Extra 1

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Tiempo atrás

Jimin se acomodó mejor en su lugar, asegurándose de que nadie lo veía desde donde estaba, escondido detrás del tronco y tapado por las largas ramas del sauce llorón.

A pesar de que su madre le tenía prohibido venir allí, y leer libros como el que ahora descansaba sobre su regazo, él no había podido evitar ceder a la tentación. Y es que ese parque era el más bonito del pueblo, a pesar de quedar en la zona de —ellos—, y ese libro era un tanto más interesante de lo que tenía permitido leer.

Jimin adoraba las novelas románticas, pero por desgracia, según su madre, le llenaban la cabeza de ideas erróneas acerca del matrimonio y de pensamientos no apropiados.

Y vaya que sí lo hacían...

El muchacho pelirosa cruzó las piernas y se inclinó hacia adelante, abriendo el libro por donde lo había dejado la última vez y acariciando las páginas con suavidad antes de retomar la lectura.

—Un beso en la oscuridad—, era el título de la obra, y cumplía con todas las expectativas del pelirosa. Mucho romance, mucha emoción y algo de peligro. También era bastante descriptivo con las escenas de sexo, algo que sonrojaba al pelirosa y le impedía apartar los ojos de las páginas.

No quería imaginarse lo que sucedería si alguien lo descubriera leyendo algo como eso, pero con dieciséis años, él ya se consideraba lo suficientemente maduro como para hacerlo.

—...Su piel era cálida y su cuello musculoso. Él la sostenía con el brazo izquierdo en su espalda, mientras que su mano derecha enseguida empezó a acariciar su muslo y su cadera. Lily le besó en la parte inferior de la mandíbula, notó la barba incipiente y su aroma natural a hombre mezclado con loción para después del afeitado.

Jimin separó los ojos del libro suspirado, mientras se llevaba la mano a la boca y se acariciaba los labios sin despegar la mirada del sol que se filtraba por entre las ramas del sauce.

¿Qué se sentiría besar? ¿Sería tan mágico como lo describían los libros? ¿O se llevaría una desilusión?

El pelirosa suspiró otra vez, deseoso de poder, por una vez en su vida, ser libre. Libre para experimentar todas esas cosas que un chico de su edad experimentaba.

Un primer beso. Un primer amor. Escaparse de casa para salir de paseo con sus amigos. Ir al cine. Ir a una fiesta y quedarse despierto hasta la madrugada.

Tantas cosas que él no podría experimentar jamás...

Un alboroto a su derecha lo arrancó de sus deprimentes pensamientos y Jimin alzó la mirada, para encontrarse a Jeon Jungkook respirado agitadamente, luego de entrar con torpeza a aquella especie de cueva, e interrumpiendo la paz del pelirosa.

—¿Jungkook?—El muchacho se giró para mirarlo como si recién hubiese reparado en su presencia, y sonrió mientras lo recorría con la mirada.

—Mira quien está por aquí. Pensé que no te permitían venir por estos lugares...

Jeon Jungkook era un idiota. Si, quizás esa sería la palabra más apropiada para describirlo. Se había emancipado a los dieciséis, y ahora, un año después, era un completo desastre. Jimin sentía lástima por él. O envidia, quizás. Nunca había estado seguro de cuál de las dos emociones predominaba.

Jungkook había sido su amigo de la infancia, pero había decidido alejarse de todos los valores de su familia e irse para —el lado oscuro—, según lo denominada su padre.

—No lo hacen. Pero este es el parque más lindo del pueblo.

—¡No me digas que ahora te dedicas a romper las reglas, Park!

Jimin bufó, desviando la mirada.

—Claro que no.—Susurró.—¿Estás bien?—Preguntó con el ceño fruncido al verlo tan agitado.

El castaño se encogió de hombros.

—Un tipo se enfadó porque le quité su dinero...Oye, ¿Qué tienes ahí?—El muchacho se inclinó y le arrebató el libro de las manos en un rápido movimiento, y el pelirosa gruñó mientras se ponía de pie. —Bueno, esto sí que no es la Biblia...

—¡Devuélvemelo!—Chilló el pelirosa, poniéndose de puntillas para alcanzar su libro, mientras Jungkook lo mantenía en alto, leyéndolo con una sonrisita en el rostro. Jimin hizo todo lo que pudo por alcanzarlo sin tener que tocar a Jungkook, pero era prácticamente imposible.—¡Jungkook, basta, dámelo!

—No puedo creer que al mojigato Park le guste el porno.—Comentó, soltando una risita.

Jimin se alejó de él, cruzando los brazos sobre el pecho mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de indignación.

—Eso no te pertenece.—Susurró con la voz quebrada y Jungkook por fin se dignó a bajar el libro y volver a mirarlo.

Inmediatamente, su expresión se volvió seria, y cerró el libro.

—Oye, Jimin, no...

—¿Vas a decírselo a mis padres?—Susurró el pelirosa, mientras dos gruesas lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas.

—Maldita sea, no...

—¡No maldigas!—Chilló Jimin, que estaba rojo como un tomate y a punto de salir corriendo. Jungkook rodó los ojos y soltó un suspiro antes de acercarse a él y tenderle el libro.

—No quería hacerte llorar, Jimin.—El pelirosa esbozó un mohín tan lindo que Jungkook no pudo evitar sonreírle, y estuvo a punto de extender la mano para secarle las lágrimas cuando el levantó la manga de su sweater y se las secó de un manotazo.—No se lo voy a decir a nadie, lo prometo.

—Más te vale.—Masculló el muchacho, quitándole el libro de las manos, y Jungkook esbozó una sonrisita divertida.

—¿Qué vas a hacer sino?

Jimin entrecerró los ojos.

—Preferirías no saberlo.

Jungkook soltó una carcajada, mirándolo con los ojos brillantes desde su superior altura.

—Así que es cierto.

—¿Qué cosa?

—Que los callados son los peores.

Jimin rodó los ojos.

—No, no es cierto, Jungkook, y ahora, si me permites.

Jimin se giró, comenzando a caminar hacia las ramas del sauce llorón para salir de su pequeña cueva.

—¿Jimin?

—¿Sí?—El pelirosa se giró, con un pie dentro y otro fuera.

—¿Vienes aquí seguido?—Preguntó el castaño, con una sonrisita.

Jimin se encogió de hombros.

—Sólo cuando puedo escaparme.

Jungkook sonrió mientras lo veía marcharse. Era un pequeño mojigato, pero seguía siendo igual de lindo que siempre.

Era una lástima que nunca se fuese a fijar en él. Una verdadera lástima.

Jimin suspiró mientras caminaba de vuelta a casa.

Jungkook, a pesar de la forma radical en la que había cambiado, seguía siendo el mismo pícaro muchacho de cabellos revueltos.

Era una lástima que nunca se fuese a fijar en él. Una verdadera lástima.

Tattoo - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora