Capítulo 23

256 43 37
                                    

Bianca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Bianca

Se me partía el corazón.

No soportaba ver así a mi amigo, y sabía que tenía que estar muy en la mierda para demostrar todo lo que le estaba doliendo la situación. Ya se sabe que mi amigo era algo orgulloso y se guardaba las cosas para él solito. A quién me hacía acordar... En fin, por algo nos llevábamos tan bien.

Nos habíamos quedado hasta las tantas hablando, pero solo cuando nos habíamos ido a dormir, con todas las luces apagadas y yo girada contra la pared sin mirarlo, es que había podido soltar lo que quería decirme.

—No sé qué haría sin vos, pendeja. – había dicho, abrazándome por la cintura, pegándose a mí todo lo que había podido. Como si yo fuera lo único que le quedaba, lo único a lo que aferrarse para no volverse loco, y qué quieren que les diga. Yo a veces también me sentía así con él.

Mierda.

Cerré mis manos sobre las suyas y respiré profundo, dejando que su aliento en mi nuca me relajara, y el calorcito de su abrazo, me curara un poquito toda mi propia tristeza que hacía día que arrastraba. Éramos un lío.

Estaba a punto de dormirme, cuando unos ruidos del cuarto al final del pasillo nos sobresaltaron. Primero fue una risa, después la cama.

No tuvimos que decirnos nada, nos miramos y sin proponérnoslo, soltamos una carcajada, sofocada con las mantas para no hacer tanto escándalo.

Amalia tenía compañía y para mi disgusto... y sorpresa de nadie, se trataba de Samuel. Así es. La muy idiota había vuelto con su ex y aparentemente por lo que podía escucharse a través de las paredes, estaban mejor que nunca.

—Qué puto asco. – me quejé, intentando ponerme la almohada por encima de la cabeza.

—Dejala que se divierta, trabaja como loca toda la semana. – la defendió y lo miré con ganas de matarlo. —Además Samuel viene haciendo buena letra hace meses, ya se lo merecía un poco.

—Ese es un infeliz que no se merece nada. – le discutí. —Por más que ahora esté sobrio y toda esa mierda, que vaya uno a saber si es cierto.

—Yo sé que no es excusa, pero antes no era él. Era su adicción, su enfermedad. – dijo con tristeza. Con tanta que no sabía si estaba hablando de Samuel o...

—Cuando yo digo eso es porque no creo que él pueda haber cambiado, no que vos no... – empecé a decir, pero puso los ojos en blanco.

—Los dos pasamos por algo parecido, pero tampoco me compares, pendeja. – se rio por lo bajo. —¿En serio pensas que uno no puede cambiar?

Lo miré muy seria. En la oscuridad, sus ojos enormes parecían brillar atentos y su pecho subía y bajaba despacio. No necesitaba verlo del todo para adivinar la mueca que estaba haciendo. Mierda. Todo volvía siempre a lo mismo. A lo que éramos, a lo que queríamos ser, a quienes habíamos sido en el pasado, a todos nuestros problemas. Su relación con Grego, con sus padres, la mía con Thiago... con Jaz. Si no pensábamos que la gente podía cambiar, entonces qué estábamos haciendo. Para qué mierda tanto ...dolor.

3 - Perdón por las mariposas, tenías razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora