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Jimin sabía que aquello era una estupidez. Sabía que su padre lo asesinaría en cuanto llegara a casa y que su madre lo amenazaría con expulsarlo de la casa.

Sabía que sus vecinos lo etiquetarían con crueldad.

Otro loco más...

Y poco le importaba, también.

Por eso fue que entró a aquel bar, estrujándose los dedos y mordiéndose los labios mientras caminaba hacia la barra.

Él nunca había estado en un lugar como aquel. Allí solo venía la otra mitad.

Los chicos malos, los rebeldes, las chicas "sin rumbo", como solía llamarlas su madre.

Y ahora el, hijo del reverendo, un niño ejemplar del pueblo, caminaba hacia la barra del Bar Big Hit, sintiéndose tan fuera de lugar que podía hasta sentir las miradas de todos allí clavadas en su menuda figura.

—¿Dis... disculpa? — Murmuró, y la enorme figura de un muchacho moreno se giró hacia él, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Ese era Kim Namjoon, uno de los peores. Alto, musculoso como un jugador de futbol y tatuado hasta el trasero. Podía ser increíblemente simpático cuando se lo proponía.

El moreno entrecerró los ojos mientras recorría a Jimin con la mirada.

—Park Jimin, ¿Qué demonios haces tú aquí? — Farfulló, entre divertido y completamente azorado.

—No tengo idea. —Susurró Jimin.

¿Porque estoy harto de mi vida? ¿Aburrido? ¿Vacío?

—¿En qué puedo ayudarte entonces? —Namjoon se inclinó sobre la barra, mientras miraba al niño Park, siempre tan obediente y tranquilo, casi temblando allí, en medio de toda esa gente tan diferente a él.

—Quiero hacerme un tatuaje. —Soltó Jimin valientemente, y se permitió felicitarse en silencio por su muestra de arrojo.

—¿Un tatuaje?

—Sí, eso. —Namjoon soltó una carcajada, y Jimin le frunció el ceño de inmediato. —¿Qué? —Espetó, molesto.

—Oh, nada, nada, es sólo que... Olvídalo. ¡Jungkook! —Jimin pegó un salto cuando el moreno llamó a gritos a su amigo, sin siquiera dejar de mirarlo.

Desvió sus ojos marrones hacia una escalera detrás de la barra, por donde el infierno personal de su padre y de todo el pueblo en realidad, apareció.

Chaqueta de cuero, botas y jean negro, cabellos castaño, rebeldes ojos esmeralda.

Perfecto.

O eso es lo que Jimin pensaba.

El pelirosa sabía que si alguna vez alguien se enteraba sobre quién era el protagonista de todos sus sueños, lo desterrarían.

Bueno, no, pero sí lo rechazarían.

En Busan no había lugar para dudas. O estabas del lado de los "puros", gente cerrada de mente, frustrada y anticuada, quienes tenían como mayores enemigos al Diablo, los rebeldes y los negros, o estabas del lado de los "rebeldes".

En su mayoría jóvenes hartos de una vida de privaciones. Sexo, vicios, tatuajes, malas palabras y estupideces ilegales.

En este último grupo se encontraba Jeon Jungkook, el amor platónico de Jimin desde que tenía memoria.

Jungkook había vivido toda su infancia a sólo una calle del pelirosa. Jugaban juntos de pequeños, pero con el correr de los años, Jimin había visto cómo sus caminos se dividían cada vez más. El hizo todo lo que se suponía que debía hacer. Él hizo todo lo que le prohibían hacer.

Tattoo - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora