Epílogo

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La Gringa caminaba despacio a mi alrededor, revisando que no olvidáramos nada.

- Algo nuevo - nombraba en voz alta, y sonrió satisfecha cuando me pasé un mechón de pelo por detrás de la oreja para mostrarle que llevaba puestos los aritos que me regaló cuando me comprometí.

- Algo viejo - la pulsera de macramé que me regaló el Joaco hace años.

- Algo prestado - la Fran me pasó el ramo de flores, que estaba atado con la jineta de capitán que lleva hasta el día de hoy.

- Y algo azul - se detuvo frente a mí, escondiendo algo detrás de su espalda.

Me miré a mí misma y me di cuenta de que no tenía nada azul. Observé a mi alrededor y no había nada que pudiera usar, ya casi iba a sonar la marcha nupcial y no teníamos tiempo de volver a la casa a buscar algo.

La Gringa leyó mi expresión de pánico y se aguantó la risa. Me mostró lo que tenía en sus manos:

- Un regalo del novio - sonrió sosteniendo la camiseta azul del Audax Italiano.

- No - me negué riendo también - ¿cómo voy a usar eso?

El sonido del abrir y cerrar de unas tijeras me puso los pelos de punta.

- Olvídalo - me eché para atrás cuando la Fran apareció con las tijeras en la mano - me va a matar si hago eso.

- Entonces lo hago yo - la Anto contestó resuelta y cortó una tira de unos 3 centímetros de ancho.

- ¿Y dónde queri que me ponga eso? - pregunté confundida.

- De liga po niña - se agachó y me tomó el tobillo - sube la pata.

Lo hice y la Anto me amarró esa cinta azul en el muslo.

- Que te la saque con los dientes - bromeó y me volvió a arreglar el vestido.

Me acerqué al espejo sin poder asumir que esa novia preciosa que se reflejaba en el cristal era yo. Recorrí con mis dedos esa larga trenza que me caía por el costado, ya más abajo de la cintura, y que estaba adornada con flores y brillitos. Suspiré, todavía sin darme vuelta:

- ¿Estamos listas?

El reflejo me devolvió la sonrisa de mis tres damas: la Fran, la Gringa y la Anto. La cuarta entró de repente, antes de darme tiempo a preguntar dónde estaba.

- No, todavía nos falta algo - entró la Chinita con una caja de color blanco - No puedes ir descalza a tu matrimonio.

- ¿Por qué no? - me reí, levantándome un poco la falda del vestido para mostrar mi pies desnudos.

- Alguna vez que te saques las zapatillas de fútbol po Rapu - me molestó la Anto.

Entonces la Chinita me puso la caja en las manos y la abrí con cuidado para encontrarme con unos kitten heels blancos. No sabía qué decir para agradecerle, lo bueno es que ella me interrumpió antes:

- Una vez me dijiste que todas partimos jugando con zapatillas prestadas, yo quiero que comiences tu nueva vida con unos zapatos que sí sean tuyos.

Me conmovió como solo ella sabía hacerlo, igual que esa tarde al bajarme del bus con el tobillo esguinzado. Quise abrazarla pero la Fran se metió al medio.

- No porque se te va a correr el maquillaje - nos separó - y no lo voy a permitir.

La Gata irrumpió en la habitación y asintió como diciendo "te están esperando, es tu momento".

Las niñas salieron primero como era acordado, yo me demoré un poco en cruzar esa puerta.

"Esto es como caminar a patear penales", me dije porque estaba igual de nerviosa que ese día, "la diferencia es que ahora solo tengo que decir que sí".

Juega conmigo (Joaquín Montecinos y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora