasta la nuca.

—Cena de cumple —repitió con retintín, hastiado e incluso de forma burlona, imitando el tono del autor del mensaje.

Odiaba su cumpleaños, odiaba celebrarlo... Pero allí estaba, resignado porque Harry le había, de forma elegante y cariñosa, prácticamente obligado a celebrar con sus amigos una cena de cumpleaños a cambio de que él le hiciera su primer regalo.

Todavía se decía que algo no se podía considerar un puñetero regalo si dependía de otra cosa a cambio. Era un puto chantaje, no un obsequio.

Harry, por fin, recogería las últimas cosas que quedaban en su piso compartido para irse a vivir con él. A cambio, le dijo que harían una cena con el motivo de también celebrar sus treinta vueltas al sol.

Según Harry, los treinta se tenían que celebrar y ello no debía ser siquiera un motivo de debate. Que o lo celebraba o no se iba a vivir con él el muy capullo. Tommo al principio no cedió, por supuesto, y estuvieron un día y medio sin hablarse. Luego Harry lo llamó, «negociaron», y bueno, ese día habían quedado a mediodía para ayudarle a llevarse una caja y la última maleta que quedaba en el piso. Tommo asumía que serían más bultos, evidentemente.

Llevaban tres años juntos y, entre otras cosas, conocía de sobra cuando exageraba o se quedaba corto en sus peculiares unidades de medida. «Estoy ahí en media hora» significaba que tenía aún de margen hora y media. «Ayúdame a entrar un pedido pequeño de la floristería» una vez le supuso un lumbago y «solo es una caja y una maleta pequeña», ya se imaginaba que sería una caja, tres bolsas y no una maleta tipo trolley sino una de las grandes, de las de veinte kilos que se debían facturar al viajar en avión.

PASSIONFRUITDonde viven las historias. Descúbrelo ahora