10 de julio 1942

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Querida Kitty: 

Llegó el día terrible en que hemos tenido que huir de casa y refugiarnos en el famosos condite de papa.

Todo comenzó porque llegó una carta alemana donde llamaban a mi hermana. Yo estaba aterrada, todo el mundo sabe qué significa una carta de esas. 

Me imaginé los campos de concentración y las celdas solitarias. ¡Malditos! ¡Querían enviar a una joven, de tan solo dieciséis años, a un campo de concentración! Por supuesto, mi familia no permitiría eso; así que, apresuradamente tomamos solo lo necesario y salimos de casa para ocultarnos. Ocultarnos... ¿A dónde iríamos a ocultarnos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una choza, cómo, cuándo, dónde...? Yo no podía responder estas preguntas.

Yo estaba muy asustada. Me angustiaba pensar en dónde podríamos escondernos para que no nos encontrarán.

Evitamos llevar nuestras pertenencias en grandes maletas para que no nos descubrieron, cada quien se vistió con toda la ropa qué pudo y lleno sus bolsillos lo más posible. ¡Parecía que íbamos a un viaje al Polo Norte! Ningún judío, en estas circunstancias, hubiera podido permitirse salir de su casa con una maleta llena. Yo llevaba puestas dos camisas,  tres calzones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos cerrados, una boina, una bufanda y otras cosas mías. Me ahogaba antes de partir, pero nadie se ocupaba de eso.

Nos pusimos en camino bajo una lluvia tupida, papá y mamá llevando cada cual una bolsa de provisiones llena de Dios sabe qué, y yo con mi cartera repleta a reventar.

          Hasta pronto

          Tuya. Ana 


El diario de Ana FrankDonde viven las historias. Descúbrelo ahora