Capítulo 4

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Bianca

Siempre sucede.

Cuanto más tememos que llegue una fecha, esta parece acercarse a toda velocidad sin que apenas puedas darte cuenta.

Si antes estaba ansiosa y no podía esperar para ver a Thiago, ahora estaba queriendo alargar el momento todo lo posible antes de tener que viajar, porque la sola idea, me llenaba de pánico.

La ida había sido una pesadilla.

Nerviosa como estaba, tenía la sensación de estarme olvidando mil cosas o de estar llevando de más. El taxi que había pedido para que me llevara al aeropuerto había demorado, y aunque se había excusado diciendo que había un accidente en el camino y varias calles estaban cortadas, yo solo me dediqué a fulminarlo con la mirada.

Mis amigos habían querido acompañarme, pero les pedí especialmente que no lo hicieran.

Primero porque era un puto viaje a la provincia vecina de una hora en avión, no tenía sentido tanto dramatismo despidiéndome en la terminal como si estuviera por irme yo qué sé, a Europa.

Y segundo porque me había cargado música en el celular, y hasta que llegara a Córdoba, mis auriculares estarían pegados a mis orejas, protegiéndome del exterior lo máximo posible.

No quería interactuar con nadie ni que nadie me hablara.

Era un maldito cable pelado y reaccionaría mal a la primera, no quería que mis amigos me vieran así.

Eso y que Mila venía haciéndome unos chistes sobre embarazos que empezaban a sacarme de quicio. Entendía su sentido del humor, teníamos el mismo y no solía molestarme por nada que me dijera, pero el tema era tan delicado y personal para mí, que no podía escucharlo.

Jaz era divina, pero esa cara de lástima que ponía cuando hablaba conmigo, me hacía perder los nervios.

Al final, tanto miedo que había tenido, el vuelo en sí había sido lo más fácil.

Seguro, me mareé un poco al principio y el sonido de las turbinas cuando estábamos despegando, me habían llenado la panza de vacío y adrenalina, pero eso había estado bien. Más que bien, lo había disfrutado.

Lo difícil había sido el aterrizaje.

Desde el instante en que el avión tocó suelo cordobés, mi corazón amenazaba con reventarme el pecho y abrírmelo por la mitad. Era hora. Había llegado el momento.

Mecánicamente me llevé una mano a la barriga, rogando a quien sea que mis sospechas no fueran ciertas. Que todo se debiera a una falsa alarma, que pudiera dejar esta preocupación de lado de una vez.

No era religiosa, ya se sabe, pero solo por un segundo, me planteé la posibilidad de ponerme a rezar.

Caminé entre la gente con mi bolso de mano y tomé aire tres veces para calmarme.

Me había puesto un montón de ropa para estar abrigada y no sentir los efectos del aire acondicionado, y ahora el sol que entraba por los ventanales de vidrio, me estaban asfixiando. Ni parecía pleno invierno.

Me quité la campera y la sostuve en mi brazo impaciente, sin quitarme los auriculares y estirando el cuello para ver si lo encontraba. Estaba allí, me había enviado un mensaje apenas había llegado, pero aún no lo veía.

A mi lado, una señora con dos niños pequeños que no habían dejado de llorar en todo el camino, se removía intentando hacer malabares entre los mocosos, sus abrigos, juguetes y el montón de mierda de equipaje que llevaban. La niña me miraba con su cara bañada en lágrimas, y yo lejos de compadecerme o afligirme por su ataque de llanto, lo único que podía pensar es que le brillaban los mocos y era asqueroso.

3 - Perdón por las mariposas, tenías razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora