Sentado frente al feroz fuego de la hoguera, recargando su enorme espalda en aquel cómodo sofá, Estoico no podía dejar de preocuparse por la situación con la que el destino le había obligado a lidiar. Mientras que el fuego crepitaba delante de él las danzas abominables de las llamas lo hacían regresar a los años de guerra con los dragones, aquellos tiempos donde el descanso y la paz eran tan solo momentáneos, aquellos tiempos que las casas se reconstruían día sí y día también. Se dio cuenta, horrorizado, de que ahora los veía como buenos tiempos, tan lejanos, tan imposibles de volver a ello, aunque el enfrentamiento no había parado, pero estaban más lejos, los dragones se habían conformado con todo aquello que los vikingos habían dejado en las abandonas y destruidas islas, se acomodaron a aquellas islas ahora vacías de humanos y devoraron el ganado que se había quedado atrás, junto a las buenas memorias y la perdida gloria. Aquella época, en la que pelear con un dragón te llenaba de honor, en los que no parabas de moverte por las noches para combatir el fuego de esas bestias, esos tiempos ya perdidos se veían mucho mejor que los actuales, a pesar de las vidas y extremidades arrebatadas por fuego, disparos o mordiscos, a pesar de la constante rabia y perdida de hogares, del trabajo sin descanso... Estoico, vio el blasfemo danzar de las llamas se dio cuenta que añoraba la época en la que solo peleaba con dragones. Y se preguntó seriamente por qué lo hacía. ¿Cuál era esa diferencia que le hacía añorar a los dragones? Comprendió entonces que, aunque se sintiese como un escupitajo lleno de flema corrosiva en la cara, los vikingos y los monarcas se parecían más de lo que le gustaba.
Los vikingos eran un peligro para las potencias cuando estás no estaban correctamente protegidas, pero ahora, con sus soldados dotados de escopetas y armaduras de acerco, eran aquellos hombres pequeños y famélicos quienes imponían su poder, asesinando a los vikingos y volviéndolos sus esclavos, exhibiéndolos como desagradables y peligrosos artilugios... Justo como los vikingos habían hecho todos esos años con los dragones.
Maldijo a los dragones como a ningún otro ser, no solo por ser aquella similitud entre tribus y reinos, sino por haber sido los causantes de su nulo avance. Si tan solo esas bestias no los hubiesen encontrado, si tan solo hubiesen ido a por el continente y no las islas, ¡Qué demonios! Si tan solo ellos no hubiesen sido unos condenados cabezas de chorlito y hubiesen huido de ellos ahora mismo nada de eso estaría pasando.
Si tan solo no hubiesen sido... tan vikingos.
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–No seremos sus juguetes, ¿verdad Estoico? –escuchó a sus más fieles amigos y camaradas cuestionándolo frente la atenta mirada del resto de jefes vikingos, arrancándolo del infierno de su cerebro agotado. Ninguno de los presentes jefes si quiera pensó en juzgarlo, ellos también se hallaban en la duda de qué era lo mejor para los suyos. De qué pasaría si la paciencia y pena de aquel rey diminuto se acabase y ellos no hubiesen tomado provecho de ello.
Decepcionado de sí mismo y de su jefe, Spitelout suspiró cansado, lanzo un escupitajo en dirección a la marcha del rey diminuto–. Maldita sea Estoico –se aferró a su arma y le propinó un buen golpe a la silla más cercana–. ¡MALDITOS SEAN ELLOS!
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Huyendo del destino [HiccElsa]
FanfictionLa historia avanza, los imperios se alzan y se derriban. Nada durará para siempre. Pero ni Berk ni sus aliados quieren aceptarlo, quieren seguir incluso si la lógica dice que debieron de caer décadas atrás. Habrán de romper sus tradiciones para cons...