11 de Julio de 1942

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Querida Kitty:

Ya estamos instalados, pero fue una tarea difícil. Cuando llegamos a la escondite, situado en los profundos almacenes de la que antes era la oficina de papa, todo se encontraba revuelto y desarreglado. Cosa que era comprensible por la rapidez con que huimos.

Había muchas cosas, pues mis padres tuvieron la preocupación de llevar, durante meses, y uno a uno, los muebles de la casa. Todas las cajas, llevadas al escritorio en los meses anteriores, ya cían en el suelo y sobre las camas por todas partes. En el cuartito, ropa de cama, frazadas, etcétera, se apilaban hasta el techo.

Había que prepararse y ponerse a trabajar inmediatamente, si queríamos dormir esa noche en camas decentes.

Ni mamá ni Margot se encontraban en condiciones de levantar el dedo meñique; agotadas y desdichadas. Mientras que papá y yo, los únicos ordenados de la familia, opinamos que había que ocuparse de eso, y enseguida. 

De la mañana a la noche, estuvimos haciendo cajas, arreglando armarios, poniendo orden, para por fin caer muertos de fatiga en camas bien hechas y bien limpias.

No habíamos comido caliente durante el día, cosas que no nos había molestado en lo más mínimo: mamá y Margot estaban demasiado cansadas y demasiado deprimidas para comer, y tanto papá como yo teníamos demasiado que hacer.

No viviremos solos aquí, algunos amigos de la familia, los Van Daan y su hijo Peter, se refugiaran con nosotros.

Debo decirte que aún no sé si me gusta mi escondite. Creo que nunca podré considerarlo mi hogar, lo que no significa que aquí me sientas desgraciada. Tengo más bien la impresión de que estoy pasando unas vacaciones en un lugar muy curioso.

Sin embargo, estoy muy asustada, pues a partir de hoy no podremos volver a salir y debemos hacer el menor ruido posible para que no nos descubran. ¡Con decirte que hasta mi hermano, qué se encuentra muy enferma, evita toser por las noches!

          Hasta pronto

          Tuya. Ana 

El diario de Ana FrankDonde viven las historias. Descúbrelo ahora